18 de abril de 2021
1375 • AÑO XXIX

INICIO - Signo y Gracia

Teología de los sacramentos

Jesús sacramento original

Porque Cristo está vivo, la posibilidad de su comunicación con nosotros y de nuestro encuentro con Él es clara. Gracias a su humanidad glorificada, Cristo resucitado puede llegar hasta nosotros e influir sobre la persona de cualquier lugar o tiempo.

Cristo se encuentra ya en un estado de invisibilidad celestial, por ello, las personas no podemos encontrarnos con Él revestido de carne viviente. Por eso es necesario que Cristo confiera, de una manera u otra, a su corporeidad celestial una visibilidad en el plano de nuestro mundo terrestre, es necesario que el Señor pueda hacerse presente a nosotros y por nosotros, personas terrestres no glorificadas, en su actividad salvadora de hombre glorificado. A partir del momento en que Jesús, Sacramento Original, abandonó el mundo después de su Ascensión, el proceso de los “sacramentos separados” entra en acción como prolongación de la Encarnación. La Iglesia se convertirá en una humanidad suplementaria de Cristo en donde Él pueda continuar su obra redentora a través de los siglos, es decir, en un sacramento eficaz de salvación ante el mundo. A esta luz se puede entender la frase de Pablo: “Cumplo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).

Sacramentalizar significa aquí la acción personal de Cristo, que confiere mediante su Iglesia una forma terrestre visible a su acto salvífico o donación de gracia invisible y se hace así presente a nosotros en este acto.

Esta necesidad, cristológica y antropológica, de los sacramentos, como prolongación terrestre de la hu­manidad glorificada de Cristo, muestra que la Iglesia y sus sacramentos son encuentros de las personas que viven en la tierra con el hombre glorificado, Jesús, por medio de una forma visible.

Las aparicio­nes de Cristo resucitado son encuentros constituyentes; es decir, Cristo se preocupa en ellas de fundar los nuevos signos de su presencia salvífica entre las personas a través de un mínimo de institucionalización. Son los sacramentos separados que vendrán a sustituir al sacramento unido de su naturaleza humana. Al mismo tiempo quiere educar a los creyentes en el desempeño de esas funciones de signo, propias de la Iglesia, y en la aceptación y captación por la fe de esos nuevos signos.

El Espíritu es el primer don que otorga Cristo a la Iglesia en sustitución de su presencia corporal (cf. Jn 14,16; 16,7-15; 20,22; Hch 2,1-13). Pero el Espíritu se “sacramentaliza” en las diversas operaciones, ministerios y carismas. Entre los signos de su presencia invisible en la Iglesia están los siguientes: el ministerio de los pas­tores y del Papa (cf. Jn 21,1-19), los poderes sacramentales del Bautismo (cf. Mt 28,19) y del perdón de los pecados (cf. Jn 20,23), el memorial de la fracción del pan (cf. Lc 24,41ss.; Jn 21,9-12; Lc 24,30ss), las tareas generales de la Iglesia: predicación del Evangelio (cf. Mc 16,15), pastoreo de la comunidad (cf. Mt 28,19s.), testimonio de palabra y de vida de los creyentes (cf. Hch 1,8).

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano