9 de mayo de 2021
1378 • AÑO XXIX

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Teología de los sacramentos

Cristo pleroma de Dios

Cristo lo llena todo y tiene en la Iglesia su “pleroma”, su complemento, en la que Él deposita toda la energía salvadora. 

“La Iglesia es el pleroma (plenitud) del que lo llena todo en todo” (Ef 1,23; cf. 4,10.13). Cristo lo llena todo, pero no lo hace directamente; tiene en la Iglesia su “pleroma”, su complemento, en la que Él deposita toda la energía salvadora, para, desde aquí, irradiarla por todos los ámbitos del cosmos. Para Pablo, la Iglesia-pleroma es el instrumento inseparable de Cristo en su función de mediador universal y de sacramento de Dios.

La Iglesia no tiene la exclusiva en la sacramentalidad de Cristo pero sí tiene, según Pablo, la “plenitud” de Cristo, posible en este mundo. Cristo es pleroma de Dios porque es Dios personalmente. La Iglesia es pleroma de Cristo a pesar de no ser el Cristo personal, sino el Cristo místico. La sacramentalidad de la Iglesia respecto a Cristo, siendo real, viene rebajada, si la comparamos con la sacramentalidad de Cristo respecto a Dios, no solo a cau­sa del comportamiento moral de los creyentes, sino, además, a causa de las limitaciones ontológicas de la misma institución. Si Cristo es Dios, la Iglesia no es Cristo, sino de una manera mística, aunque real. Esto hay que decirlo para evitar toda divinización de la Iglesia. Pero también hay que mantener la verdad de que la Iglesia es la plenitud de Cristo para entender la necesidad de su mediación.

¿Qué es lo que permite a la Iglesia contener en sí toda la plenitud de Cristo? Pablo responde: el ser “cuerpo” de Cristo; con otras palabras: así como Cristo resucitado es la vasija en la que se vierte a la Iglesia la divinidad, así la Iglesia es la vasija en la que se sirve a las personas Cristo resucitado.

CUERPO
“Cuerpo” es otro nombre sacramental de la Iglesia. La corporeidad necesaria para todo sacramento está en esta metáfora afirmada acerca de la Iglesia.

En un primer momento (cf. Rm 12,3-4; 1 Cor 12,14-26), la metáfora ofrece a Pablo la posibilidad de exponer la unidad fundamental de la Iglesia en su diversidad orgánica y funcional.

Más tarde, Pablo, en Colosenses y Efesios, utiliza la metáfora “cuerpo” para referirse al carácter sacra­mental de la Iglesia respecto a Cristo. En efecto, la cabeza está tomada aquí como la sede del motor vital que gobierna todo el organismo. El cuerpo es el instrumento de manifestación y de operación del influjo vital que recibe de la cabeza. Cristo resucitado, en quien reside la plenitud de la divinidad, es la cabeza, de quien procede para la Iglesia toda su vida, gracia y virtud. Pero la Iglesia es para Cristo cabeza, su cuerpo, es decir, el instrumento visible a través del cual Cristo resucitado puede manifestar su presencia entre las personas y el que le proporciona a Cristo su capacidad locomotora para despla­zarse a través de todos los tiempos y lugares y para encontrarse así con todas las personas. La relación Cuerpo-cabeza es equivalente a la de continente-contenido y a la de signo-significado. Es una relación sacramental.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano