Miércoles Santo, 31 de marzo 
Domingo de Resurrección, 4 de abril de 2021

1373 • AÑO XXIX

INICIO - Signo y Gracia

Teología de los sacramentos

Apelativos “sacramentales” de cristo

Hay dos términos, entre otros muchos, en el Nuevo Testamento que expresan gráficamente la “función sacramental” de Cristo como signo predilecto del Padre: Palabra de Dios e imagen de Dios.

PALABRA DE DIOS
Jesucristo es la “Palabra de Dios hecha carne” (Jn 1,14). “Palabra” significa ante todo la revelación que Dios hace de sí mismo a la persona a través de Jesucristo, el diálogo entre Dios y la persona, en el cual Jesucristo es traductor e intérprete indispensable.

Tres factores hacen posible que Jesucristo sea el revelador del Padre: su preexistencia como Palabra de Dios (cf. Jn 1,1-2), la Encarnación de la Palabra (cf. Jn 1,14) y la intimi­dad permanente de vida entre el Padre y el Hijo, tanto antes como después de la encar­nación (cf. Jn 1,18).

Y es lógico que la encarnación de la Palabra divina sea un requisito necesario para la ple­nitud de un diálogo entre Dios y la persona. Mientras la Palabra no se revista de carne humana no puede ser captada u oída plenamente por la persona. La corporeidad es nece­saria para la comunicación interpersonal en la vida de relación de las personas.

Esta presencia encarnada de la Palabra hay que entenderla como la cima culminante de la presencia preexistente de Dios. Si la Palabra estaba en el principio Dios y todas las cosas fueron creadas por ella (cf. Jn 1,1-4), la encarnación de la Palabra no puede supo­ner una ruptura con la anterior presencia, sino una continuación en un nivel nuevo. La presencia de Dios en la creación llega a su punto omega en la presencia de Dios en Cristo, el Verbo encarnado.

Tampoco significa la encarnación un rechazo de la presencia histórica de Dios en su pue­blo elegido, Israel. La religión visible de Israel con su pueblo creyente, sus sacramentos, sus sacrificios y sacerdotes es la primera fase de la Iglesia, la manifestación imperfecta del misterio de Cristo. Se da, pues, un proceso creciente de concentración sacramental desde la creación hasta Cristo, pasando por Israel. La aparición de Cristo como “signo” o la Encarnación es la sacramentalización radical y culminante de la presencia preexistente de Dios en medio de las personas. Cristo es el don pleno de la salvación de Dios hecho carne; es el “protosa­cramento” o el “sacramento primordial” que visibiliza y hace presente el amor y la gracia de Dios de un modo supremo y se constituye así en el lugar privilegiado del encuentro de la persona con Dios (cf. Hb 1,1).

IMAGEN DE DIOS INVISIBLE
Pablo habla de Jesucristo como imagen visible por cuanto en su humanidad se reflejan las perfecciones divinas. La per­sona aprende a conocer a Dios contemplando los hechos y dichos de Jesús. Él es copia fiel de su original, el Padre. Tan fiel que iguala a su modelo, llegando a ser “semejante”, “consubstancial” con el Padre, puesto que en Jesucristo “habita toda la plenitud de la divinidad”. La misma idea se expresa en Hb 1,3: Jesucristo es “impronta” de su substancia.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano