Nº 1360 • AÑO XXIX
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Sacramentos de vida cristiana
El matrimonio como signo de Cristo
La unidad entre Dios y el ser humano en el amor es la que se actualiza por medio de un signo en el amor matrimonial. En Jesucristo llegará a su máxima realización de una vez por todas.
Jesús se abrió totalmente a la realidad de Dios hasta el extremo de su obediencia hasta la cruz. Por eso Jesucristo es la alianza personificada de Dios con los hombres.
El Concilio Vaticano II lo presenta así: el auténtico amor matrimonial es asumido en el amor divino y dirigido y enriquecido por la fuerza salvadora de Cristo y la mediación salvífica de la Iglesia... (LG 11).
Pero si el matrimonio manifiesta una forma peculiar del “ser en Cristo”, que tiene su base en el bautismo, supone también una forma peculiar de participación en la muerte y resurrección de Jesucristo. Cuando se contempla el amor matrimonial a la luz de la cruz, es cuando este amor matrimonial comienza a vivir de la donación, del perdón, con principios totalmente renovados. Y así como Cristo ama a la Iglesia, del mismo modo los cónyuges tienen que aceptarse mutuamente en todos los conflictos, deficiencias y dificultades de su vida matrimonial.
Por eso la vida común en el matrimonio sirve de hecho para la glorificación de Dios. El matrimonio sacramental no constituye únicamente un símbolo o un modelo externo de Cristo y de la Iglesia, sino que es su reproducción exacta, que surge, se mantiene y está impregnada de esa unión de Cristo con su Iglesia, en cuanto que no sólo simboliza ese misterio sino que lo hace realmente presente en cuanto que en el matrimonio ese misterio se revela de una forma activa y eficaz.
San Juan Pablo II hablaba magníficamente del matrimonio y la familia en su Exhortación Apostólica Familiaris Consortio.
FAMILIARIS CONSORTIO
Los esposos son el recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que acaeció en la cruz... De este acontecimiento de salvación, el matrimonio, como todo sacramento, es material, actualización y profecía. En cuanto material, el sacramento les da la gracia y el deber de recordar las obras grandes de Dios, así como de dar testimonio de ellas ante los hijos; en cuanto actualización, les da la gracia y el deber de poner por obra en el presente, el uno hacia el otro y hacia los hijos, las exigencias de un amor que perdona y redime; en cuanto profecía, les da la gracia y el deber de vivir y de testimoniar la esperanza del futuro encuentro con Cristo (n. 13).
Los esposos cristianos podrán mantener viva la conciencia de la influencia singular que la gracia del sacramento del matrimonio ejerce sobre todas las realidades de la vida conyugal, y por consiguiente también sobre su sexualidad: el don del Espíritu, acogido y correspondido por los esposos, les ayuda a vivir la sexualidad humana según el plan de Dios y como signo del amor unitivo y fecundo de Cristo por su Iglesia (n. 33).
Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano