14 de febrero de 2021
1366 • AÑO XXIX

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Proyecto Kutchinate 

Solidaridad para enfrentar un pasado traumático y un futuro incierto

La misionera comboniana Alicia Vacas nos presenta su experiencia en Oriente Medio con motivo de la 62 Campaña contra el Hambre de Manos Unidas, nos habla del proyecto en el que está implicada: Kutchinate.  

Aunque no puede considerarse un país pobre, en Israel existen bolsas significativas de pobreza y, sobre todo, una situación crónica de discriminación de algunos grupos humanos. Una crisis global como la que estamos viviendo, que ha afectado a todos los países del mundo haciéndonos ver que todos y todo está relacionado, se ha cebado también aquí con los colectivos más pobres y vulnerables, especialmente con aquellos que no están reconocidos como tales por el gobierno

y no gozan de ninguna protección por parte del Estado: migrantes africanos, habitantes de los territorios palestinos etc.

Entre estos colectivos quiero destacar a las más vulnerables entre los vulnerables: las mujeres africanas en busca de asilo, que forman el proyecto llamado Kuchinate y a las que Manos Unidas no ha dudado en apoyar con ayuda de emergencia durante los confinamientos en Tel Aviv, que es donde se ubica el proyecto… Son mujeres, son africanas, han sido víctimas de abusos y violencia, no tienen reconocimiento del gobierno como refugiadas… Imagínense cómo han sufrido estos meses…(…).

HUYENDO DEL HAMBRE Y LA POBREZA
Las hermanas combonianas trabajábamos como enfermeras en la “Clinica Abierta” de los Médicos por los Derechos Humanos, dirigida a personas sin recursos ni asistencia sanitaria y con la que también colabora Manos Unidas. Algunos de los pacientes de esta clínica eran migrantes africanos. Y entre ellos estaban estas mujeres eritreas, las verdaderas protagonistas de esta historia, que circulaban por las oficinas de nuestras organizaciones como sombras, normalmente acompañadas por otros “sin papeles” que ya habían pasado por los mismos despachos, contestado a las mismas preguntas y rellenado los mismos cuestionarios… Pero ellas mantenían la mirada baja, casi siempre calladas y casi siempre embarazadas…

 La imagen de sí mismas, sus relaciones familiares, sus posibilidades de retomar una vida de pareja, han quedado para siempre marcadas por el trauma y el estigma. En muchos casos, estas mujeres tienen hijos que les recuerdan todo lo que han vivido, hijos que han defendido como leonas porque, a pesar de todo, son la fuerza y el motor de sus vidas.

Y así, desde el observatorio privilegiado de la clínica, descubrimos que su pudor escondía cicatrices atroces en el cuerpo y en el alma. Nos encontramos con mujeres que lo habían apostado todo para salir de sus pueblos en busca de futuro y esperanza en otros países. A la espalda dejaban situaciones de guerra, gobiernos tiranos o corruptos, desastres climáticos, de hambre y pobreza… Su único delito fue que en su camino se cruzaran las personas equivocadas, que les pidieron todo lo que pudieran ofrecer a cambio de una travesía hacía el Paraíso: hacia Israel, Europa, o lo que ellas llaman “occidente”. 

Pero la travesía del desierto del Sinaí, que separa África de Israel se volvió un infierno cuando las retuvieron contra su voluntad (algunas por muchos meses), las encerraron en barracones insalubres y asfixiantes en el desierto, las torturaron, las vendieron a otros grupos de traficantes y abusaron de ellas de todas las formas posibles, mientras permitían que sus familias siguieran por teléfono sus torturas, para extorsionarles y conseguir por ellas un rescate inalcanzable.

Para algunas de ellas, los abusos habían empezado mucho antes, en el hacinamiento y la promiscuidad de campos de refugiados sin ley en las fronteras de Sudán, Etiopía o Egipto. Para muchas otras, las humillaciones continuaron después de pagar su rescate. La vergüenza y la humillación por lo vivido les han causado graves crisis personales y sociales. La imagen de sí mismas, sus relaciones familiares, sus posibilidades de retomar una vida de pareja, han quedado para siempre marcadas por el trauma y el estigma. En muchos casos, estas mujeres tienen hijos que les recuerdan todo lo que han vivido, hijos que han defendido como leonas porque, a pesar de todo, son la fuerza y el motor de sus vidas.

