4 de octubre de 2020
1347 • AÑO XXVIII

INICIO - Editorial

“La justicia de Dios es inseparable de su misericordia”

Si pedimos justicia para los demás, que Dios sea justo con nosotros también. Pero, cuántas veces Le pedimos a Dios que sea justo con nosotros, que nos pague como merecemos. (…)

La palabra justicia es como la palabra amor. Es una palabra que tienen tantos significados. Llamamos amor a tantas cosas que no lo son. Es una palabra tan rica, que tantas veces lo consideramos apenas de una manera superficial. Lo mismo la justicia. Hay una justicia del mundo liberal, del mundo moderno: darle a cada uno lo que le corresponde. ¿Qué es lo que le corresponde? La interpretación moderna es “cada uno según lo que aporte”. Esta concepción de la justicia es una cosa que envenena muchos matrimonios, especialmente matrimonios jóvenes, porque uno está midiendo fácilmente lo que aporta el otro. Y cuando uno empieza a introducir esa medida de justicia en una relación matrimonial (que tendría que ser lo más parecido a la relación de Dios con su criatura, de Dios con la humanidad, de Dios con la Iglesia, con Su Esposa), resulta que no funciona ese tipo de justicia. Si tienen que cuadrar las cuentas a final de mes… Pero, como no conocemos otro tipo de justicia, a cada uno hay que darle según lo que aporte. Estamos perdidos, otra vez. Se convierten las relaciones humanas en unas relaciones de desconfianza. Se convierten las relaciones humanas en una exigencia siempre para con el otro, como si el otro estuviera siempre espiado por mi. Yo me convierto en el policía del otro. Y eso envenena la vida humana, porque no estamos hechos para eso. Ese tipo de justicia tiene su puesto, probablemente en las leyes penales, pero nada más. (…) En un mundo cristiano, hasta la justicia penal es distinta, porque está moderada por el amor. (…)

San Pablo habla de otra justicia, que es darle a cada uno según su necesidad. Darle a cada uno según necesidad. Porque hay personas que necesitan más que otras. Porque hay personas que son especialmente frágiles. O que han sido heridas y llevan las marcas de sus heridas en el rostro o en el cuerpo, o en su historia. Eso también es justicia y se parece más a la de Dios.

La justicia de Dios es inseparable de su misericordia. La justicia de Dios es su amor infinito por cada una de sus criaturas. Y porque el amor de Dios es infinito, todos podemos beber de él todo lo que necesitamos sin quitarle nada a nadie. Cuando uno se empieza a dar cuenta de que el amor de Dios es infinito y para todos, y que Dios nos da a cada uno según nuestra necesidad, empieza a no haber sitio para la envidia, empezamos a dejar de compararnos unos con otros, de medirnos unos a otros, y empezamos a ser libres y a ser capaces de querer con sencillez a todos, a nuestros familiares, a nuestro marido o a nuestra mujer. Cuando no lo medimos. Cuando tenemos nuestra mirada puesta en el amor infinito de Dios, en la gratuidad infinita de Dios.

Que el Señor nos conceda asomarnos a ese misterio insondable de amor, que es lo único, además, que explica bien nuestras vidas. 

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

20 de septiembre de 2020
S.I Catedral de Granada

Escuchar homilía