18 de octubre de 2020
1349 • AÑO XXVIII

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Sacramentos de vida cristiana

Monogamia y procreación

“Y creó Dios al hombre a imagen suya; a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: ‘sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla’…” (Gn 1, 27-32)

Este relato de la tradición sacerdotal de la creación del varón y la mujer complementa la visión yahvista aludiendo a la fecundidad de la pareja humana. El varón y la mujer son creados juntamente, y juntos constituyen una imagen de Dios. Este texto insiste tanto en la monogamia como en la dignidad de los dos componentes de esta pareja única que domina la creación. Pero el punto central de la insistencia está, sobre todo, en la fecundidad, que es una bendición de Dios (Gn 1, 28). Esta fecundidad es la finalidad determinante de la creación del varón y de la mujer; por eso dicha fecundidad es una vocación de la pareja. Este capítulo 1 nos habla de la semejanza de la pareja con Dios (a imagen suya los creó). Teniendo en cuenta el significado de esta afirmación, referida globalmente al ser humano, puede entenderse que el significado de imagen de Dios se aplica a la pareja en cuanto tal; esto es, en cuanto unida, refleja a Dios y lo representa en la misión de dominar la naturaleza (v.28). Según esto, la finalidad del matrimonio no es ya la ayuda recíproca sino la procreación: deben tener hijos para asegurar la presencia del hombre sobre esta tierra que Dios creó para ellos. La unión del varón y la mujer está motivada y justificada aquí por la descendencia de la pareja más que por la pareja en cuanto tal. La pareja no puede encerrarse en sí misma, tiene una función social, que está inscrita en su fecundidad misma.

El matrimonio, o mejor aún, la complementariedad del varón y la mujer, es un misterio tan grande y complejo que no puede explicarlo una sola interpretación ni una sola teología. De hecho vemos que ya desde las primeras páginas de la Biblia se nos proponen dos reflexiones inspiradas que no se excluyen sino que se complementan y están destinadas a alimentar la meditación del pueblo de Israel y, a continuación, de la Iglesia.

El libro del Génesis es prudente y sobrio. No presenta la relación entre el varón y la mujer como imagen o figura de la relación entre Dios y su pueblo; esto lo llevarán a cabo los profetas, que propondrán esta comparación (cfr. Ez 16, 6-14), lo mismo que será San Pablo quien presentará el matrimonio cristiano en la perspectiva de la relación entre Cristo y la Iglesia. Pero la fe en un Dios único, el lazo exclusivo con ese Dios y la fidelidad de amor a Él, que impide todo adulterio con otras divinidades, debe inspirar el comportamiento conyugal de la pareja: el matrimonio querido por Dios es el matrimonio único, vivido en la fidelidad y el amor. Al monoteísmo debe responder la monogamia.

Ignacio Fernández González
Sacerdote diocesano