Miércoles Santo, 31 de marzo 
Domingo de Resurrección, 4 de abril de 2021

1373 • AÑO XXIX

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“Stabat Mater dolorosa”, de Pergolesi

El mayor Amén de toda la música

Stabat Mater dolorosa: El himno de Pergolesi siempre nos ayuda a percibir la dicha misteriosa, el consuelo paradójico, la certeza llena de vigor y desafío ante las cosas que ocurren. Nos ayuda siempre; y verdaderamente Pergolesi es como un hermano que en nuestro camino sostiene la fe común, la memoria común, la fidelidad común a la Madre de quien nace en cada momento el acontecimiento que alcanza nuestra vida.

¿Quién ha experimentado más la pre­sencia de esta terrible contradicción, quién ha advertido más la· presencia de Rey, del gran misterio, quién ha sentido con más agudeza el dolor provocado por el rechazo que el hombre le ha dado, le da y le dará, por esta vida que el hombre pasa en el olvido, el rechazo o la nega­ción? ¿Quién ha sufrido con más intensi­dad este dolor? ¿Quién ha percibido más el Misterio de su presencia y quién ha padecido más la Cruz, Dios en la Cruz, sino María? ¡Cómo debía distinguirse ante los ojos de la Virgen, sobre el fondo de todas las cosas, sobre el fondo de ella misma, su hijo en Cruz, Cristo en Cruz!

Imaginemos cuando se despertaba por la mañana, imaginemos cómo se desenvolvía su tiempo; creía en lo que creía: ella es el punto en el que Cristo no se ha ausentado ni siquiera de una miga de pan, ni de un milímetro cúbico, ni tan siquiera de un gramo; ella es el punto en el que el dolor del mal de mundo ha sido más crucial. Ha participado por esto, en esto, en la muerte de Dios, en la muerte de Cristo. Todo el odio que el mundo vivía y ha vivido hacia Cristo se concen­tró en aquella muchacha; la carne, los huesos, el corazón y el pensamiento de esta muchacha absorbieron el odio que mató a Cristo. Es el amor más verdadero y más grande que haya existido jamás.

Sólo Cristo elimina este límite, sólo Cristo salva la relación con tu padre y tu madre, salva la relación con el joven que amas, salva la relación con la verdad que se despierta cuando miras las cosas con curiosidad, salva la vida que se agita dentro de ti, el gusto por ti, el amor a ti, te salva en el Paraíso.

Podemos compadecemos, participar en el dolor de la Virgen, tener compasión de Cristo en la Cruz, sólo si arriesgamos nue­stro corazón y aceptamos el designio que el Padre tiene sobre nosotros, designio que implica nuestra participación en la misma Cruz de Cristo. La aceptación del dolor y del sacrificio, contradicción de la vida.

Un corazón humano no puede permanecer indiferente ante lo que pasa, porque ha sucedido un hecho que permanece con nosotros hasta el fin del mundo. Él muere y resucita todos los días hasta el fin del mundo; "quis est homo qui non fleret?', ¿hay algún hombre que pueda no llorar? Tenemos que fijar nuestra mirada en lo que la Virgen vive. Nosotros no lo sabíamos; mirándola empezamos a saberlo. En cualquier condición en la que nuestro corazón se encuentre pidamos participar también nosotros en los sentimientos de la Virgen: haz que mi corazón ame a Cristo Dios. No hay nada que pueda llegar a hacer humano nuestro corazón como que mirar a Cristo con dolor, cualquiera sea la condición de nuestra vida y de nuestro espíritu.

Que cuando nuestra carne muera, se le conceda a nuestra alma la gloria del paraíso, es por esto por lo que el Stabat Mater de Pergofosi, este inmenso grito de dolor apasionadamente perseguido y experimentado, termina en la música más gloriosa que pueda concebirse, termina con el Amén. Todo lo que decimos como relaciones, como posesión, alegría, gozo o deseo, todo tiene delante de sí la muerte, tiene un límite. Sólo Cristo elimina este límite, sólo Cristo salva la relación con tu padre y tu madre, salva la relación con el joven que amas, salva la relación con la verdad que se despierta cuando miras las cosas con curiosidad, salva la vida que se agita dentro de ti, el gusto por ti, el amor a ti, te salva en el Paraíso. Pero el Paraíso de Cristo empieza aquí porque Cristo ha resucitado aquí.

Esto es lo que significa el Amén, el mayor Amén de toda la música, con el que concluye el Stabat Mater de Pergolesi. Amén: sí. Sí a lo que Tú quieras, Cristo, porque sólo Tú destruyes el límite, incluso en este mundo, ya nada se pierde en este mundo. Y ésta es una experiencia que estamos llamados a hacer aquí, no mañana sino aquí, hoy. Él está aquí.

La vida tiene un destino, Cristo ha muerto por nuestro destino: la gloria del Paraíso. La amistad es una compañía guiada al destino, éste es el Amén que vivimos, que podemos vivir cada día de nuestra vida, nuestra amistad es ya el término, la meta en acto. El Amén del Stabat Mater es un grito de alegría, de gloria. No ha desentonado en el corazón del Viernes Santo porque ha muerto para resucitar y dominar así el tiempo y el espacio y llegar hasta nosotros. La Cruz es una condición puesta por el Padre, por el Misterio. Lo que a nosotros nos toca es verificar las consecuencias de la obediencia, es decir, la fe.

En la fe cualquier cruz florece en una paz, en una dicha, en una alegría, florece en una verdad que es la alegría de nuestra humanidad. También por eso las palabras del canto son el contenido de felicitación una: "Que Cristo resucite en todos los corazones". La forma de esta alegría no es siempre la misma, es distinta según los individuos, según las edades de la historia, es distinta para los diversos tiempos, en cada uno de noso­tros, del pueblo de Dios. No siempre la forma: de la gloria y de la alegría que nace de la cruz es la que expresa un monumento grandioso, fantástico, que domina toda la llanura, construido en una época cristiana. Esta gloria también puede expresarse cuando se reúnen unos cuantos indígenas en una cabaña o algunos cristianos perseguidos que se reúnen a escondidas para recitar una oración o celebrar una misa. Sea como sea, la verdadera forma es la que nuestro corazón debe asumir, una forma de gloria y de alegría que significa mayor verdad de la razón y capacidad de gratuidad del corazón.

Luigi Giussani
De la Colección de música Spiritu Gentil

 

STABAT MATER DOLOROSA, DE PERGOLESI
Estaba la madre dolorosa
a los pies de la cruz en lagrimas
mientras el hijo estaba colgado.

Su alma gimiendo
contristada y doliente
estaba traspasada por una espada.

Oh, que triste y afligida
era esa bendita
Madre del Unigénito.

Ella estaba afligida
Y adolorada y temblaba,
mirando las penas de su hijo encorvado.

¿Cuál hombre no lloraría
mirando a la madre de Cristo en tal sufrimiento?
¿Quién sería capaz de no afligirse,
mirando a la madre piadosa,
adolorada y al hijo?

Por los pecados de su pueblo
ha visto a Jesús sometido
a los tormentos y a las penas.

Ha visto a su dulce hijo
muriendo abandonado
hasta cuando el falleció.

¡Ea! madre fuente de amor,
haz que yo sienta la violencia del dolor,
que llore junto a ti.

Permite que mi corazón se inflame
en el amor por Cristo Dios,
para agradarle.