Miércoles Santo, 31 de marzo
Domingo de Resurrección, 4 de abril de 2021
Nº 1373 • AÑO XXIX
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Hans Urs von Balthasar
Hombre y mujer los creo
En la vigilia pascual se lee el relato de la Creación, en una noche que anuncia la plenitud de la Revelación de Dios que es Jesucristo. Ofrecemos este escrito del teólogo Hans Urs von Balthasar, que nos ayuda a comprender ese relato vinculado a nuestra vida, como hombres y mujeres hechos a semejanza e imagen Suya, y nuestro ser Iglesia, Esposa de Cristo.
Cuando Gen 1, 27 pone las dos aserciones una tras otra: “Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó”, la capacidad de engendrar se distingue cuidadosamente aquí del ser imagen de Dios y se la deja para una palabra especial de bendición [que viene más adelante: “creced y multiplicaos”]. Y, sin embargo, el sujeto de la primer aserción [el hombre que es imagen de Dios] no queda definitivamente delimitado sin la determinación más precisa “hombre y mujer”.
Esto es lo que presenta, de modo más diferenciado, el segundo relato [de la creación en Gen 2, 4 ss] que reconoce una relación previa entre Dios y el primer hombre (2, 16-17), pero que después, con el juicio de Dios de que “no es bueno que el hombre esté solo”, indica que la creación no está aun concluida. Así que Dios, durante el sueño profundo del hombre, crea a la mujer sacándola del hombre (a partir de él) como su compañera (para él), quien al verla exclama: “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne...” y el texto añade: “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gen 2, 23-24).
El matrimonio, por tanto, no es protológicamente “imagen” de Dios, sino que sólo lo es escatológicamente en el punto en el que el mismo matrimonio se supera a sí mismo en el referirse mutuo virginal-eucarístico de Cristo-Esposo e Iglesia-Esposa.
Si, pues, la relación de los sexos quedaba primero [en Gen 1, 27] situada junto a la imagen de Dios, la relación yo-tú, especialmente de hombre y mujer (pero no propiamente relación sexual), le pertenece también de modo absolutamente intrínseco, pues sólo así se concluye el sujeto portador de la imagen [como se ve en Gen 2, 16-24]. Pero mientras el ser uno para el otro (que comprende cierta diferencia, pero también una igualdad sustancial) de los dos constituye el sujeto [portador de la imagen], el motivo de la referencia mutua entre Dios y hombre, de la interpelabilidad del hombre y del hablar de Dios en él, viene primero a la luz, como íntima profundidad de la relación de imagen.
El enigma [dela imagen de Dios que es el hombre] sólo se puede resolver en la perspectiva de la Nueva Alianza, en donde la relación hombre-mujer, precisamente también en su graduación [de precedencia del varón] entrará en el ámbito de la gloria de Dios: “El varón no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen de la gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del varón. En efecto, no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón. Ni fue creado el varón por razón de la mujer, sino la mujer por razón del varón. He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles. Por lo demás, ni el varón sin la mujer, ni la mujer sin el varón, en el Señor. Porque si la mujer procede del varón, el varón, a su vez, nace mediante la mujer, y todo procede de Dios (1 Cor 11, 7-12).
La relación hombre-mujer, relación fundada en la diferencia carnal, no es ya una imagen del referirse mutuo entre Dios y la humanidad (o Dios-Israel, como en Ez 16), sino que, como relación encarnada entre Cristo-Esposo e Iglesia-Esposa se convierte en el punto el punto más alto de la relación soprasexual entre los sexos. El matrimonio, por tanto, no es protológicamente “imagen” de Dios, sino que sólo lo es escatológicamente en el punto en el que el mismo matrimonio se supera a sí mismo en el referirse mutuo virginal-eucarístico de Cristo-Esposo e Iglesia-Esposa.