ENFRENTARSE AL PASADO Y AL DESAFÍO DE SOBREVIVIR
Cuando nuestros caminos se cruzaron, no pensábamos en “solidaridad”, ni en construir un proyecto común, queríamos sólo protegerlas y cuidarlas, porque nos abrumaban sus historias, y porque nadie merece pasar por lo que ellas han pasado.

Así nació Kutchinate: del encuentro de personas dispares y de una herida abierta. Una herida que se presenta hoy con características casi idénticas en muchos países, también en el nuestro. Kutchinate en aquel momento eran un grupo de unas 20 mujeres y toda una red de voluntarios que se habían “activado” para acogerlas y acompañarlas en el proceso de integración. Sorprendentemente, estas mujeres, que en muchos casos atravesaban procesos durísimos de síndrome postraumático, rechazaban la terapia y no querían hablar de lo que les había sucedido. Y en ese momento de desorientación resultó crucial la voz de Sr. Azezet Habtezghi (Aziza, como la conocemos todos), misionera comboniana de nacionalidad eritrea, como muchas de las mujeres refugiadas.

Los que trabajamos en una región del mundo tan compleja como Oriente Medio, marcada por los conflictos, y tan necesitada de reconciliación y fraternidad, estamos convencidos de que sólo la justicia y la solidaridad pueden dan respuesta al hambre de los pueblos y a sus aspiraciones de vida digna para todos.

Desde su conocimiento de la cultura de estas mujeres y su experiencia de numerosas horas escuchando sus historias, Aziza nos dio la clave de lo que se convertiría en Kutchinate: “En nuestra tradición nadie va al psicólogo. ¡De estas cosas no se habla con extraños! En mi país las mujeres se sientan juntas alrededor del café y tejen cestos de mimbre durante horas, ahí es donde salen todas las penas y se discuten los problemas”, nos decía. En Israel ese mimbre cuesta un patrimonio, está fuera de cualquier presupuesto razonable, pero una fábrica de camisetas regaló, en el momento justo, un camión de tela (de camiseta) con defectos… y ¡así nació Kutchinate! (que significa “ganchillo” en tigriña, la lengua oficial en Eritrea). Se empezó a reunir a las mujeres para tejer juntas cestos de ganchillo. Así pasaron muchas tardes mientras se iban tejiendo, junto a las cestas, relaciones, confianza y complicidad… y llegó el tiempo de las confesiones y de abrir heridas, porque tejiendo-tejiendo Kutchinate se había convertido en un hogar para todas. Kutchinate es un colectivo de mujeres africanas, israelíes, internacionales, misioneras combonianas, y otras organizaciones -entre las que desde hace tiempo se encuentra Manos Unidas- que trabajan juntas y juntas afrontan los retos del día a día: el de convivir con un pasado traumático al desafío de sobrevivir en un país que te niega el status de refugiado… hasta las penurias de pagar el alquiler y dar de comer a los niños durante los confinamientos en tiempos de Covid. Técnicamente, hoy Kutchinate es un proyecto psicosocial que tiene como objetivo el empoderamiento de más de 300 mujeres en situación de vulnerabilidad extrema. Mientras se ocupa de su bienestar integral, ofrece apoyo psicosocial profesional y facilita tanto su integración en la sociedad israelí como su reconocimiento como refugiadas por parte de la ONU y su reasignación a países de acogida donde puedan ser reconocidas como tales. (…)

Está demostrado que a Kutchinate el lema de la campaña de este año Contagia solidaridad para acabar con el hambre le queda como un guante. Las mujeres de Kutchinate nos han demostrado lo que es resiliencia, lo que es levantarse ante la adversidad y ser capaces de salir adelante con esfuerzo, con trabajo y con apoyo de tantas y tantas personas que quieren hacer del mundo un lugar mejor para todos.

Los que trabajamos en una región del mundo tan compleja como Oriente Medio, marcada por los conflictos, y tan necesitada de reconciliación y fraternidad, estamos convencidos de que sólo la justicia y la solidaridad pueden dan respuesta al hambre de los pueblos y a sus aspiraciones de vida digna para todos.

Quizá esta crisis, esta emergencia, sea la oportunidad que nos da la vida para ponernos en la piel de los que más sufren. De los que están cerca de nosotros y también de los que están lejos. Ojalá nos sirva, también, para que esa solidaridad que hemos demostrado durante los peores meses de la pandemia se extienda también más allá de nuestras fronteras.

¡QUE LA SOLIDARIDAD CREZCA Y SE CONTAGIE!