11 de abril de 2021
1374 • AÑO XXIX

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Resurrección del Señor

La Pascua, un nuevo comienzo

“Todos sabemos que la Pascua es un nuevo comienzo y, sin embargo, al mismo tiempo, es verdad que todos venimos a ella a pesar de haber celebrado el Jueves Santo y el Viernes Santo, y el día del gran silencio del Sábado. Todos venimos a ella por una parte con un deseo muy grande de la vida eterna, del amor infinito de Dios, de la verdad inagotable y de su inefable gloria o belleza. Pero, al mismo tiempo, todos llevamos a nuestras espaldas los sacos de nuestra vida cotidiana, que no dejan de estar presentes”. Extracto de la homilía de D. Javier Martínez, arzobispo de Granada, en la Eucaristía del Domingo de Resurrección, en la S.I Catedral, el pasado 4 de abril de 2021.

Las heridas que arrastramos de nuestra historia o de nuestra vida, la preocupación por esa operación que está por venir o por esos exámenes que están a las puertas y que generan tanta ansiedad o tanta preocupación. El dolor de alguien muy querido y que se lo ha llevado el virus y nos cuesta comprender que es el Señor quien lo ha acogido; las múltiples historias con las que el Enemigo permite que nos flagelemos, que nos aflijamos, que nos preocupan y que quisiéramos como cargar todas en las espaldas del Señor (y las cargamos), pero aun así nos siguen pesando a nosotros en nuestra pequeñez.

(…) ¡Cristo ha resucitado! Y la victoria de Cristo sobre la muerte, sobre el mal, ya había vencido en la cruz y, en realidad, sobre la muerte también, pero se manifestó para nosotros en la mañana de Pascua. Una mañana como esta mañana de hoy. Una mañana de primavera, fresca, limpia.

La Resurrección de Jesucristo significa verdaderamente una nueva Creación, significa que todo lo hace nuevo. Sin eliminar nuestra humanidad, que el Señor no la elimina. Es más, si pidiéramos que la eliminase o si él accediese a esa petición de eliminarla y convertirnos en maniquíes de plástico, pero no seríamos las criaturas por las que el Señor ha derramado Su sangre. No seríamos Hijos de Adán, redimidos por Cristo.

Yo quisiera subrayar esta mañana sólo el hecho que Cristo ha resucitado y que esa victoria suya sobre el mal y sobre la muerte significa una nueva Creación. Una nueva Creación para nosotros y para el mundo entero. Todo comienza de nuevo. Y todo comienza de nuevo porque hay un amor que es eterno y que se renueva constantemente. (…)

Mis queridos hermanos, dejadme decirlo: lo que celebramos no es una interpretación. Lo que celebramos no es una creencia, no es una manera de pensar: es un Acontecimiento. Un Acontecimiento que ha sucedido, ha sucedido verdaderamente. Con cuánta intuición los cristianos de Oriente, cuando se felicitan la Pascua, dicen: “Jesucristo ha resucitado”. Y la respuesta es “verdaderamente ha resucitado”. Ha resucitado verdaderamente, ha vencido a la muerte de verdad. Y me diréis: “Nosotros no lo hemos visto”. Y tampoco las mujeres, cuando llegaron al sepulcro. Cristo ya estaba vivo. Y tampoco los apóstoles lo vieron vivo, pero no lo vieron resucitar, porque la Resurrección sucede en la Historia y en el borde de la historia.

El Cielo empieza aquí para quien conoce que Cristo ha resucitado. Y es que nos hemos convertido de repente en hombres de plástico, que ya no tienen defectos, que son maravillosos, que no tienen nada que reprocharse, ni nada por lo que pedirse perdón unos a otros o por lo que pedir perdón a Dios.

Le pasa a la Resurrección lo mismo que a la Creación. Nadie ha visto la Creación. Vemos sus efectos, vemos sus obras, vemos la belleza de un rostro humano, vemos la belleza de unos montes, de un valle hermoso. Vemos la belleza de un gesto de amor verdadero, de amistad verdadera, de entrega, de perdón, de misericordia. Percibimos esa belleza y nos conmueve. Los físicos y científicos pueden hurgar hasta minutos después de la Creación, pero nadie puede ver la Creación. Y sin embargo, es obvio, que nadie nos damos la vida a nosotros mismos, que nadie nos damos el ser a nosotros mismos. Que el mundo entero no se da el ser a sí mismo.

