9 de mayo de 2021
Nº 1378 • AÑO XXIX
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Madre de Dios
María, el camino del creyente
La Iglesia siempre ha sabido intuir cuán excepcional era María en el corazón de la humanidad. A lo largo de los siglos, la Iglesia ha ido desarrollando y perfeccionando su pensamiento sobre la madre de Cristo y su papel en el camino de los creyentes.
LA MARAVILLA DE CLAUDEL
Recordamos la hermosa oración de Paul Claudel. Confrontado con el terrible calvario sufrido por tantos en las horas oscuras de la guerra, escribe dirigiéndose a la Virgen María en los siguientes términos:
"Es mediodía. Veo la iglesia abierta. Hay que entrar.
Madre de Jesucristo, no he venido a rezar.
No tengo nada que ofrecer y nada que pedir.
Sólo he venido, madre, a mirarte.
Mirarte, llorar de felicidad, saber que
soy tu hijo y que estás aquí.
Sólo por un momento mientras todo se detiene.
¡Al mediodía!
Estar contigo, María, en este lugar donde estás.
No decir nada, mirar tu cara,
dejar que el corazón cante en su propio idioma.
No decir nada, sólo cantar porque el corazón está repleto,
como el mirlo que sigue una idea en estas repentinas coplas.
Porque eres hermosa, porque eres inmaculada,
[...] inefable,
Porque eres Madre de Jesucristo,
que es la verdad en tus brazos, y la única esperanza y el único fruto [...].
Porque es mediodía, porque estamos en este día,
porque estás aquí para siempre, simplemente porque eres María,
simplemente porque existes,
¡Madre de Jesucristo, sé agradecida!
(De Paul Claudel: La Vierge à midi, Poèmes de Guerre, N.R.F., 1914-1915)
DESDE EL PRINCIPIO... Y PARA SIEMPRE
La maravilla de Claudel es la maravilla de toda la Iglesia, algo que ha experimentado a lo largo de los siglos. Utiliza las palabras del poeta para expresarlo, una realidad que custodiamos y releemos. La Iglesia siempre ha sabido intuir cuán excepcional era María en el corazón de la humanidad. Las primeras palabras que conservamos sobre ella, las del Evangelio, afirman que María, en su virginidad, concibe del Espíritu Santo. Esto nos dice, en pocas palabras, todo lo que necesitamos saber sobre el misterio que, incesantemente, embebe nuestra fe y, al mismo tiempo, la cuestiona, para conducirnos aún más a una infinita comprensión, es decir, a la fe verdadera.
“María, afirma Pío X, es con el Hijo único la más poderosa mediadora y abogada de todo el mundo”
Lo mismo ocurre con el misterio. Va más allá de nosotros, infinitamente más allá, y mucho más allá de nuestra inteligencia, y es capaz de atraernos. Como dice san Agustín con un singular ímpetu: "Entender para creer, y creer para entender". Así es como los creyentes han elaborado toda afirmación de fe sobre María a lo largo de los siglos. En particular, se hizo en dos direcciones fundamentales: rebuscando en el principio, y también escudriñando el final o, más bien, el infinito. Así, la Iglesia fue formulando su fe en la Inmaculada Concepción de María y en su Asunción.
MARÍA, LA TODA SANTAFue el Papa Sixto IV quien, por primera vez, el 24 de febrero de 1477, habló de la Inmaculada Concepción de María. ¿No preveían los primeros siglos esta realidad cuando hablaban de María como la Nueva Eva, o como una santa? De hecho, ya en el siglo VIII se celebraba la fiesta de la Concepción de María. En la Edad Media, la cuestión se debatió en la Iglesia: Bernardo de Claraval (1090-1153), Tomás de Aquino (1225-1274) o Buenaventura (1221-1274) fueron más bien reservados en esta cuestión, mientras que Duns Escoto (c. 1270-1308) fue mucho más atrevido. Los debates continuaron hasta Sixto IV, un siglo y medio o dos más tarde, signo del trabajo de fe y también del discernimiento realizado por la Iglesia sobre una cuestión tan esencial: hablando de María, se hablaba también de Dios... y, por ende, de nosotros. Lo que ocurre en María también nos toca a nosotros. La Iglesia supo intuirlo.
