7 de febrero de 2021
1365 • AÑO XXIX

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Santa Josefina Bakhita

Una santa de nuestro tiempo

En un tiempo en el que la esperanza es una de las actitudes más necesarias para superar los momentos de crisis, la Iglesia nos invita a celebrar a Santa Josefina Bakhita, y nos propone un año más, el 8 febrero, la Jornada Mundial de Reflexión y Oración contra la Trata de Personas.

Releyendo a la Santa vemos que es un ejemplo de esperanza. Nos lo recordaba el Papa Benedicto XVI en la encíclica Spe Salvi, (No 3). Por la síntesis que hace de su vida y por ejemplo de esperanza que nos da, transcribimos tal cual el texto. 

Pero ahora se plantea la pregunta: ¿en qué consiste esta esperanza que, en cuanto esperanza, es ‘redención’? [...] El ejemplo de una santa de nuestro tiempo puede en cierta medida ayudarnos a entender lo que significa encontrar por primera vez y realmente a este Dios. Me refiero a la africana Josefina Bakhita, canonizada por el Papa Juan Pablo II. Nació aproximadamente en 1869 –ni ella misma sabía la fecha exacta– en Darfur, Sudán. Cuando tenía nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era azotada hasta sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el resto de su vida. Por fin, en 1882 fue comprada por un mercader italiano para el cónsul italiano Callisto Legnani que, ante el avance de los mahdistas, volvió a Italia.

"Yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa"

Aquí, después de los terribles ‘dueños’ de los que había sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un ‘dueño’ totalmente diferente –que llamó ‘patrón’ en el dialecto veneciano que ahora había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Hasta aquel momento sólo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un ‘Patrón’ por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el ‘Patrón’ supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. 

Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba ‘a la derecha de Dios Padre’. En este momento tuvo ‘esperanza’; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: “yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa”. A través del conocimiento de esta esperanza ella fue ‘redimida’, ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios. Así, cuando se quiso devolverla a Sudán, Bakhita se negó; no estaba dispuesta a que la separaran de nuevo de su ‘Patrón’.

El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Confirmación y la primera Comunión de manos del Patriarca de Venecia. El 8 de diciembre de 1896 hizo los votos en Verona, en la Congregación de las hermanas Canosianas, y desde entonces –junto con sus labores en la sacristía y en la portería del claustro– intentó, sobre todo, en varios viajes por Italia, exhortar a la misión: sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había ‘redimido’ no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos. (cf. Benedicto XVI. Carta encíclica Spe Salvi, 3)

Bakhita es un símbolo de África, por su origen; del absurdo del racismo, por su negritud; de las mujeres maltratadas, por la violencia que padeció; de la fe de los pobres, pues su única posesión fue un crucifijo; y de la reconciliación que encarnó.

Ante la vida de Santa Josefina Bakhita nadie queda indiferente. Fue por ello que sus superioras le pidieron contar todo aquello que pudiese recordar de su vida. Y así comenzó a escribirse el pequeño libro titulado El Diario de Bakhita, dictado por ella misma a una hermana de la Casa de Schio (Madre Teresa Fabris. 1910). Ha llegado hasta nosotros traducido al español de la mano de María Dolores López Guzmán. Unas sencillas memorias de su vida, acompañadas de textos y frases recogidas por sus hermanas de congregación, y cuya lectura recomendamos por su sencillez y profundidad. Un canto a la esperanza en tiempos de desolación y oscuridad, encarnado en una mujer agradecida a pesar de tanto sufrimiento.

No abundan los buenos ejemplos; ella lo es de un modo grandioso. Una combinación de cualidades sorprendente por su equilibrio y radicalidad. Evangelio a raudales. Su pequeño Diario –una delicia– está impregnado de una sencillez que me cautiva. A través de sus palabras descubrí a una mujer fuerte y frágil, decidida y sensible, firme y sentimental, con coraje y misericordia a partes iguales. Y su itinerario vital me hizo ver con claridad que su gura representa algunas realidades emergentes y significativas en el mundo actual. Bakhita es un símbolo de África, por su origen; del absurdo del racismo, por su negritud; de las mujeres maltratadas, por la violencia que padeció; de la fe de los pobres, pues su única posesión fue un crucifijo; y de la reconciliación que encarnó. Su vida es un signo de nuestros tiempos; posee el don de la universalidad. Me alegró ver que Juan Pablo II reconoció que la “Madre Morenita” había encontrado el secreto de la felicidad. Había hecho suyas las Bienaventuranzas.”

(María Dolores López Guzmán. Introducción y edición española del El Diario de Bakhita)