De la misma manera, la Resurrección, porque son dos acontecimientos que son el uno como el otro, porque es una nueva Creación, verdaderamente. Nadie ha visto la Resurrección, pero hemos visto los frutos. Vemos los frutos. Vemos los frutos de santidad. Vemos cómo cambia el corazón de los discípulos y de ser unos cobardes huidizos, miedosos, vemos cómo el Espíritu Santo transforma. Vemos los frutos de humanidad que produce la Resurrección del Señor. (…)

(…)

Celebramos la nueva Creación, celebramos este Hecho. Adorábamos el Viernes la Cruz. Habría que adorar exactamente igual el sepulcro vacío, la Presencia viva de Cristo en medio de nosotros. Y aunque nosotros no la adoráramos, la Resurrección seguiría siendo un Hecho que ha cambiado la Creación. (…) Todo proclama la Resurrección, porque todo proclama al Dios verdadero, que se despoja de Sí mismo para que su Creación viva. Y tal vez no lo hacemos nosotros, pero lo hace la Creación misma, lo hacen las plantas, lo hacen las estrellas, lo hace la tierra.

NACIDOS PARA DIOS
(…) la Resurrección de Cristo ilumina el rostro. Nos unge con un óleo de alegría. Nos abre a la conciencia de que no hemos nacido para el sepulcro. Hemos nacido para la eternidad. Hemos nacido para Dios y Dios no se olvida de nosotros. Dios no se va a olvidar de nosotros. No puede olvidarse de nosotros, porque no puede mirarnos sin ver en nosotros el Rostro de Su Hijo, los dolores de Su Hijo, el amor de Su Hijo por ti, por ti, por mi, por cada uno de nosotros; por el más miserable de los hombres, por el más pobres de todos, a quien Cristo no ha dejado jamás de amar y desearía llevar sobre sus hombros y acariciarla con su cuello, como a la oveja perdida.

Ese es nuestro Dios. Ese es el Dios que merece el don de nuestra vida; que merece la alegría triunfadora de todas las miserias y de todos los miedos y de todas las angustias. Esa es la vida que triunfa de la muerte. Esa es nuestra certeza. Nuestra certeza no es simplemente que, si nos portamos bien, Dios al final nos dará un premiecito, y si nos portamos mal, Dios al final nos castigará. Eso es lo que han pensado los hombres paganos en todas las religiones de la historia, en todas. Sin excepción. Lo que nosotros cantamos es que el amor de Dios ha triunfado sobre el mal del mundo, triunfa sobre nuestro mal, que, aunque yo no tengo Señor otra cosa que presentarte y que ofrecerte que mis pobres pecados, que mis pobres mezquindades, que mis limitaciones, Tu amor no se avergüenza de mí y me recoge y me lleva y me transporta a la vida eterna, hasta tal punto que San Pablo dice: “Ya estamos sentados a la derecha de Dios, junto a Cristo”, en el Cielo.

El Cielo empieza aquí para quien conoce que Cristo ha resucitado. Y es que nos hemos convertido de repente en hombres de plástico, que ya no tienen defectos, que son maravillosos, que no tienen nada que reprocharse, ni nada por lo que pedirse perdón unos a otros o por lo que pedir perdón a Dios. ¡No! Pero el Cielo empieza aquí, porque Cristo está con nosotros, porque Cristo está en nosotros. Y ojalá esté de tal manera que los hombres puedan reconocerlo, que puedan ver a Cristo en nosotros, que puedan ver a Dios y el amor de Dios en nuestro amor, de unos por otros y en nuestro amor al mundo.

Cantamos el Aleluya y lo cantamos con toda el alma. Cantamos y Le pedimos al Señor que haga rebosar nuestra mente, nuestro corazón, nuestra libertad, nuestro afecto, las obras de nuestras manos. Que todo esté transformado por la alegría de Cristo que ha resucitado. Sí, que verdaderamente ha resucitado y no porque lo hayamos nosotros conseguido, sino porque así se revela Él como el Dios verdadero, y se revela Él como el destino, la meta, el horizonte de nuestra vida. Hemos nacido para Dios y lo sabemos porque Cristo ha resucitado.

(…)

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

4 de abril de 2021
S.I Catedral de Granada

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