11 de abril de 2021
1374 • AÑO XXIX

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San Vicente Ferrer

Predicador y profeta de Dios

San Vicente Ferrer vivió durante la crisis del Cisma de occidente en Europa. Tuvo una importante participación política en el conflicto. Además, fue un incansable predicador en gran parte del continente.

Vicente Ferrer nació en Valencia el 23 de enero de 1350. Su padre fue el notario Guillermo Ferrer y su madre fue Constancia Miguel. El matrimonio tuvo cinco hijas y tres hijos. Los padres de Vicente eran de ejemplar virtud y muy limosneros.

Ya de niño Vicente se juntaba con sus amigos y haciendo la señal de la cruz se ponía a imitar las palabras, gestos, posturas y tonos de voz de los predicadores que oía en Valencia.

Vicente fue completando con gran provecho sus estudios y, desde el principio, tuvo clara su vocación religiosa. El joven quería ser dominico.

El 2 de febrero de 1367, a los 17 años, Vicente se presentó en el convento de los dominicos en Valencia solicitando ser admitido. Tres días después inició su noviciado.

LA MISIÓN DEL PREDICADOR
El año 1397 Vicente Ferrer, estando en Aviñón,  enfermó gravemente y estuvo a las puertas de la muerte. Entonces, el 3 de octubre de 1398,  tuvo una visión, en la que se le aparecía Jesucristo acompañado de San Francisco y Santo Domingo de Guzmán, quienes le encargaban la misión de evangelizar el mundo antes de la llegada del Anticristo para la conversión y enmienda de los hombres. Fue el mismo Vicente Ferrer el que contó su experiencia al entonces todavía Papa Benedicto XIII en una carta enviada en 1413.

La situación en la que se encontraba Aviñón en el momento en el que Vicente Ferrer tuvo su visión era especialmente dramática. Francia había decidido dejar de apoyar a Benedicto XIII y la ciudad estaba sitiada por las tropas francesas.

 Tras su visión,  Vicente recuperó inmediatamente la salud. Y, según el mensaje recibido, poco después, en cuanto obtuvo la autorización del Papa,  se fue por el mundo a predicar cómo la hora del juicio había llegado. 

Fue el 22 de noviembre de 1399, día de Santa Cecilia, cuando Vicente inició su predicación apostólica, que no abandonaría hasta su muerte.

Después de sus predicaciones lo seguían dos grandes procesiones: una de hombres convertidos, rezando y llorando, alrededor de una imagen de Cristo Crucificado; y otra de mujeres alabando a Dios, alrededor de una imagen de la Santísima Virgen. Estos dos grupos lo acompañaban hasta el próximo pueblo a donde el santo iba a predicar, y allí le ayudaban a organizar aquella misión y con su buen ejemplo conmovían a los demás.

La gente se quedaban admiradas al ver que después de sus predicaciones se disminuían enormemente las borracheras y la costumbre de hablar de cosas malas, y las mujeres dejaban ciertas modas escandalosas o adornos que demostraban demasiada vanidad.

Como la gente se lanzaba hacia él para tocarlo y quitarle pedacitos de su hábito para llevarlos como reliquias, tenía que pasar por entre las multitudes, rodeado de un grupo de hombres encerrándolo y protegiéndolo entre maderos y tablas. El santo pasaba saludando a todos con su sonrisa franca y su mirada penetrante que llegaba hasta el alma.

La gente se quedaban admiradas al ver que después de sus predicaciones se disminuían enormemente las borracheras y la costumbre de hablar de cosas malas, y las mujeres dejaban ciertas modas escandalosas o adornos que demostraban demasiada vanidad. Y hay un dato curioso: siendo tan fuerte su modo de predicar y atacando tan duramente al pecado y al vicio, sin embargo las muchedumbres le escuchaban con gusto porque notaban el gran provecho que obtenían al oírle sus sermones.

Vicente fustigaba sin miedo las malas costumbres, que son la causa de tantos males. Invitaba incesantemente a recibir los santos sacramentos de la confesión y de la comunión. Hablaba de la sublimidad de la Santa Misa. Insistía en la grave obligación de cumplir el mandamiento de Santificar las fiestas. Insistía en la gravedad del pecado, en la proximidad de la muerte, en la severidad del Juicio de Dios, y del cielo y del infierno que nos esperan. Y lo hacía con tanta emoción que frecuentemente tenía que suspender por varios minutos su sermón porque el griterío del pueblo pidiendo perdón a Dios, era inmenso.

Pero el tema en que más insistía este santo predicador era el Juicio de Dios que espera a todo pecador. La gente lo llamaba “El ángel del Apocalipsis”, porque continuamente recordaba a las gentes lo que el libro del Apocalipsis enseña acerca del Juicio Final que nos espera a todos. El repetía sin cansarse aquel aviso de Jesús: «He aquí que vengo, y traigo conmigo mi salario. Y le daré a cada uno según hayan sido sus obras» (Apocalipsis 22,12). Hasta los más empecatados y alejados de la religión se conmovían al oírle anunciar el Juicio Final.

Los milagros acompañaron a San Vicente en toda su predicación. Y uno de ellos era el hacerse entender en otros idiomas, siendo que él solamente hablaba el español, el valenciano y el latín. Y sucedía frecuentemente que las gentes de otros países le entendían perfectamente como si les estuviera hablando en su propio idioma. Era como la repetición del milagro que sucedió en Jerusalén el día de Pentecostés.

CISMA DE OCCIDENTE
Vicente Ferrer tuvo participación decisiva en el fin del Cisma de Occidente.

El año 1414 permanecía abierto el Cisma, hasta el punto de que existían al mismo tiempo tres papas: Juan XXIII, Gregorio XII y Benedicto XIII (el Papa Luna). La Corona de Castilla y la de Aragón, y por tanto también Vicente Ferrer, se mantenían bajo la obediencia de Benedicto XIII. Para poner fin al cisma se reunió en noviembre de 1414 el concilio de Constanza. La solución que se adoptó consistía en obtener la renuncia de los tres Papas, de modo que con la elección de uno nuevo se volviera a la unidad. Tanto Juan XXIII como Gregorio XII lo hicieron. Sin embargo, Benedicto XIII no quiso renunciar.

Para resolver el grave problema planteado hubo en Perpiñán una congregación de los partidarios de Benedicto XIII, a la que también asistió Vicente Ferrer. Al no conseguir la renuncia del Papa Luna, finalmente en septiembre de 1415, con la conformidad de Vicente Ferrer, tanto la Corona de Castilla como la de Aragón se desvincularon de la obediencia de Benedicto XIII, con lo que, en la práctica, se puso fin al Cisma, pues el papel de este último pasó a ser puramente testimonial. Con la elección en 1417 del Papa Martín V se puso fin al Cisma.

MUERTE
San Vicente Ferrer murió en la ciudad de Vannes (Francia) el 5 de abril de 1419, Miércoles de Ceniza, a la edad de 69 años. Acudió tanta gente a darle un último adiós que en tres días no se le pudo dar sepultura.

Fue canonizado el 29 de junio de 1455 por el Papa Calixto III, a quien San Vicente le había profetizado: “Serás Papa y me canonizarás”. En los procesos que se tramitaron para su canonización en Aviñón, Tolosa, Nantes y Nápoles figuran documentados hasta un total de ochocientos sesenta milagros.