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
En 1708, Clemente XI confirmó la fiesta de la Inmaculada Concepción. Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, lo convirtió en dogma de fe: en ningún momento de su existencia estuvo María sometida al dominio del pecado. E incluso, por un efecto anticipado de la Redención, un particular favor de Dios la preservó de la mancha del pecado original. Aclaremos que la cuestión no está en sí misma relacionada con la de la virginidad de María, como a veces se asume temerosamente, sin saber a qué refiere todo eso. María siempre ha estado alejada del pecado. Esto es lo que afirma la fe al profesar como dogma de fe su Inmaculada Concepción.
Pocos años después de la promulgación de este dogma, el 25 de marzo de 1858, Bernadette Soubirous escuchó la misma afirmación en su propio dialecto, de la Virgen que se le apareció en la roca de Massabielle, en Lourdes.
EL TIEMPO DE LA FE
Como vemos, la definición de los dogmas de fe lleva su tiempo, estos se debaten en la Iglesia, se confirman, se van desgranando poco a poco en la vida de fe de todo un pueblo, creyéndolas mediante las representaciones y palabras de su tiempo, palabras y signos que la generación siguiente trata de entender para poder así vivir del tesoro de la fe.
“Ella es la luz, esa a la que rezamos durante los días y las noches (…), para que nos dé a su Hijo y nos guíe por el camino de la fe”
La Iglesia continuó por ello reflexionando sobre el lugar y el papel de María en la Iglesia, en la fe, en la oración de la Iglesia y en el misterio de la Redención. León XIII (en 1891), y luego Pío X (en 1904) así lo expresaron, poco a poco, en la aproximación gradual a este misterio, mediante palabras de fe, sobre lo que está hoy en el corazón de la piedad y la devoción mariana: la fuente de la plenitud de la que todos hemos recibido es Cristo (Juan 1,16). María, afirma Pío X, es con el Hijo único la más poderosa mediadora y abogada de todo el mundo (2 de febrero de 1904). Pío XII siguió reflexionando sobre esta importante cuestión, pronunciándose de nuevo en 1943. Y el Concilio Vaticano II también publicará unas páginas sublimes a este respecto (1962-1965).
LA ASUNCIÓN DE MARÍA
Ya en la temprana historia de la Iglesia se celebraba en Jerusalén una fiesta mariana el 15 de agosto: el día de María. Conmemora el paso de la madre de Jesús a la gloria del cielo al final de su vida terrenal. Las Iglesias orientales llaman a este pasaje la Dormición de la Virgen María, y en Occidente, su Asunción. Porque ¿cómo podrían la corrupción del sepulcro y la muerte tocar a la que dio vida al Salvador, Jesús, el Hijo de Dios? También aquí la Iglesia mira a Jesús, el Hijo, para contemplar, como por reflejo, a María, su madre. Y todo lo que se dice de María proviene de lo que se fue comprendiendo de Jesús. Así, muy pronto, en la liturgia de la Iglesia, la visión del Apocalipsis, de la mujer vestida de sol y que mata al dragón [del mal] (Apocalipsis 12), fue interpretada bajo la imagen de María.
El 1 de noviembre de 1950, en la fiesta de Todos los Santos, Pío XII proclamó el dogma de la Asunción: "María, la Inmaculada y siempre Virgen, Madre de Dios, al final de su vida terrena, fue llevada, en cuerpo y alma, a la gloria celestial”. Esta es la formulación de la fe. Pío XII dejó abierta la cuestión sobre si María murió o no. No obstante, estaba haciendo memoria sobre un dogma patente en la Iglesia desde el siglo VI. Así, los cristianos de Oriente hablan de lo que dudamos en llamar el fin de María -pues no es un fin, sino un principio, un infinito- bajo la hermosa palabra de Dormición (este sueño no es la muerte, es una vigilia luminosa). Los de Occidente, por su parte, hablan de su Asunción al cielo.
MARÍA, LUZ EN EL CAMINO DEL CREYENTE
La que dio al mundo y llevó en su seno al Hijo de Dios no podía conocer la mancha del pecado original. No podía conocer la corrupción de la muerte. Ella es la luz, esa a la que rezamos durante los días y las noches, en la soledad y la pobreza, en la tristeza y en los días de felicidad. Para que nos dé a su Hijo y nos guíe por el camino de la fe.
Jacques Nieuviarts
Asuncionista y biblista
Publicado en La Croix (https://es.la-croix.com)