20 de junio de 2021
1384 • AÑO XXIX

INICIO - Signo y Gracia

Teología de los Sacramentos

Sacramento, signos sacramentales, sacramentalidad

Los “signos sacramentales” son los momentos privilegiados de realización de estas tres realidades sacramentales: la de Cristo, la de la Iglesia, la del cristiano. La sacramentalización en un signo eclesial eficaz del misterio de Cristo y de las situaciones fundamentales de nuestra existencia humana.

Cristo es el único mediador de la salvación, por tanto, a él sólo corresponde, en sentido propio, la ex­presión “Sacramento”. Como dice San Agustín, “Cristo es el único sacramento de Dios Padre”, Él es el “sacramento original” del cual dependen y en el que reciben su sentido los demás sacra­mentos.

La Iglesia, en cuanto prolongación histórica y visible de Cristo, debe ser llamada también “Sacramen­to”. Ella es el “Sacramento” primero principal, en el cual están insertados los demás sacramentos. En el actual proceso de la salvación toda sacramentalidad supone una eclesialidad.

En cuanto al cristiano toda su vida es “sacramental”. Toda su existencia está bajo el signo de Cristo y de la Iglesia, de los que vive y a los que manifiesta en cada momento. La existencia cristiana, que se realiza en su mayor parte fuera de las celebraciones sacramentales, es una existencia santificada por la gracia, por la invitación y la respuesta. El cristiano es, por tanto, un “sacramento existencial”, lo que nos permite hablar de la “sacramentalidad permanente de la vida cristiana”.

Los “signos sacramentales” son los momentos privilegiados de realización de estas tres realidades sacramentales: la de Cristo, la de la Iglesia, la del cristiano. Son, con otras palabras, los puntos más decisivos de concretización y manifestación de la sacramentalidad de Cristo y de la Iglesia, y, al mismo tiempo, los momentos más significativos de concretización y manifestación de la sacramentalidad de la vida cristiana. Es decir, son la sacramentalización en un signo eclesial eficaz del misterio de Cristo y de las situaciones fundamentales de nuestra existencia humana.

Estas realidades sacramentales no se contradicen ni excluyen. Se trata de un único camino de salva­ción, con momentos distintos y necesarios de realización salvífica. Cada uno necesita de los demás para quedar explicado y recibir su sentido pleno. Ninguno se opone a los demás ni los excluye para afirmarse a sí mismo. Cuando esto sucede se crea un desequilibrio sacramental que comporta graves consecuencias. Si durante tiempo los sacramentos han padecido de aislacionismo, si su celebración ha tenido, a veces, acentos mágicos, si se ha reducido la acción de la gracia con la acción sacramental se debe, en gran parte, a esta razón.

Así como la fe en Cristo y la pertenencia a la Iglesia deben conducirnos a la celebración de los sacra­mentos, del mismo modo la celebración de los sacramentos debe conducirnos a una identificación mayor con Cristo y a un compromiso con las tareas de la Iglesia. En la medida en que nosotros viva­mos la totalidad de nuestra vida “sacramentalmente”, en esa misma medida los signos sacramentales cobran su verdadero sentido, si la vida no nos conduce a los sacramentos es posible que tampoco los sacramentos, nos conduzcan a la vida.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano