Nº 1363 • AÑO XXVIII
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Sacramentos de vida cristiana
El misterio de las bodas
En su Ritual del matrimonio, a través de los textos bíblicos, los gestos, las oraciones, los cantos, la Iglesia romana con sobriedad, las Iglesias de Oriente con exuberancia, expresan y magnifican el matrimonio: más que un ideal, se trata del misterio cristiano de las bodas.
Para los cristianos, el matrimonio supera el nivel puramente familiar o social y recuerda la acción de Dios: Testigo de esta palabra (de consentimiento) es Dios, que reside de modo invisible sobre este santo altar (Ritual armenio).
El matrimonio es santo ya en su dimensión humana, porque entra en el designio de Dios creador, quien hizo a su imagen al varón y a la mujer: Oh Dios, que unes la mujer al varón y otorgas a esta unión, establecida desde el principio, la única bendición que nunca fue abolida ni por la pena del pecado original ni por el castigo del diluvio (n. 213).
El matrimonio, santificado por Cristo en Caná, recibe del mismo Cristo su consagración, con las exigencias de la nueva ley: en la diferencia y la complementariedad del varón y de la mujer, se convierte en signo permanente e indisoluble de la nueva alianza: Padre santo, que para revelar tus designios quisiste que el amor del varón y la mujer fuera signo de la alianza que estableciste con tu pueblo, y que la unión de los esposos en el sacramento del matrimonio manifestara las bodas de Cristo con la Iglesia (n. 269).
Misterio de las bodas, que cantan sin cesar los rituales orientales vinculando al mismo tiempo la encarnación, Caná y la cruz, como este cántico atribuido a san Efrén en la iglesia maronita: Oh Cristo, nacido de María y de la raza de David tu siervo, que revestiste el cuerpo de nuestra humanidad, que saliste de nosotros y te convertiste en uno de nosotros, Cristo esposo que desposaste a la Iglesia santa y fiel, y en el cenáculo le diste tu cuerpo y sangre,... extiende tu mano, oh Dios, y bendice al esposo y a la esposa... que han venido a la santa Iglesia para ser bendecidos por los sacerdotes.
Sacramento que consagra un estado de vida, y de una vida entre dos, el matrimonio es también, a pesar de sus inevitables límites, prefiguración de las bodas del cielo: Concede, Padre santo, a quienes se han unido ante ti participar un día en la alegría del banquete eterno (n. 269).
En esta línea, el ritual sirio es mucho más expresivo: Haznos dignos, Señor Dios, de participar en la alegría de tu banquete que no tiene fin, en el gozo de tu cámara nupcial que no conoce ocaso, en la felicidad de tu festín que no queda limitado por el tiempo: que nos llenemos de gozo con todos los invitados, de alegría con todos los comensales. Y así te cantaremos cánticos de gloria y de acción de gracias.
Sin duda, esta dimensión del matrimonio cristiano supera a menudo el nivel en que se sitúan los que piden a la Iglesia la bendición nupcial.
Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano