20 de junio de 2021
1384 • AÑO XXIX

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Padre, Hijo y Espíritu Santo

La familia y la Trinidad

Habiendo sacado a Eva del costado de Adán, quiso Dios por medio de ello hacer que la naturaleza humana, en los representantes de la unión generativa, el padre, la madre y el niño, naciera de un único principio, como la naturaleza divina procede del Padre al Hijo y del Padre y el Hijo al Espíritu Santo.

Él quería presentar la unidad de generación en la humanidad como la imagen fiel más elevada de la unidad de naturaleza de las Personas divinas. Así como en Dios sólo el Hijo procede del Padre, y el Espíritu Santo aparece como el fruto, la corona y el sello de la unidad del Padre y el Hijo, así en la humanidad, en un primer momento, sólo la mujer debía proceder del varón y el hijo debía representar la corona de la unión del varón con la mujer. Las diferencias que en esta comparación saltan a la vista, no hacen sino confirmarla.

En la humanidad, el Hijo aparece como la tercera persona, su origen como la segunda; en Dios, el Hijo es la segunda persona, su origen la primera. Pero ¿por qué? Como en todas la creaturas reina entre los hombres una dualidad, una separación entre acto y potencia, así también la naturaleza humana está dividida en dos principios, un principio predominantemente activo, el varón, y un principio predominantemente pasivo, la mujer. La generación como el acto más elevado de la naturaleza en cuanto tal, es por eso también aquí solamente el producto de la coparticipación de los sexos. Por el contrario, en Dios, en quien no existe la separación entre acto y potencia, que es la naturaleza más pura y más perfecta, la generación debe proceder, como el más natural y el principal acto de la naturaleza, inmediata y exclusivamente de la primera persona. Y como en los hombres la generación es la última cosa a que se llega, pues para que pueda tener lugar antes está la diferenciación de los sexos, pero es al mismo tiempo la primera cosa en cuanto a la intención, porque la diferenciación sexual tiene lugar sólo en vista de ella, así la generación en Dios está necesariamente en relación con la primera producción. Precisamente porque la generación en Dios es verdadera generación, debe proceder de una persona y no de dos.

En Dios, el Hijo procede como Hijo perfecto del Padre, sin que sea necesaria otra persona ni para que nazca ni para su formación.

Con todo, en modo semejante aunque en manera incomparablemente más elevada, en Dios entra la tercera persona como mediadora entre el Padre y el hijo, como en la naturaleza humana está la madre entre le padre y el niño. Como la madre es el lazo de amor entre el padre y el niño, así en Dios, el Espíritu Santo es el lazo de amor entre el Padre y el Hijo. Y como aquélla, en cuanto comunica la naturaleza al niño de parte el padre, sólo puede dar a luz al niño en la unidad de naturaleza con el padre, así también el Espíritu Santo hace aparecer al Padre y al Hijo propiamente sólo en la unidad de la naturaleza, y esto no como si Él comunicara al Hijo la naturaleza, sino en cuanto Él mismo es el fruto de la unidad y del amor de entrambos.

En Dios, el Hijo procede como Hijo perfecto del Padre, sin que sea necesaria otra persona ni para que nazca ni para su formación. Sin embargo, lo que entre los hombres la precariedad de la generación exige como una condición, eso mismo exige en Dios la riqueza de la generación como consecuencia: si bien el Hijo obtiene del solo Padre su origen, esta altísima unidad con el Padre requiere la procesión de un ligamen personal, en el que el Padre y el Hijo depositen su amor mutuo.

Mientras que en la humanidad la mujer, como persona que está entre el padre y el niño, representa la condición carnal de la naturaleza y de la fecundidad, en Dios la persona que está entre el Padre y el Hijo debe representar la condición espiritual de su naturaleza y de la fecundidad que tiene lugar en la misma; debe existir el florecer, el siempre más de la naturaleza espiritual de Dios.

Como entre los hombre la mujer comunica y representa la unidad carnal, la unidad de la carne entre el padre y el niño, así en Dios la tercera persona debe representar la unidad espiritual, la unidad de Espíritu, de la naturaleza espiritual entre el Padre y el Hijo, y esto no como mediadora, como la mujer, sino como florecimiento y más alta expresión de ellos mismos (como el siempre más de ellos mismos). La generación en Dios es, porque Dios es espíritu puro, una generación virginal; en modo también virginal, por tanto, el Espíritu Santo debe ser la persona de unión entre el Padre y el Hijo.

En la Iglesia, familia sobrenatural de Dios, las vírgenes consagradas, según la hermosa descripción de Cipriano, son “la flor entre los vástagos, el honor y el ornamento de la gracia del Espíritu Santo” y como tales son imágenes del mismo Espíritu Santo, que imprime en ella su propio ser. Ante todo esto hay que decirlo de la Virgen de las Vírgenes que fue madre gracias al poder del mismo Espíritu Santo en un modo sobrenatural y que, como Él en el seno de la divinidad entre el Padre y el Hijo, mediante Él y con Él es el vínculo de amor entre el Padre y su Hijo hecho carne. Según el modelo de María, la Iglesia, animada por el Espíritu Santo, mediante Él y con Él, es la madre virginal de todos los que ella da a Dios Padre como hijos, en el poder del Espíritu Santo e incorpora al Hijo hecho carne como miembros de su Cuerpo místic

Matthias Joseph Scheebe
Die Mysterien des Christentums