21 marzo 2021
1371 • AÑO XXIX

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Nota de los obispos en la Jornada por la Vida 

El don sagrado que todos debemos preservar

En el contexto del Año de San José, convocado por el papa Francisco, la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida  pone su mirada en la vida del patrono de la Iglesia a la hora de celebrar la Jornada por la Vida del próximo 25 de marzo.  

CUSTODIOS DE LA VIDA
Nos narra san Mateo que “la generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado” (Mt 1, 18-19).

Este texto evangélico refleja la perplejidad de san José ante el embarazo de la Virgen María. Pero, la nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; (...) José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio.

En efecto, san José recibe la misión de custodiar y proteger a María y al bebé que lleva en sus entrañas.

La vida humana e un bien fundamental para el hombre, sin el cual no cabe la existencia ni el disfrute de los demás bienes. No procede conceder un peso determinante a categorías como útil, inútil, gravoso, deseado, no deseado, etc.

En nuestra actualidad muchos erigen como criterios determinantes para evaluar si una vida merece la pena ser vivida o no la salud, el bienestar o la utilidad. Desde esta mentalidad, se plantea descartar aquellas vidas que no cumplen con estos parámetros. Este descarte de vidas humanas, que es deplorable en sí mismo, es aceptado por muchos desde el paradigma emotivista que conduce a emitir juicios y a tomar determinaciones, no desde la razón, que nos lleva a promover el bien y adherirnos a la verdad, sino desde un puro sentimentalismo. Así, el fundamento último de todo pasa a ser los sentimientos y los deseos que en muchas ocasiones se convierten en leyes.

Una atenta mirada a nuestra sociedad nos lleva a descubrir el avance de la cultura de la muerte, por la reciente proposición de Ley Orgánica de regulación de la eutanasia. Ante esta situación tenemos que preguntarnos cuál debe ser nuestra respuesta como cristianos en este momento histórico. Nos equivocaríamos si cayéramos en el derrotismo al pensar que esto no tiene solución o que no hay marcha atrás. También sería equivocado vivir con los brazos cruzados en un constante espíritu de queja.

Una vez más, fijarnos en el ejemplo de San José iluminará nuestro camino. Comenta el papa Francisco que “muchas veces, leyendo los ‘evangelios de la infancia’, nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero ‘milagro’ con el que Dios salvó al Niño y a su madre... Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia[1].

LA VIDA SIEMPRE ES UN BIEN
Como san José, ante esta cultura de la muerte, debemos ser custodios de la vida porque, como afirmaba san Juan Pablo II, la vida es siempre un bien”. El fundamento que permite afirmar que la vida es siempre un bien es el hecho de que la vida es un don que proviene de la misteriosa y generosa voluntad de Dios. En este contexto de don puede afirmarse que toda vida vale la pena ser vivida puesto que en ella hay un orden previo y un destino profundamente querido por su Creador. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” (Gén 1, 27). La vida es un don que Dios da a aquellos que ama como solo Dios puede amar, con un amor infinito, con un amor eterno. Tal como se expresa en el libro de Jeremías: “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones” (Jer 1, 5).

En la constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II leemos: “En realidad solo en el misterio del Verbo encarnado se ilumina verdaderamente el misterio del hombre” (n. 22); y un poco más adelante: “Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (n. 22). Así la vida humana ha sido enaltecida a lo más alto cuando el mismo Hijo de Dios se hace hombre. “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14).

Vivamos este compromiso por la vida en nuestro día a día, ofreciendo nuestra ayuda eficaz a los que atraviesan situaciones de vulnerabilidad.

“Hay que recordar que la vida humana vale en sí misma y no está ligada al vigor físico, ni a la juventud, ni a la salud física o psíquica. Es un bien fundamental para el hombre, sin el cual no cabe la existencia ni el disfrute de los demás bienes. Por tanto, no procede conceder un peso determinante a categorías como útil, inútil, gravoso, deseado, no deseado, etc. Cada persona ha de ser considerada siempre como un fin en sí misma y nunca como un medio para otros fines. Toda vida humana es digna y merecedora de protección y respeto, y su valor no puede medirse por la satisfacción subjetiva que produce ni por su nivel de bienestar”[2].

La Iglesia, que es Maestra, nos enseña que “la vida de todo ser humano ha de ser respetada de modo absoluto desde el momento mismo de la concepción, porque el hombre es la única criatura en la tierra que Dios ha ‘querido por sí misma’, y el alma espiritual de cada hombre es ‘inmediatamente creada’ por Dios; todo su ser lleva grabada la imagen del Creador. La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta ‘la acción creadora de Dios’ y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Solo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término: nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente[3].

CON VALENTÍA CREATIVA
La Iglesia, que es Madre, nos invita a tener esa valentía creativa en la custodia y la defensa de la vida humana. Queremos agradecer a todas aquellas personas que, movidas por su fe o por la solidaridad humana, desde el ámbito eclesial o civil, con valentía creativa, llevan a cabo todo tipo de iniciativas para promover la cultura de la vida.

Gracias a los que acompañan a las mujeres embarazadas en situación de vulnerabilidad que, de otro modo, se verían abocadas al aborto. Gracias a los que cuidan con tanto cariño y generosidad a los mayores y a los enfermos terminales, evitando así que sientan que son una molestia y que se planteen la eutanasia como una salida. Recordemos que “incurable, de hecho, no es nunca sinónimo de ‘incuidable’”[4].

Invitamos a todos los cristianos a cuidar la formación para estar “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15). Profundicemos en los motivos que nos llevan a ser custodios de la vida; motivos que provienen en muchos casos, no solo de nuestra fe, sino también de la evidencia científica.

Esta invitación a instaurar la cultura del cuidado se dirige a todos y cada uno de los cristianos y de las personas de buena voluntad. Vivamos este compromiso por la vida en nuestro día a día, ofreciendo nuestra ayuda eficaz a los que atraviesan situaciones de vulnerabilidad.

“Ante la condición de necesidad de un hermano o una hermana, Jesús nos muestra un modelo de comportamiento totalmente opuesto a la hipocresía. Propone detenerse, escuchar, establecer una relación directa y personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio (cf. Lc 10, 30-35)”[5]. (Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial del Enfermo 2021).

Acudamos a la intercesión de san José, custodio de la vida y patrono de la buena muerte, y de santa María, su Esposa y Madre de Jesucristo, para que nos hagan apóstoles del Evangelio de la Vida.

Mons. D. José Mazuelos Pérez, obispo de Canarias. Presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida
Mons D. Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares
Mons. D. Ángel Pérez Pueyo,  obispo de Barbastro-Monzón
Mons. D. Santos Montoya Torres, obispo auxiliar de Madrid
Mons. D. Francisco Gil Hellín, arzobispo emérito de Burgos


[1] Francisco, carta apostólica Patris Corde, n. 5.
[2] Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa De la Vida, En defensa de la vida, materiales para la Campaña por la Vida 2013.
[3] Congregación para la Doctrina de la Fe, instrucción Donum vitae sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación (22.II.1987).
[4] Congregación para la Doctrina de la Fe, carta Samaritanus Bonus sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida (22.09.2020).
[5] Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 2021, n. 1.