2 de mayo de 2021
1377 • AÑO XXIX

INICIO - Signo y Gracia

 Teología de los sacramentos 

Fundamentación eclesiológica de los sacramentos

Vivimos una cultura liberal que defiende la libertad individual, acentúa la independencia del ser humano y minusvalora la sociabilidad; subraya la autosuficiencia y devalúa la interdependencia. Aparece el ser humano separado, alejado de la comunidad. Ambas experiencias dificultan e incluso nos impiden vivir esta clave eclesiológica (comunitaria) de los sacramentos.

NOMBRES “SACRAMENTALES” DE LA IGLESIA EN LA SAGRADA ESCRITURA

“Pleroma”
San Pablo, en Colosenses y Efesios, emplea la palabra “pleroma” (plenitud) en un sentido técnico: Cristo es pleroma de Dios (cf. Col 1,19; 2,9; Ef 3,19). La Iglesia es pleroma de Cristo (cf. Ef 1,22s.; 4,12s.). El cristiano se hace en la Iglesia pleroma de Cristo (cf. Col 2,10).

“Pleroma” es un concepto sacramental porque une en si un contenido invisible a un continente visible. El continente (admitiendo el concepto escolástico de los sacramentos como “depósitos” de la gracia) es un complemento transmisor necesario para que el contenido, en este caso inmenso, infinito, trascen­dente, incontrolable, llegue hasta el destinatario, que es la persona. La relación signo-significado es la misma que la relación continente-contenido.

El pleroma, aunque no tenga una exclusiva de distribución de su contenido, sí que tiene en exclusiva su posesión en “plenitud”. No le falta nada de su contenido porque Dios ha tenido a bien volcarse en él sin restricciones.

Cristo es pleroma de Dios porque todo el cúmulo de bienes sobrenaturales reside en Cristo. “Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Este es el sentido de la frase paulina: “El pleroma (la plenitud) tuvo a bien residir en Cristo” (Col 1,19). Dios ha hecho de Cristo un pleroma suyo porque todos los bienes sobrenaturales los ha volcado en Cristo (sentido pasivo) y a través de Cristo derramará esos bienes por todo el universo (sentido activo). Cristo ha sido llenado en todo y lo llenará todo.

“En Cristo reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,9), es decir, en forma visible corporal. La divinidad habita en la naturaleza humana individual del hombre-Jesús, que se hace visible gracias a su cuerpo. He aquí el sacramento: unión de un elemento invisible a otro visible, gracia en visibilidad histórica.

Para que exista un sacramento tiene que darse un contenido de gracia salvífica de Dios. Este contenido puede admitir grados, puede encontrarse en mayor o menor medida, según sea la capacidad del continente. En primer lugar, y en grado ínfimo, todas las criaturas materiales, “huellas” de Dios, que constituyen el cos­mos, tienen una dimensión sacramental, por cuanto “en Cristo tienen su consistencia y cohesión todas las cosas: las del cielo y las de la tierra” (Col 1,16). En segundo lugar, y en grado superior, el hombre, hecho “a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,26). En tercer lugar, y en grado sumo, el hombre-Jesús, en quien reside la Plenitud de la divinidad.

Dicho en forma negativa: un recipiente vacío de Dios no puede ser sacramento. (El pecado, que vacía de Dios, suprime, al menos en gran parte, la función sacramental). Dicho en forma posi­tiva: un recipiente será sacramento en la medida que contenga a Dios. Y Cristo lo contiene en plenitud.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano