25 de abril de 2021
Nº 1376 • AÑO XXIX
INICIO - Testimonio
Honorine y Louisette
Historia de dos vocaciones nativas
En el marco de la Jornada de las Vocaciones Nativas, compartimos el testimonio de dos religiosas afincadas en nuestra diócesis. Honorine, senegalesa consagrada de las Hijas de Cristo Rey y Louisette, Hermanita de la Asunción en el Zaidín.
Las vocaciones nativas son muy importantes para las iglesias locales. Desde la OMP aseguran que "su presencia es apremiante porque en la actualidad un sacerdote en las misiones atiende al doble de personas que la media universal", por ello aseguran que el número de las vocaciones nativas se ha multiplicado en los últimos años
Nosotros les damos a conocer los testimonios de dos consagradas de nuestra diócesis de Granada.
“La misión está en la forma de estar en Dios de todo lo que vivimos”
La hermana Honorine Malliman pertenece al Instituto de las Hijas de Cristo Rey, al que pertenece desde hace veinte años. Llegó a Granada como misionera el pasado mes de septiembre.
“Aquí está el amor que es el único que da vida, tómalo dentro de ti.
Aquí está el Hijo del Hombre entregado, vivo por vosotros”.
Con estas palabras, de una canción, quiero comenzar mi testimonio. No sin antes dar gracias a Dios por la elección que hizo de mí; y mi gratitud al Instituto de las Hijas de Cristo Rey, así como a mis hermanas con quienes comparto esta vida. Gracias; también, a quienes me ayudan a consolidar mi fe y mi vocación de consagrada en misión, día a día.
Soy senegalesa, de una familia cristiana católica y educada en esta fe.
Desde muy joven, sentí el deseo de consagrarme a Dios sin comprender realmente qué es la vida consagrada. A los 9 años, después de mi primera comunión, expresé a las hermanas de San Carlos de Nancy y a mis padres, el deseo de consagrarme al Señor. Mi familia vivía entonces en el sur del país, en la región de Kolda.
Este deseo es, sin duda, fruto de mi encuentro con las hermanas a través de las diversas actividades de su apostolado: docencia (hice mi ciclo de primaria en la escuela dirigida por ellas), salud (iba a atender en su dispensario), catequesis, preparación para los sacramentos, movimientos de acción católica, pastoral vocacional, etc. Todo esto hizo nacer en mí el deseo de entregarme totalmente al Señor.
Así comencé mi camino vocacional, a través de encuentros de formación. Al final de mi ciclo de primaria, tuve que dejar la región de Kolda para ir a Kaolack, donde mi padre acababa de ser trasladado. Cuando llegué a Kaolack, conocí dos congregaciones: el Instituto de las Hijas de Cristo Rey y el Instituto de las Hermanas del Sagrado Corazón de María, congregación indígena. Ambos estaban presentes en el colegio Pío XII, donde estaba haciendo mis estudios de secundaria y además estaba en la misma clase que los jóvenes de estos dos institutos.
Elegí a las Hijas de Cristo Rey por una razón que puede sorprender: las hermanas eran blancas, como las que frecuentaba en Kolda. Así que fui a presentarme a la hermana responsable, Esperanza Oliver. Me invitó a participar en las reuniones de los fines de semana. Al año siguiente, me incorporé. Después de las etapas del postulantado y noviciado, hice mis votos en septiembre de 2001.
Al hacerme “hija de Cristo Rey”, expresé a las hermanas mi deseo de servir al Señor involucrándome en el campo de la salud. Sin embargo, me habían hecho saber que la congregación está más bien orientada a la educación, más precisamente a la enseñanza. Por lo tanto, me conformé con esta misión, dejando de lado mi deseo de servir al Señor a través de la profesión de la salud. Entonces, después de mi bachillerato, pasé dos años en las aulas y luego un año en la promoción de la mujer. Fue en un momento en que ya no esperaba que la congregación me pidiera que hiciera el entrenamiento de enfermera estatal.
Al final de mi formación me enviaron a Kaffrine (región central de Senegal) donde serví a los enfermos durante seis años. Una hermosa pastoral que me gustó mucho porque toca a todos los grupos de edad y situaciones diversas. Hemos tratado de aliviar y consolar a estos hombres y mujeres teniendo en cuenta toda la persona (física, psíquica, moral, espiritual), promoviendo una vida de fe en Dios que nos creó a su imagen y semejanza.
Por eso queríamos crear espacios para una buena conciencia de cualquier cosa que pueda dañar el desarrollo:
Ayudar a los beneficiarios de diferentes actividades a mejorar la situación de vida. Y trabajar en torno a los valores de la familia, la solidaridad, el compartir, la acogida, que constituyen los medios para construir una sociedad justa y pacífica.
