Nº 1357 • AÑO XXIX
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“Con Tu Presencia, Señor, todo es luz y todo es gracia”
En estas Lecturas del Apocalipsis, que describen la historia humana como una colección de catástrofes, una detrás de otra, es evidente que la Historia es eso, porque es aquello de lo que damos de sí los hombres por nosotros mismos. Sólo quienes tenemos la gracia de, sin mérito ninguno de nuestra parte, conocer la presencia viva del Señor en medio de nosotros, podemos también escuchar la Palabra de Jesús: “No tengáis pánico”. ¿Por qué? Por lo que dijiste en el Evangelio: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
¡Todos los días! Los buenos, los malos, los días en que las cosas no salen bien, los días en que las cosas no salen mal. Todos los días hasta el fin del mundo. Y la celebración de esta Eucaristía no es sólo un signo, sino una realidad misteriosa. Pero una realidad en la que el Señor Se nos da; Se nos da para acompañarnos, un día tras otro, un año tras otro. Acompañarnos en la vida, en nuestras tareas. Por lo tanto, qué justo es también la palabra del Salmo: “Llega al Señor para regir la tierra”. El Señor viene. Está siempre viniendo. Y viene a nosotros para rescatarnos. Para rescatarnos del poder del pecado y del miedo a la muerte. Y Le damos gracias todos los días al Señor por ello. Una vida eucarística es una vida en la acción de gracias. Y justo por eso, por esa Presencia viva del Señor. (…)
En ese diálogo de la Eucaristía, se comprende bien como una aproximación entre el Esposo y la Esposa. El Esposo que viene, la Esposa que se avergüenza y pide perdón, recibe el perdón del Señor, canta el Gloria como canto de alabanza por la Venida del Señor, y Le suplica, se súplica por todas las cosas que llevamos en el corazón y que el sacerdote recoge en esa oración colecta. Luego, le habla Él a la Esposa de Su amor. Por así decir, eso que decía el profeta Oseas: “Me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón, y me amará como en los días de su juventud”, decía de Israel, del Israel infiel, pecador, que se había ido tras los ídolos. Y eso es lo que sucede en la Palabra de Dios. La Palabra de Dios, los distintos trocitos de la Escritura, y sobre todo el Evangelio, pero también los distintos trocitos, sean del Antiguo Testamento o del Nuevo Testamento, son fragmentos de una historia de amor, en el que el Esposo le cuenta a la Esposa Su amor. Uno puede decir: “Las Lecturas de la liturgia, las Lecturas de la Misa, también son para enseñarnos”. Es que no hay nada que enseñe tanto como el amor. Es que es lo que más enseña. Nos enseña quiénes somos: quiénes somos para Dios y quién es Dios para nosotros. Y lo que Le importamos a Dios. Y nos enseña Su amor fiel, Su amor misericordioso. Y viviendo en ese amor misericordioso, nosotros crecemos. (…)
San Juan Pablo II, en uno de sus escritos en torno al cambio del milenio, en torno al año 2000, decía: “Dios se ha implicado en la Historia, en nuestro barro, se ha implicado hasta tal punto de hacerse uno de nosotros, para sacarnos a nosotros de nuestro barro e introducirnos en la belleza sin límites de la vida divina”. A eso es a lo que decimos “sí” en el Credo: al amor que ha bajado hasta nuestro barro, para introducirnos a nosotros en la intimidad y en el amor de Dios.
(…) Con Tu Presencia, Señor, todo es luz y todo es gracia.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
24 de noviembre de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral