8 de diciembre de 2019
1308 • AÑO XXVIII

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“Caminemos a la luz del Señor”

El Señor vino sin campanas. Y el Señor viene a despertarnos de nuestro sueño y a reclamar nuestra libertad. (…) El Señor viene siempre a dar la vida, viene siempre a salvar, viene siempre a comunicarnos Su Vida divina. Vino, en primer lugar, la noche de la Navidad. Viene ahora y viene de mil maneras. De hecho, viene siempre, viene en cada Eucaristía.

Cada Eucaristía es una celebración del Misterio de Cristo que nos comunica Su Vida divina y que nos abraza con Su amor. Y si la Iglesia, los cristianos, la comunión de los cristianos, fuésemos conscientes de que somos hijos de Dios, como lo decimos cada vez que rezamos el Padrenuestro… pero, en realidad, los hombres podrían encontrarse con Cristo, aunque no vinieran a la Iglesia, si se encontraban con nosotros y con la alegría… Que no es la alegría de las fiestas sin sentido y vacías, y que no es una alegría fabricada con los instrumentos que hay para fabricar falsas alegrías. Es una alegría profunda, serena, radiante de esperanza, radiante de la certeza de que, a pesar de nuestra pobreza (no es la más grande el que se te pase la hora del comienzo de la Eucaristía, sino otras pobrezas mucho más grandes que llevamos dentro de nosotros), hemos recibido el Amor infinito de Dios. Lo hemos conocido. Lo conocemos. Sabemos que somos amados cada uno con ese Amor infinito. Ese Amor infinito nos desea, desea nuestro corazón, desea venir a nosotros; tiene deseo de nosotros y de nuestro amor.

Eso es a lo que nos preparamos en el Adviento, a comprender eso, a comprender ese Misterio de Cristo que viene a nosotros y viene para darnos la vida. Cuando tenemos la experiencia de eso, eso es lo que cambia las espadas en arados y las lanzas en podaderas. Eso es lo que cambia realmente nuestra vida humana y nos permite caminar a Tu Luz, en medio de un mundo que produce una ternura inmensa, porque todo el mundo busca ser feliz. Decimos: “Es que la gente no quiere oír hablar de Dios”. ¡Mentira! Cuando alguien está buscando ser feliz, aunque lo busque de la manera más estrafalaria, más desordenada, más inconsciente, menos adecuada también a lo que uno realmente busca, a un amor o a un bien o a una belleza que realmente todos buscamos, aunque sea de esa manera, todos estamos buscando la felicidad, y eso nos hace cómplices del anuncio del Evangelio. El corazón humano siempre es cómplice de ese anuncio. A lo mejor, si echamos un sermón, como estoy echando yo ahora, o hablamos de Jesucristo o de cosas que suponen siglos de cristianismo por detrás… Pero si hablamos de los deseos del corazón; si hablamos de la necesidad o del anhelo que todos tenemos de ser bien queridos, el anhelo que tenemos de verdad, de que no se nos mienta y de vivir en la verdad, de caminar en la verdad, encontraríamos, ciertamente, muchos hermanos nuestros, que si no piensan que la Iglesia tiene que ver con su vida, es porque, muchas veces, no han encontrado en nosotros esa preocupación por su vida y por el bien y la belleza de sus vidas.

Señor que, “caminemos a la luz del Señor”, dejemos iluminar nuestras vidas por la luz de ese amor, y que brille. No importa el número, no importa que seamos muchos o pocos. Importa que seamos verdaderos. Y verdaderos significa dejarnos acoger por Ti, que es lo que en el fondo es acogerTe a Ti. Acoger tu Amor es dejarnos acoger por Ti, para que seas Tú quien guíe nuestras vidas, quien las ilumine, quien habite en nosotros de tal manera que podamos ser testimonio de una alegría que no hay que fabricar, porque es puro regalo, puro regalo del Señor, pura gratitud por todo lo que somos, por todo lo que somos, por todo lo que nos has dado, que es todo lo que somos: nuestra vida, nuestra esperanza, nuestra certeza de la vida, nuestra certeza de tu amor y de tu misericordia con todos nosotros.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

1 de diciembre de 2019
S.I Catedral de Granada

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