11 de octubre de 2020
1348 • AÑO XXVIII

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Alabar la creación

Reflejos del “Cántico de las criaturas”

Este libro publicado por la Editorial San Pablo refleja y comenta con una perspectiva creativa el himno de los himnos entonado por san Francisco de Asís con una introducción de Fray Manuel Corullón y preámbulo de Rosa Rodríguez Branchat.

San Francisco de Asís fue componiendo el Cántico de las criaturas en los últimos dos años de su vida. Seguramente lo comenzó en San Damián, a finales del verano de 1224 y lo completo poco antes de su muerte, acontecida en Santa María de los Ángeles, la Porciúncula, a comienzos del otoño de 1226. Enfermo, casi ciego, elabora el Cántico como expresión de alabanza e intima comunión con las criaturas terrenales y fuerzas de la naturaleza. San Francisco habla de la naturaleza iluminada por el Sol, como una preparación para su encuentro con la verdadera Luz, como un canto que recoge el gozo absoluto de saber que Dios-es y yo no soy.

Uno de los motivos por los que san Francisco ha sido reverenciado por hombres de todos los tiempos, religiones y culturas es la especial visión que tuvo de este mundo. Es sabido su trato sencillo, amoroso con todos los seres vivientes, incluyendo a los más insignificantes, con enorme compasión por los pobres y desamparados, como ilustra el hecho de convertir el feroz lobo que estaba asolando el condado de Gubbio en un animal totalmente manso. En este sentido, su inmediatez paradisíaca con las criaturas, animadas e inanimadas, ha dado a su figura un atractivo especial que ha cautivado a muchos artistas e intelectuales. 

El Cántico es, ante todo, un canto de alabanza al Señor porque “Francisco no se contenta con vivir cerca de las cosas. Quiere decirlas, celebrarlas en un canto que es una loa del Altísimo. Este canto es la expresión de una experiencia arrobadora del mundo”. San Francisco expresa la fraternidad universal, no solo con los elementos materiales, sino también con lo que estos elementos debidamente valorizados simbolizan, es decir, con los valores inconscientes de que están impregnados y a los que prestan una especie de lenguaje. 

Todo esto nos induce a releer el poema, descubriendo y descifrando, en su sentido primero y cósmico, otro sentido, un sentido intimo que contiene la pregunta: ¿Qué peso tiene el Cántico en la conciencia del hombre contemporáneo? Tal y como afirma Éloi Leclerc: “Los verdaderos problemas humanos siguen intactos hoy como ayer, y esto a pesar de todas nuestras hazañas científicas y técnicas. Son los problemas que plantea la relación del hombre con sus semejantes, consigo mismo y con el misterio de la existencia”. En este ámbito es donde el Cántico de san Francisco guarda en sus versos algo esencial: nos lleva a proclamar la hermandad de todo lo creado.

Lo más importante es que la conciliación del hombre con sus semejantes y consigo mismo debe vincularse a una unión humilde y fraterna con el mundo visible. Y aquí no podemos menos que preguntarnos: ¿Es posible en nuestro mundo moderno semejante comunión con la naturaleza? La relación del hombre con las cosas materiales se define hoy en términos, no de simpatía y comunión, sino de poder y conquista. Toda nuestra civilización técnica e industrial se basa en el poder del hombre sobre la naturaleza. Pero hay una manera de usar la naturaleza que, en lugar de destruirla o desnaturalizarla, la pone al servicio del hombre entero. Según como trate el hombre las cosas de la naturaleza, se abre o se cierra a sus propias profundidades. No puede tener una reconciliación total y verdadera consigo y con sus semejantes sin una hermandad con la naturaleza misma que nos transporta a los orígenes, a la tradición judeo-cristiana: Dios creó el cosmos, la Tierra, los animales y las plantas, “y vio que era bueno” (Gen 1,31). La Tierra es entendida como un jardín que nos ha sido dado por un tiempo para “labrar y cuidar” (Gén 2,15; encíclica Laudato Si', 24 de mayo de 2015, Solemnidad de Pentecostés).

En las páginas de este libro, Rosa Rodríguez Branchat relee y reinterpreta el Cántico a través de los versos de san Francisco y las imágenes de Sor Isaura. Su trabajo nos ayuda a comprender el lenguaje de la imagen, a captar su esencia, para saber traducir esa imagen en palabras, escuchando los latidos misteriosos de la creación.

Belén Martrat nos proporciona un epilogo que contextualiza la universalidad del trabajo realizado desde la perspectiva científica. Y en comunión con la sensibilidad de san Francisco, Sor Isaura nos sitúa en relación con el Cántico mediante un arte alejado de toda instrumentalización premeditada, surgido en el horizonte de la más pura gratuidad. Sus fotografías responden a la gran pregunta sobre el sentido de la existencia y nos muestran la acción libertadora de la naturaleza contemplada. El arte de Sor Isaura, desde el monasterio de Santa María de Pedralbes, es la imagen, como icono, no como ídolo, contemplando la caducidad como apertura a la trascendencia.

PREÁMBULO 
“Nos hemos alejado cronológicamente de san Francisco, pero podemos estar de él mucho más cerca que gran parte de los hermanos de las primeras épocas. La proximidad cronológica a su figura no garantiza la verdad de la cercanía a él”. Esta afirmación de José Antonio Guerra contenida en su estudio sobre el Cántico de las Criaturas, Loados seas mi Señor…Francisco de Asís, una vida hecha alabanza (2017:59) debe ser considerada como la principal premisa para abordar el análisis de la labor artística realizada por Isaura Marcos Sánchez (Los Santos, Salamanca, 1959), integrante de la comunidad de clarisas del monasterio de Santa María de Pedralbes de Barcelona desde 1976.

Sor Isaura es una franciscana. Conocedora, seguidora y admiradora de san Francisco de Asís puesto que, como ya se ha dicho, forma parte de la orden creada en 1211 por santa Clara, pero lo sorprendente, por inusual, es que en este monasterio, fundado en el año 1326 por la reina Elisenda de Montcada, esposa del rey Jaime Il de Aragón, es el lugar en el que Sor Isaura realiza sus singulares fotografías.

El monasterio de Pedralbes, en toda su complejidad y sus alrededores, es el lugar en el que Sor Isaura centra su mirada. Este espacio imponente se convierte en una sinécdoque del mundo y, al igual que este, alberga una infinitud de posibilidades que lo convertirán en un universo para ser fotografiado. En este “trozo de mundo”, que equivale al “mundo entero”, Sor Isaura ha llevado a cabo la búsqueda del Cántico de las criaturas de san Francisco de Asís. 

El Cántico, iniciado en 1224 y finalizado en 1226, según la cronología de José Antonio Guerra (2017: 63-64), ha sido objeto de multitud de estudios, traducciones e interpretaciones, pero no por ello deja de poseer una extraña atracción y un innegable misterio que se relacionan con las palabras de Hermann Hesse en su obra dedicada a san Francisco de Asís cuando, a propósito de la vida de seres excepcionales, como es el caso del santo, escribió: “Cada una de las vidas así llevadas por un hombre formidable no es otra cosa que el regreso al principio de la creación, y un devoto saludo desde el paraíso de Dios (...) buscaron volver, con un impulso incansable, a las fuentes primigenias y puras de toda fuerza y de toda vida, trataron a las almas misteriosas de la Tierra, a las plantas y a los animales como si fueran sus iguales y estuvieran estrechamente emparentados con ellas, y ansiaron hablar de sus penas y preguntas íntimas, en vez de con retratos o símbolos o sombras vacías, directamente con Dios” (2013: 10-11).

En el Cántico existe una atemporalidad que la sitúa fuera de la historia. El poema es la expresión de la fons et origo atemporal e inmanente.

caso del santo, escribió: «Cada una de las vidas así llevadas por un hombre formidable no es otra cosa que el regreso al principio de la creación, y un devoto saludo desde el paraíso de Dios (...) buscaron volver, con un impulso incansable, a las fuentes primigenias y puras de toda fuerza y de toda vida, trataron a las almas misteriosas de la Tierra, a las plantas y a los animales como si fueran sus iguales y estuvieran estrechamente emparentados con ellas, y ansiaron hablar de sus penas y preguntas íntimas, en vez de con retratos o símbolos o sombras vacías, directamente con Dios» (2013: 10-11). 

