18 de octubre de 2020
1349 • AÑO XXVIII

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Arzobispo de Granada, D. Javier Martínez

“Recuperar un sentido del trabajo que ame la tierra”

Por su interés, recuperamos un extracto de las palabras de nuestro arzobispo D. Javier, sobre la recuperación de un tipo de vida que la pandemia nos ha mostrado y recordado que es necesaria, referida a formas más sencillas y humanas de economía y de trabajo, con la mirada especialmente en el ámbito rural y en las relaciones entre las personas que se ayudan en tiempos de dificultad.

En esa revolución que fue desde el primer momento el Acontecimiento de Jesucristo, el Hecho de Jesucristo, la Persona de Jesucristo, y que sigue siendo hoy el hecho cristiano, es un escándalo, un escándalo para el mundo. Cuando Cristo aparece como el único capaz de abrazar nuestra humanidad en toda su plenitud y conducirnos al destino final que aguardamos, que es una plenitud de vida y de amor, que triunfe sobre el espacio y el tiempo, que triunfe sobre nuestras limitaciones, que triunfe también sobre nuestro pecado; y en esa revolución de la que venimos hablando todos los días, en realidad, yo hacía ayer referencia a la dimensión de la familia y hoy quisiera hacer referencia a la dimensión del trabajo: del trabajo y de la tierra.

La primera misión que Dios da al hombre es cultivar la tierra: “Cultivad la tierra y sometedla”, dice. “Sometedla” significa sometedla a los fines de la vida humana. Sometedla no significa explotarla, no significa maltratarla, no significa romperla. Si tenemos conciencia de quién es Dios y de que todo lo que existe participa del Ser de Dios, no hay más que un modo de tratar la tierra y de percibir el valor del trabajo humano, que es cuidar de un trabajo grande que se nos ha hecho y que es imprescindible para nuestra vida. Es verdad que la mayor parte de nosotros en nuestras sociedades, llamadas “desarrolladas”, no tenemos apenas directamente relación con la tierra. Yo he crecido y he jugado siempre sobre asfalto en mis temporadas normales, excepto cuando iba al pueblo de mi madre en los veranos. Soy “urbanita”. No he vivido seriamente la vida en un pueblo, pero también soy consciente de que la urbanización del mundo entero como proyecto es un proyecto ya fracasado. Y nada lo pone tan en evidencia como este episodio último de este fracaso que es la pandemia.

Tenemos que recuperar un sentido del trabajo que ame la tierra, que cuide de las cosas (de las cosas que tenemos manufacturadas) y que cuide de las realidades que no son manufacturadas, porque no podemos dejar de necesitarlas. Jamás podremos prescindir de ellas. Mientras los seres humanos tengamos que comer, tenemos que recibir de la tierra lo que comemos, lo que nos vestimos, y tenemos que devolverle a la tierra de algún modo lo que recibimos de ella, con afecto y con respeto. Seguramente, algunos de vosotros, habréis visto algunas fotos o videos que hay en internet sobre islas de basura en el Pacífico, inmensas, que muestra simplemente que las botellas de plástico que tiramos al mar; la cantidad de minerales que están en las aguas; los ríos, los ríos en los que se tendrían que poder beber y no es posible ya beber de ninguna de las maneras; el aire contaminado, tenemos las mascarillas puestas por el virus, pero había países donde prácticamente en las ciudades ya se llevaba mascarillas muchos antes que el virus porque sencillamente el aire se hacía difícilmente respirable para cualquier persona más vulnerable en sus pulmones.

Nuestra ambición (porque no es otra cosa que nuestra ambición lo que ha generado y puesto a máxima velocidad el motor del desarrollo de nuestra cultura) ha hecho que destruyamos aquello mismo que nos ha sido dado para cuidar de ello. Especies animales, extinguidas o a punto de estar extinguidas; especies vegetales, extinguidas o a punto de estar extinguidas, muchísimas. Grandes compañías que han destruido bosques y grandes extensiones de terreno haciéndolas inservibles para la agricultura y, puesto que quedan todavía bosques en el mundo, no les preocupa el seguir destruyendo.