Ponemos, de nuestra parte, todos los medios para ayudar a los pacientes a recuperar su estado de salud, o aliviarlos de su sufrimiento físico. De Kaffrine me enviaron en misión a Kaolack, para acompañar a los jóvenes y al mismo tiempo dar cursos de catequesis en el colegio Pío XII, donde colaboramos con las Hermanas del Sagrado Corazón. Y después a Granada, desde septiembre de 2020.
Con el paso de los años, descubro día a día que la misión no está en el orden de lo que hacemos o de lo que decimos, sino en la forma de estar en Dios con todo lo que vivimos. Se trata de releer y conectar nuestra vida a Dios abandonándonos a Él. Para que el Señor nos use como instrumentos, debemos ser humildes y acercarnos a Él con un corazón abierto, dispuesto a obedecer sus inspiraciones, a dejar que Él nos desapegue de mentalidades, de nuestros viejos hábitos, etc…
Porque entregarse al Señor es separarse de todo lo que no le agrada, para hacer todo lo que le agrada. Todo esto va acompañado de pequeñas cruces: dificultades que encontramos en comunidad, en la misión y nuestras propias debilidades. Pero todo esto el Señor lo transforma en “gracias” para los que creen en Él. No hay nada más hermoso que servir al Señor atrayendo almas hacia Él.
Permítanme, al final de este testimonio, terminar con un pensamiento de nuestro fundador, José Gras y Granollers: “La verdadera religiosa debe vivir totalmente identificada con Cristo, para que atraiga las almas a Él a través del esplendor con que será adornada por su divino esposo, viendo su abnegación''.
“Mis padres han sido transmisores de la fe y de la vida”
Esta consagrada de las Hermanas de la Asunción del barrio del Zaidín, nos cuenta cómo ha ido madurando en ella su llamada a la consagración, ya desde el seno familiar.
“Gustad y ved qué bueno es el Señor” Sal 34(33)
Me llamo Louisette, soy de Madagascar, y hace dos años que estoy en misión en Granada. Desde 2004, soy “Hermanita de la Asunción”. Mi familia es cristiana católica. Soy la séptima y última de siete hermanos. Mis padres han sido transmisores de la fe y de la vida. Mi padre lo hizo a través de sus trabajos, sobre todo, del arte y de la cocina; y mi madre a través de la historia de la Biblia, porque ella la leía, desde el principio hasta la final, en el reposo tras cada parto.
Puedo decir que, de niña, sentí mi vocación a la vida cristiana al escuchar las historias de la Biblia, al seguir a mis hermanos para ir a la catequesis, aunque yo no tenía la edad necesaria para empezar. Cada vez que volvía a casa, decía a mis padres: “cuando sea grande, entraré a la vida religiosa”.
Cada fin de semana asistía a la catequesis de mis hermanos sin entender pero me gustaba mucho. Otros colegas de mis hermanos al ver mi presencia trajeron también a sus hermanitos y hermanitas. ¡Por fin, las monjas abrieron una sección para los pequeños! Me acuerdo que aprendíamos el signo de la cruz, bailábamos por Jesús, escuchamos su historia, como, de pequeño, trabajaba con su padre San José, su amor por los pequeños; y con doce años, en su primera Pascua, se perdió y estaba en medio de los doctores…
Un día, era pequeña, tomé tiempo delante de la estatua de la Virgen María, al contemplar su belleza y el olor de los árboles y flores de su alrededor, tuve una sensación de alegría y de paz grande. Desde este momento mi deseo crecía, tuve hambre y sed de conocer y seguir a Jesús. El día de mi profesión perpetua esa sensación la sentí otra vez, entretanto había habido otros momentos parecidos que no cito ahora.
Seguí las etapas de catequesis: en la de primera comunión tuve problema y paré, no seguí. Más tarde, de joven, hice mi primera comunión y confirmación en un mismo año. Desde ese año, empecé a comulgar regularmente y nunca me quedé sin comunión y sin misa si no había motivo grande. Me informaba sobre la misión de muchas congregaciones y encontré lo que sació mi hambre y mi sed: la “Hermanita de la Asunción”. Hasta hoy estoy feliz de seguir a mi Señor Jesucristo.
Con gratitud a Dios Trinidad, a mi familia y a mi congregación, tengo una alegría interior y una paz serena al seguir a mi Dios Padre lleno de Amor, a Jesucristo Misericordioso y al Espíritu Santo, Guía que siempre se me adelanta. También a la Virgen María y a mis Fundadores, Esteban Pernet y Antoinette Fage, les agradezco sus ayudas permanentemente.
A usted que lee este testimonio, le llevo en mi oración personal, en nuestra oración comunitaria con mis Hermanas de Comunidad para que también experimente esa vida, no cierre su corazón, deje a Dios entrar.
Louisette,
Hermanita del Asunción del Zaidín