27 de septiembre de 2020
1346• AÑO XXVIII

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Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado

"Como Jesucristo, obligados a huir"

 

Este domingo 27 de septiembre se celebra la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado. En su mensaje para la Jornada, el Papa Francisco nos invita de nuevo a ver en la acogida a los desplazados internos una oportunidad de encuentro con Jesucristo, ““incluso si a nuestros ojos les cuesta trabajo reconocerlo”. La crisis del coronavirus, que no ha hecho más que agravar este problema, no puede ser un motivo para que olvidemos esta realidad que viven los millones de desplazados en todo el mundo.

Decidí dedicar este Mensaje al drama de los desplazados internos, un drama a menudo invisible, que la crisis mundial causada por la pandemia del COVID-19 ha agravado. De hecho, esta crisis, debido a su intensidad, gravedad y extensión geográfica, ha empañado muchas otras emergencias humanitarias que afligen a millones de personas, relegando iniciativas y ayudas internacionales, esenciales y urgentes para salvar vidas, a un segundo plano en las agendas políticas nacionales. Pero “este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas” (Mensaje Urbi et Orbi, 12 abril 2020).

(…) Los desplazados internos nos ofrecen esta oportunidad de encuentro con el Señor, “incluso si a nuestros ojos les cuesta trabajo reconocerlo: con la ropa rota, con los pies sucios, con el rostro deformado, con el cuerpo llagado, incapaz de hablar nuestra lengua” (Homilía, 15 febrero 2019). Se trata de un reto pastoral al que estamos llamados a responder con los cuatro verbos que señalé en el Mensaje para esta misma Jornada en 2018: acoger, proteger, promover e integrar. A estos cuatro, quisiera añadir ahora otras seis parejas de verbos, que se corresponden a acciones muy concretas, vinculadas entre sí en una relación de causa-efecto.

Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas.

Es necesario conocer para comprender. El conocimiento es un paso necesario hacia la comprensión del otro. Lo enseña Jesús mismo en el episodio de los discípulos de Emaús: “Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo” (Lc 24,15-16). Cuando hablamos de migrantes y desplazados, nos limitamos con demasiada frecuencia a números. ¡Pero no son números, sino personas! Si las encontramos, podremos conocerlas. Y si conocemos sus historias, lograremos comprender. Podremos comprender, por ejemplo, que la precariedad que hemos experimentado con sufrimiento, a causa de la pandemia, es un elemento constante en la vida de los desplazados.

Hay que hacerse prójimo para servir. Parece algo obvio, pero a menudo no lo es. “Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó” (Lc 10,33-34). Los miedos y los prejuicios —tantos prejuicios—, nos hacen mantener las distancias con otras personas y a menudo nos impiden “acercarnos como prójimos” y servirles con amor. Acercarse al prójimo significa, a menudo, estar dispuestos a correr riesgos, como nos han enseñado tantos médicos y personal sanitario en los últimos meses. Este estar cerca para servir, va más allá del estricto sentido del deber. El ejemplo más grande nos lo dejó Jesús cuando lavó los pies de sus discípulos: se quitó el manto, se arrodilló y se ensució las manos (cf. Jn 13,1-15).

Para reconciliarse se requiere escuchar. Nos lo enseña Dios mismo, que quiso escuchar el gemido de la humanidad con oídos humanos, enviando a su Hijo al mundo: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él […] tenga vida eterna” (Jn 3,16-17). El amor, el que reconcilia y salva, empieza por una escucha activa. En el mundo de hoy se multiplican los mensajes, pero se está perdiendo la capacidad de escuchar. Sólo a través de una escucha humilde y atenta podremos llegar a reconciliarnos de verdad. Durante el 2020, el silencio se apoderó por semanas enteras de nuestras calles. Un silencio dramático e inquietante, que, sin embargo, nos dio la oportunidad de escuchar el grito de los más vulnerables, de los desplazados y de nuestro planeta gravemente enfermo. Y, gracias a esta escucha, tenemos la oportunidad de reconciliarnos con el prójimo, con tantos descartados, con nosotros mismos y con Dios, que nunca se cansa de ofrecernos su misericordia.

Los desplazados internos nos ofrecen esta oportunidad de encuentro con el Señor, incluso si a nuestros ojos les cuesta trabajo reconocerlo: con la ropa rota, con los pies sucios, con el rostro deformado, con el cuerpo llagado, incapaz de hablar nuestra lengua.

Para crecer hay que compartir. Para la primera comunidad cristiana, la acción de compartir era uno de sus pilares fundamentales: “El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común” (Hch 4,32). Dios no quiso que los recursos de nuestro planeta beneficiaran únicamente a unos pocos. ¡No, el Señor no quiso esto! Tenemos que aprender a compartir para crecer juntos, sin dejar fuera a nadie. La pandemia nos ha recordado que todos estamos en el mismo barco. Darnos cuenta que tenemos las mismas preocupaciones y temores comunes, nos ha demostrado, una vez más, que nadie se salva solo. (…)

Se necesita involucrar para promover. Así hizo Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4,1-30). El Señor se acercó, la escuchó, habló a su corazón, para después guiarla hacia la verdad y transformarla en anunciadora de la buena nueva: “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?” (v. 29). A veces, el impulso de servir a los demás nos impide ver sus riquezas. Si queremos realmente promover a las personas a quienes ofrecemos asistencia, tenemos que involucrarlas y hacerlas protagonistas de su propio rescate. La pandemia nos ha recordado cuán esencial es la corresponsabilidad y que sólo con la colaboración de todos —incluso de las categorías a menudo subestimadas— es posible encarar la crisis. (…).

Es indispensable colaborar para construir. Esto es lo que el apóstol san Pablo recomienda a la comunidad de Corinto: “Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir” (1 Co 1,10). La construcción del Reino de Dios es un compromiso común de todos los cristianos y por eso se requiere que aprendamos a colaborar, sin dejarnos tentar por los celos, las discordias y las divisiones. Y en el actual contexto, es necesario reiterar que: “Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas” (Mensaje Urbi et Orbi, 12 abril 2020). Para preservar la casa común y hacer todo lo posible para que se parezca, cada vez más, al plan original de Dios, debemos comprometernos a garantizar la cooperación internacional, la solidaridad global y el compromiso local, sin dejar fuera a nadie.

Papa Francisco
Dado en Roma, San Juan de Letrán
13 de mayo de 2020

 “Conocer para comprender”

Más miedo al hambre que a la COVID

En Almería, el principal sector económico es la agricultura de cultivo intensivo en invernadero. Este sector económico se sustenta en el trabajo duro y diario de trabajadores y trabajadoras del continente africano. Estas personas vinieron a España en busca de un futuro mejor para ellos y sus familias. Con este objetivo, se levantan día a día y se dirigen a buscar trabajo en diferentes invernaderos con la esperanza de encontrar alguno que les necesite ese día. Muchas de estas personas viven en lugares que no reúnen las condiciones mínimas de habitabilidad: son lugares sin acceso a suministros básicos, sin agua, luz ni saneamiento, en los que se da hacinamiento; son chabolas de plástico y madera, cortijos en ruinas, antiguas construcciones, balsas de riego que se ubican en el diseminado, alrededor de los invernaderos y lejanos a los recursos centros de salud, tiendas, farmacias, centros educativos...).

Ante esta situación, la irrupción de la epidemia no ha hecho más que poner de manifiesto la cara más cruel de esta sociedad del descarte. La principal medida de protección ante la COVID-19 es “quedarse en casa”. La pregunta es cómo quedarse en casa cuando en tu casa no hay luz ni agua; cómo quedarse en casa cuando necesitas andar largas distancias para comprar productos básicos, y cómo quedarse en casa cuando en casa conviven muchas personas que necesitan trabajar para subsistir.

(…) Este tiempo nos ha hecho ver numerosas realidades de personas que cargan con la cruz día a día y a las que la epidemia ha afectado con mucha dureza. Sin embargo, estas personas han sido una lección de responsabilidad, solidaridad y esperanza

Almudena Puertas de Lara
Secretariado Diocesano para las Migraciones Almería
Publicado en la revista Migraciones, nº6, p. 15.

“Acercarse para servir”

Villa Teresita, una comunidad que sale al encuentro

Es miércoles. Como cada semana preparamos el café, la leche, los zumos y dulces para salir a la calle. Antes de ponernos en marcha, pasamos un momento por la capilla. Enviadas por Él, queremos ser amor que sale al encuentro, que escucha, que acoge, que descubre la Presencia misteriosa de Aquel que no excluye a nadie. Con el corazón abierto y la mirada atenta, comenzamos nuestra ruta, hoy recorreremos la zona centro de la ciudad. (…)

Mara y Sira hoy no tienen ganas de hablar, saludan, les servimos una leche con chocolate y un zumo y siguen caminando. Cada una tiene su momento, en la calle es importante "estar", pero a la vez es necesario respetar los ritmos, los momentos personales. Hoy me llevo la mirada triste de Sira en el corazón. ¡No solo las palabras hablan! Angy es venezolana, su hija está teniendo problemas en el colegio y nos pide que le acompañemos a la reunión con la tutora: “sabe a qué me dedico, pero quiero que vea que no estoy sola, yo no soy mala madre”. Y es que todos necesitamos tener con quien contar, caminar con otros. Ir a la calle no es solo hacerse presente allí, es poder acompañar más allá de la esquina, es tender la mano para hacer juntas camino en la vida. Fátima es nigeriana, está en un buen momento; hace tiempo terminó de pagar su deuda y se va planteando nuevas cosas. Le han cogido en el curso de limpieza hospitalaria al que la derivamos, y está ilusionada con empezar. Como le van a dar una beca por hacerlo dice: “¡Por lo menos no tendré que venir todos los días! Si la gente supiera lo que tenemos que aguantar aquí, no nos mirarían tan mal”. Siempre hay esperanza, siempre algo nuevo es posible Georgiana, como siempre, está alborotando, sus risas y voces se oyen por toda la calle.