Mientras los seres humanos tengamos que comer, tenemos que recibir de la tierra lo que comemos, lo que nos vestimos, y tenemos que devolverle a la tierra de algún modo lo que recibimos de ella, con afecto y con respeto.

Hace unos meses toda una colección de incendios en un continente, en Australia. Australia es un continente entero, casi como Europa, y era una llamarada de fuego vista desde el satélite. Lo que eso significa para el mundo…Y somos ciudadanos de este mundo. Hubo un tiempo en que uno podría decir “yo es que mi horizonte es lo que pasa en mi pueblo o en mi ciudad, que es una ciudad pequeña”, y ahí estábamos llamados a intervenir. Es verdad que cada uno de nosotros podemos decir “¿qué responsabilidad tenemos?, qué responsabilidad tengo yo en los fuegos de Australia, o en los de Galicia, o en otros, ¿qué puedo hacer?”. Pues, todos podemos hacer algo y es vivir nuestra relación con la tierra, la relación con el trabajo de una manera mejor.

En primer lugar (y señalo unas cuantas pinceladas), siendo más responsables con el trabajo que hacemos. Es decir, ganándonos el pan que nos comemos. No procurar ganar lo más trabajando lo menos, sino ser justos. Un albañil que trabaja sus ocho horas, y si mi trabajo no necesita mis ocho horas, no pasarme el resto con ese “entontecedor” público y total que es viendo series de televisión, sino buscar hacer algo útil. Me decía una mujer no hace mucho que una hija suya había aprendido a coser, que tenían una máquina de coser en casa de la abuela y que ya había hecho alguna camisa y hasta había empezado a hacer los vestidos de la casa. Me diréis “nunca serán tan bonitos (…) o cualquiera de las marcas que todos conocemos y que están marcando nuestras modas”. Puede que no sean tan bonitos, pero el hacernos nosotros las cosas básicas que necesitamos es una manera de honrar la Creación, es una manera de no depender. ¿Por qué? Yo sé que en Milán hay revistas de antropología de la moda, revistas especializadas. ¿Por qué van a elegir los modistos milaneses cómo vamos a vestir en todo el mundo?, igual que los gobiernos deciden que nos tenemos que poner mascarillas. ¿Por qué? ¿Por qué vamos a depender de centros de poder de un tipo o de otro –diríamos- y todos nos vestimos iguales?. Y este año toca esto, tocan estos colores. ¿Por qué?. Si tenemos tiempo para hacerlos, si podemos hacerlo, si basta con aprender... Dios mío, los que hacen ropa tienen que vivir, pero, de nuevo, los que hacen físicamente la ropa malviven, viven los grandes modistos, o los que diseñan, o los que la conciben. Como los agricultores. Los agricultores malviven y, sin embargo, tienen que tirar su fruta muchas veces y, sin embargo, nosotros compramos, porque salen más baratas, naranjas de Sudáfrica. Hay algo diabólico en toda esa manera.

(…) Es necesario recuperar la humanidad del trabajo (…) No tenemos que ser todos directivos de una gran empresa multinacional, pero no tenemos que ser esclavos. Somos un pueblo de hombres libres. Un pueblo de hombres libres es un pueblo en el que la libertad fructifica, no hay cosa más fecunda; la libertad es como el amor, es una condición del amor, no hay verdadero amor sin libertad. Precisamente, porque es fecunda una sociedad libre, enseguida fructifican mil iniciativas de todo tipo, entre los vecinos, en el barrio, de toda humanidad. Iniciativas que cultivan la humanidad.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

23 de septiembre de 2020
VII día de Novena en honor a la Virgen de las Angustias
Basílica de Nuestra Señora de las Angustias (Granada)

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