7 de marzo de 2021
1369 • AÑO XXIX

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7 marzo

Día de Hispanoamérica

El próximo 7 de marzo se celebra el Día de Hispanoamérica. Este año bajo el lema Con María, unidos en la Tribulación. El objetivo de esta jornada constituye una acción de gracias por los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que se encuentran en el continente americano.

Actualmente, hay 178 sacerdotes de la Obra para la Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA) en América Latina. A ellos se les recuerda en esta jornada; además se invitar a colaborar a través de la oración y la ayuda económica. Gracias a estas ayudas el año pasado se recaudaron 55.594,20 euros. Los datos desglosados por diócesis se pueden consultar en el material documental.

¿Cuál es el mensaje de la Pontificia Comisión para América Latina?
La presidencia de esta Comisión invita a que el Día de Hispanoamérica se convierta este año en una llamada especial a la fe y a la solidaridad. El confinamiento que ha ocasionado la pandemia de la Covid-19 mantiene a las personas distanciadas y aterradas, por lo que, la fe es el instrumento fundamental para superar esta prueba.

Mensaje de la Presidencia de la
Pontificia Comisión para América Latina

Con María, unidos en la tribulación

El Día de Hispanoamérica en las diócesis de España, este año, es una ocasión especial, por un llamado a la fe y a la solidaridad intercontinental. La pandemia de la COVID-19 nos tiene confinados, distanciados y aterrados, pero no desesperados, ya que la fe del Pueblo de Dios alza la mirada al Cielo para sobrevivir y superar la prueba inaudita.

La humanidad entera y, con ella, toda la Iglesia, se encuentran ante el gran desafío de esta crisis sanitaria, que es también social y económica. Las necesidades materiales y espirituales son numerosas y urgentes, y los caminos de acción diversos, sin embargo, una primera lección que no deberíamos olvidar es que estamos todos en la misma barca, nuestras vidas se constituyen en relación, y para los cristianos, por el don del bautismo, en relación filial y fraterna. Esta es la buena y bella noticia que, generaciones y generaciones de misioneros anuncian con el testimonio de su vida: “Ser misionero es ser anunciador de Jesucristo con creatividad y audacia en todos los lugares donde el Evangelio no ha sido suficientemente anunciado o acogido, en especial, en los ambientes difíciles y olvidados y más allá de nuestras fronteras”[1].

Desde esta perspectiva, la celebración del Día de Hispanoamérica promovida, desde hace más de 60 años, por la Conferencia Episcopal Española, constituye un momento de profunda acción de gracias por los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que se encuentran en misión en el continente americano. Es también momento de oración suplicante “al Dueño de las mies para que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38), y suscite nuevas vocaciones misioneras. El lema propuesto este año para el Día de Hispanoamérica no podría ser más cercano al Pueblo de Dios: Unidos bajo el manto de María. Pues “Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios”[2].

¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?

María es modelo de discípula misionera, por ello el Papa Francisco nos recuerda que hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. (…) Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización[3].

Unidos bajo el manto de María es experiencia de fe viva en el Pueblo de Dios latinoamericano, maravillosamente expresada a través de la rica religiosidad popular y mariana, en sus distintas advocaciones nacionales y locales. Cómo no mencionar, en este punto, a Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de América y “Estrella de la primera y de la nueva evangelización”, primera discípula y gran misionera de nuestros pueblos.

En el contexto de la actual situación de pandemia, nuestra Madre de Guadalupe nos dice nuevamente las mismas palabras que dirigió al indio san Juan Diego, afanado por la enfermedad de su tío: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?”[4].

Como en aquella ocasión, como en las bodas de Caná, como a los pies del Calvario, también en el hoy de la misión, en cada alegría y sufrimiento humano, nuestra Madre se hace presente. Por ello, cuando estamos cansados, desanimados, abrumados por los problemas, volvámonos a María, sintamos su mirada que dice a nuestro corazón: “¡Ánimo, hijo, que yo te sostengo!” La Virgen nos conoce bien, es madre, sabe muy bien cuáles son nuestras alegrías y nuestras dificultades, nuestras esperanzas y nuestras desilusiones. Cuando sintamos el peso de nuestras debilidades, de nuestros pecados, volvámonos a María, que dice a nuestro corazón: “¡Levántate, acude a mi Hijo Jesús!, en él encontrarás acogida, misericordia y nueva fuerza para continuar el camino[5] .

Unidos bajo el manto de María, más de la mitad de los misioneros españoles diseminados por el mundo, se encuentran en tierras americanas, signo claro del ardor y empeño apostólico de la Iglesia española. Como misioneros, estáis en una labor privilegiada de acompañamiento y cercanía, alimentando con la luz del Evangelio el caminar del Pueblo de Dios, especialmente en las periferias existenciales de soledad y miseria que afligen a nuestro continente.

Os transmito, una vez más, mi sincera y profunda gratitud porque en vuestra entrega cotidiana, dais vida el mandato de Cristo: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).

Aprovecho también para agradecer y saludar con afecto a Mons. Francisco Pérez González, presidente de la Comisión Episcopal para las Misiones y Cooperación entre las Iglesias, así como a todos los colaboradores y delegados diocesanos de Misiones. Os agradezco con especial aprecio y os aliento a perseverar en vuestro caminar misionero, cercano a los más necesitados, especialmente en estos momentos de sufrimiento a causa de la pandemia y sus graves consecuencias.

Unidos bajo el manto de María, y en relación filial, estamos todos llamados a continuar, bajo su guía y protección, una renovada acción evangelizadora que nos haga salir de nuestras seguridades, y nos lleve a construir una cultura más humana y más cristiana, y así escribamos, con Ella, una nueva historia de esperanza.

Me gustaría concluir este Mensaje recordando el significado del evento Guadalupano, que sin duda continúa indicándonos el camino misionero y eclesial: “La santísima Virgen ha regalado a la Iglesia la ‘Tilma’, es un programa, para que la Iglesia llegue a ser una ‘Tilma’. Una Tilma eclesial, que todo el continente sea esta Tilma de unidad, de bautizados misioneros, de discípulos en una estrechísima unión entre todas las partes del continente, todos los estados de vida, todos los carismas; formar esta tilma donde vemos muchas flores, las flores son los santuarios marianos que mantienen esta unidad, porque la unidad del continente americano se apoya en María, en la fe cristiana. Entonces, que esta Tilma eclesial, vaya perdurando y manteniendo sus colores, que sea de curación, de reconciliación, de fraternidad, es lo que más necesitamos para la nueva evangelización”[6].

Quién mejor que nuestra Madre celestial para inspirar lazos de fraternidad, de colaboración desinteresada, de generosidad y cuidado mutuo, por lo que, confiados, le rogamos: “Madre amantísima, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria. Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio y la constancia en la oración”[7].

Marc. Card. Ouellet
Presidente Pontificia Comisión para América Latina

[1] Aparecida, Mensaje final, n. 4.
[2] Francisco, Evangelii gaudium, n. 286.
[3] Ibíd., n. 288.
[4] Nican mopohua, nn. 118-119
[5] Francisco, Mensaje a los peregrinos de todos los santuarios marianos del mundo (octubre 2013).
[6] Clausura de la peregrinación-encuentro al santuario de Guadalupe (2013).
[7] Francisco, Oración a María para el mes de mayo de 2020.