En el Cántico existe una atemporalidad que lo sitúa fuera de la historia. El poema es la expresión de la fons et origo atemporal e inmanente.

Por ello, Gilbert Keith Chesterton afirmaba en su libro dedicado a san Francisco que para el santo, a excepción de la creación, el Edén, la primera Navidad y la primera Pascua, el mundo no tenía historia (2014: 126). Ese estar fuera del tiempo otorga al Cántico vigencia y universalidad. La obra fue escrita en el siglo XIII pero no es, evidentemente, un poema del siglo XIII. Y esta afirmación también debe considerarse como otra de las premisas para la comprensión de la obra de Sor Isaura en el monasterio de Pedralbes.

La artista realiza ciento catorce fotografías relacionadas con la totalidad de los versos que configuran el Cántico. La técnica utilizada es un aspecto que la autora no acepta a revelar en detalle. En su quehacer artístico existe algo de la experimentación alquimista propia del medievo. Al igual que el también franciscano Roger Bacon, que en el siglo XIII dedicó parte de sus trabajos a la reflexión y la refracción de la luz, en sus estudios dedicados a la óptica (Aguirre, 1935: 281), en las fotografías de Sor Isaura hay una experimentación a propósito de las leyes y los fenómenos de la luz.

Su técnica no tiene ninguna relación con los programas de retoque de imágenes, aunque por el resultado de las obras podría creerse lo contrario. Sin entrar en detalles, de manera genérica, puede afirmarse, por los efectos obtenidos, la presencia de reflejos como consecuencia de la utilización de cristales en toda su obra.

El uso de los reflejos en la pintura a través de la inclusión de espejos o cristales ha sido recurrente y ha supuesto la posibilidad de pintar en el cuadro aquello que no podía ser contemplado en la bidimensionalidad de la pintura. En el arte del siglo XX, obras como La clef des champs de 1936, de René Magritte, o Telephone Booths de 1967 de Richard Estes son sendos ejemplos, que van desde el surrealismo al hiperrealismo, de lo expuesto. También los reflejos en la historia de la fotografía cuentan con una exhaustiva lista de nombres que han basado algunas de sus creaciones en este efecto. Eugène Atget con su obra Magasin, avenue des Gobelins, de 1925 tiene la consideración de clásico, si nos referimos al tema, pero resulta imposible no hacer mención a los grandes referentes de la fotografía como Edwar Steichen, Walker Evans, Louis Faurer, Henri Cartier-Bresson, Shomei Tomatsu, Lee Friedlander, Takuma Nakahira... que también se han valido del efecto de los reflejos en sus obras. En el caso de las fotografías que nos ocupan es absurdo apelar a una tradición que no posee relación alguna ni con la autora de las mismas, ya que su formación es autodidacta, ni, tampoco, con los libros ni los manuales de fotografía que le son ajenos.

Los reflejos de las fotografías de Sor Isaura se hayan intimamente ligados a una concepción del mundo propia de la filosofía franciscana desde sus orígenes. San Buenaventura, en la que será la primera formulación del pensamiento franciscano aplicado a la filosofía y a la teología del siglo XIII, a pesar del tiempo transcurrido, nos facilita valiosa información sobre la relación existente entre estas fotografías y la concepción franciscana del mundo que emana desde el Cántico de las criaturas: “Quien no se encuentre iluminado por los esplendores tan inmensos de las cosas creadas, está ciego; quien no se despierte ante tantos clamores, está sordo; quien no se vea estimulado por todas estas cosas a alabar a Dios, está mudo; quien, a pesar de estos indicios tan evidentes, no dirige su mente al primer principio está necio”. Estas palabras de san Buenaventura en el Itinerarium (citado en Reale y Antiseri, 1995: 504) son una prueba de su ubicación en la tradición platónica y agustiniana. 

Con su teoría del ejemplarismo san Buenaventura sitúa en Dios las ideas, los modelos. Las cosas son creadas libremente por Dios. Dios crea aquello que ha concebido. El mundo es un libro en el que se manifiesta quien lo creó. En su enciclica de 2015 Laudato Si', el papa Francisco corrobora esta visión: “San Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: "A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor" (Sb 13,5), y "su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación del mundo" (Rm 1,20)” (LS, 12).