27 de junio de 2021
1385 • AÑO XXIX

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Teología de los Sacramentos (II)

Fundamentación cultural de los sacramentos

Los sacramentos son la expresión cultual de la fe de la Iglesia. Para comprender esta afirmación, te­nemos que situarla en el marco de la expresión cultual de la persona religiosa, en general, y del culto religioso del pueblo de Israel, precedente inmediato de la Iglesia.

 El cristiano no abdica comple­tamente por serlo de la religiosidad natural, y, por tanto, la expresión cultual de su fe hunde sus raíces en la expresión cultual del creyente de las religiones cósmico-biológicas.

 El cristianismo nace del judaísmo histórico, de alguna manera, es necesario abordar el tema del proce­so genético del culto en la religión de Israel, ya que la fe cristiana tiene en común con la judía el ser una religión revelada.

 EL CULTO EN LAS RELIGIONES NO REVELADAS
La experiencia de la religión natural se compone de estos elementos relacionados:

Elementos objetivos: Lo numinoso, lo divino, lo totalmente Otro, lo que se intuye como fundamento último y raíz profunda de toda la realidad, lo transcendente-inmanente, es decir, el Misterio.

El Misterio “aparece” en el mundo de la persona. Por eso es inmanente sin perder su transcendencia. Las cosas prestan a lo divino una posibilidad de “epifanía” y de interpelación para la persona. Las cosas poseen una capacidad de alusión más allá de sí mismas, son transparentes. Por eso se puede hablar de su carácter simbólico, -en expresión cristiana- de su capacidad “sacramental”.

Elementos subjetivos: Las deducciones de la persona religiosa se pueden resumir en: la experiencia de la inseguridad: la existencia no es segura, está en riesgo y en suspenso; es incomprensible y desconocida por sí misma, no es necesaria sino gratuita. La experiencia de la finitud, de la nada, del mundo dado y de sí mismo, que tiene un mo­mento privilegiado: la muerte.

LAS REACCIONES DE LA PERSONA RELIGIOSA
Ante el descubrimiento de lo divino, que aparece en las cosas a través de la experiencia de la inseguridad y de la finitud, la persona religiosa reacciona con una actitud básica, el estupor, el asombro que se explicita en el temor y la fascinación. Bajo la presión del temor surgen dos posibilidades: considerar “lo Otro”, lo divino, como una potencia intrusa en nuestro mundo y amena­zante, que nos pone en peligro caprichosamente. Considerar “lo Otro” como una potencia rectora que da razón y sentido a todo el ser existente, cuyo “aliento incorruptible se encuentra en todas las cosas, que ama a todos los seres y no odia nada de lo que ha hecho” (Sab 11) y que, por tanto, hay que respetar siempre y en todo lugar, pero que también puede convertirse en amenazante y terrible en respuesta a la responsabilidad libre de la persona en la historia.

Bajo la presión de la fascinación la persona descubre la grandeza única de la potencia rectora a la que debe todo lo que es y de la que depende su “salvación” o su “ruina”. 

 

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano