Nº 1384 • AÑO XXIX
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“Buscar el rostro de Dios”.
Testimonio de vida contemplativa (y II)
“Dios ama desde siempre y para siempre”
“Ante la perspectiva mundial y ante el testimonio de tantos hermanos, que luchan y trabajan por llevar a todos el mensaje de Cristo, los ‘buscadores de Dios’, nos apremia la redoblada exigencia de corazón impulsor y manos alzadas en constante intercesión”. Segunda parte del testimonio de vida contemplativa.
A todos los mira Jesús, desde el sagrario, como miraba a los niños que le acercaban para que los bendijera; como miraba a los enfermos y los curaba; como miró al joven rico y le llamó a seguirle; como miraba con compasión a la multitud que andaba como ovejas sin pastor; como miró a Zaqueo y a Mateo; como miró llorando a Jerusalén o sollozando la tumba de Lázaro; como miró a Pedro y le preguntó: “¿Me quieres?”; o viendo remar cansados a sus discípulos, cuando les dijo: “¡Ánimo! Soy yo. No temáis”.
En el mundo está el misterio de la iniquidad en acción. Pero Dios sigue mirando con amor a su creación y hoy, desde la fe, se puede decir lo mismo que nos dice el Libro del Génesis, después de la creación del hombre y la mujer: “Vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gén 1, 31).
Sí, a pesar de la infidelidad del hombre, de tanto odio y perversión, ante Dios todo es muy bueno porque Dios ve a su Hijo amado, en quien tiene sus complacencias. La presencia de Jesucristo en la eucaristía hace que en el mundo “la caridad sobreabundante de Cristo en su Pasión, muerte y Resurrección sea mayor que la perversidad y el odio. Por esa presencia viva de nuestro Redentor, Dios recibe de su creación más gloria que ofensa” (Charles Journet). La mirada de Dios es mirada de Amor, pues “el mirar de Dios es amar” (san Juan de la Cruz). Sobre el “caos” se cierne el Espíritu de Dios para convertirlo, al mirarlo, en “cosmos”. Así contemplamos las contemplativas el mundo con la mirada de Dios, lo vemos cercano, porque está con nosotros siempre, en toda circunstancia y en todo momento: — Con amor de padre: Dios nos ama como a su Hijo amado, Jesús (cf. Jn 17, 23.26). El Padre espera siempre al pecador, lo ve de lejos y lo besa efusivamente cuando vuelve a él. “Tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y Tú nuestro alfarero, hechura de tus manos” (Is 64, 7). — Con amor de madre: “¿Acaso olvida una mujer el fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. En mis palmas te tengo tatuada” (Is 49, 15-16). “¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo las alas…!” (Lc 13, 34). — Con amor de esposo: “Tu esposo es tu Hacedor” (Is 54, 5).
“Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, le da alimento y calor, (…) somos miembros de su Cuerpo. Dejará el hombre a su padre y a su madre, para unirse a su mujer y llegar a ser un solo cuerpo. Gran misterio es este, yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5, 31-32). — Con amor de hermano: “Ve a mis hermanos y diles… (Jn 20, 17). “Jesús tenía que hacerse en todo semejante a sus hermanos” (Heb 2, 17). — Con amor de amigo: “Ya no os llamo siervos, os llamo amigos porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15). “Amigo, haz lo que has venido a hacer” (Mt 26, 50).
Con misericordia eterna y amor indestructible: Dios ama desde siempre y para siempre, y no porque somos buenos, sino para que lo seamos. “Como el Padre me amó yo también os he amado; permaneced en mi amor” (Jn 15, 2). “Aunque los montes cambiasen y vacilaran las colinas, no cambiaría mi amor, ni vacilaría mi alianza de paz, dice el Señor que te quiere” (Is 54, 10). San Juan, el vidente de Patmos, vio al Hijo del hombre, irradiando luz, “sus ojos eran como llama de fuego”. Esa mirada de Jesucristo, vivo en el sagrario, quiere incendiar el corazón de cada hombre con su sed abrasadora. Entre esas miradas de Jesús hay una especial para sus sacerdotes. Ellos son sus amigos, sus “otro yo”, los colaboradores más íntimos en la obra de la redención. Por eso, los sacerdotes, como colaboradores íntimos de Jesús, tienen mucho que ver con las contemplativas. Ellos tienen un puesto de preferencia en nuestra oración de intercesión y de alabanza. Somos para ellos madres y hermanas espirituales, y por ellos ofrecemos nuestra vida. Con ellos sufrimos y gozamos por los avatares de su ministerio y los acompañamos en su camino vocacional. Se ha dicho que “cada vocación sacerdotal proviene del Corazón de Dios, pero pasa por el corazón de una madre”. Asimismo, en la historia vocacional de las contemplativas existe una presencia sacerdotal y ellos, los ungidos, los amigos de Jesús, sostienen las manos alzadas de nuestra intercesión.
LA BUENA NUEVA DEL REINO DE DIOS
Las monjas dominicas, desde su origen, estamos llamadas a apoyar la proclamación de la Buena Nueva del reino de Dios, que hacen los frailes predicadores por todo el mundo. Desde el silencio de la clausura, las monjas oran para que la Palabra de Dios, anunciada por nuestros hermanos, no vuelva a Él vacía, sino que dé fruto abundante. La familia dominicana, “familia de predicación”, es como una vidriera de muchos colores por la que pasa la luz, que es Jesucristo, para irradiarla al mundo. La Orden es itinerante, algunos llevan la luz, mientras las monjas la reciben en el silencio, donde esperan el advenimiento del reino de Dios y piden para que las mentes y los corazones se abran a la luz. ¡Qué bello y fuerte es el misterio de la comunión eclesial!
En el icono del principio, la bola del mundo de nuestro coro está envuelta en el rosario de María. Ella es la summa Contemplatrix y “la escalera por la que Dios baja para encontrar al hombre y el hombre sube para encontrar a Dios» (VDq, n. 10.37).Dios miró su humildad y la hizo Madre de su Hijo, Madre de Dios. El Espíritu la cubrió con su sombra y la llenó de su Amor. El Hijo la vio al pie de la cruz y la hizo Madre de la Iglesia. Es nuestro modelo y guía en el camino claroscuro de la fe, en el amor maternal y en la esperanza contra toda esperanza.
Ella nos enseña a contemplar el mundo con la mirada de Dios, y nos mira siempre con ternura, comprensión y misericordia. A su Corazón Inmaculado confiamos al papa Francisco y su ministerio apostólico, la renovación de la Iglesia y los destinos de la humanidad, seguras de que cumplirá la promesa que hizo en Fátima hace 100 años: “Mi corazón inmaculado triunfará”. “El ejemplo vivo, la fuerza misteriosa que nos sostiene y empuja, la tenemos en el secreto de Dios-Hostia. Su silencio permanente de siglos, su anonadamiento total, su invisible amor actuante, esperando, viendo, contemplando todo un panorama secular de historias multiformes de pueblos y naciones; pero sobre todo de historias de almas, con sus negaciones, con sus caídas. Y ahí espera un día y otro en ese monótono rodar de siglos. Ahí espera, ahí me espera sin cansarse de llamarme, ahí me espera para dar fuerza a mi esperanza, para dar alivio a mi sequía, para ayudar a mis impotencias, para vitalizar mis deseos, para fortalecer mi flaqueza. Ahí me espera, ahí donde Él permanece en su espera tengo yo que permanecer en mi respuesta”.
Sor M.ª de la Iglesia Aristegui
O.P. Vicaria para la Unión Fraterna “Madre de Dios”
(Federación de Santo Domingo, Hispania)
Desde el Monasterio Dominicano Misionero de Santa Catalina Santorini - Grecia