Hace ya unos cuatro años que la conocemos, y aunque le costó mucho empezar a hablar con nosotras, porque estaba siempre controlada, ahora, que ya tiene un poco más de libertad, viene corriendo en cuanto nos ve. Es pequeña, delgada, con aspecto de niña, aunque tiene ya 23 años. Toma de todo, zumo, café, varios dulces; “llevo todo el día sin probar bocado”. Ha llegado pronto a la calle y un incidente con un cliente que le ha robado le ha tenido todo el día revuelta; “menos mal que venís vosotras, al menos algo bueno en el día”, nos dice con cara de pilla mientras nos planta un beso. Georgiana llegó a España siendo menor, le prometieron un trabajo en el campo y desde el día que llegó la bajaron a la calle. Lleva manteniendo a la familia que la explota casi cinco años, y aunque aparentemente es alegre, en muchos momentos expresa su dolor, sus heridas, su soledad. En varias ocasiones le hemos ofrecido la posibilidad de venir a vivir con nosotras, pero aún no ha llegado su momento: “rezad por mí, que el día que tenga fuerzas saldré de aquí”. (…)

De vuelta hacia casa, los sentimientos son contrapuestos. Por un lado el dolor de dejarlas allí, de saber lo que supone, lo duro que es y, por otro, la alegría de los encuentros, del cariño compartido, de las búsquedas, de la esperanza de una nueva vida que siempre es posible. Desde nuestra pequeña comunidad de Villa Teresita y con el apoyo de voluntarios y un pequeño equipo profesional salimos al encuentro de las mujeres sintiéndonos invitadas por el Señor: “Anda y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37). No podemos solucionar todos sus problemas, no podemos decidir por ellas, no podemos arrancarlas de los lazos del mal", no podemos... ¡tanto! Pero podemos compartir su dolor e impotencia, podemos quererlas y recordarles que hay un Dios que las quiere con locura y desea su felicidad, podemos acompañar sus vidas intentando abrir caminos de liberación, de crecimiento.

Conchi Jiménez
Religiosa de Auxiliares del Buen Pastor
Villa Teresita en Valencia
Publicado en la revista Migraciones, nº6, pp. 18-19.

“Escuchar para reconciliarse”

El valor de la escucha en el trabajo migratorio

Permítanme la presentación a los menos iniciados en el ámbito investigador. Edgar Morin es un filósofo francés, recientemente fallecido, que, junto con otros muchos autores, trata de impulsar una revolución en la metodología científica de investigación y, por extensión, en las formas de aprendizaje que deben impulsar el conocimiento en este siglo XXI.

Para ello propone un nuevo paradigma, el de la complejidad, que reemplazaría el caduco de la simplicidad. Este tiene, resumidamente, tres grandes grietas que invitan a su renovación. La primera, que establece una ruptura entre el observador y lo conocido. La segunda, que establece un mecanicismo para la explicación de la realidad que excluye otras fuerzas presentes en ella, excluyendo las vinculadas a la espiritualidad. Por supuesto y por extensión, también a la religión. En tercer lugar, y de forma paradójica, la evolución tecnológica indudable, generada por el paradigma de la simplicidad, permitió descubrimientos que pusieron en crisis su propia propuesta.(…)

Traduciendo el paradigma de la complejidad al ámbito de la movilidad humana, una serie de consecuencias pueden comprenderse como aportaciones originales: a) no puede perpetuarse el modelo de estudio de las migraciones como de un observador externo que ejercer una mirada distanciada de los datos, coordenadas y ecuaciones que rigen la movilidad; b) no puede estudiarse la movilidad en términos de un fenómeno autónomo con fuerzas y dinámicas originales que permiten una medición empírica, en términos de simplicidad, sino en una dinámica de complejidad en la lógica de que todo está conectado. 

Los migrantes, así contemplados, no son personas que llegan, sino que proceden de los movimientos generados por la interacción de todos los factores descritos en los que el país de acogida está, también, implicado. Los migrantes no son solo personas a las que acoger, sino con las que aprender a convivir para construir nuevos modelos relacionales. Los migrantes no son personas que viven situaciones coyunturales, sino que participan en la movilidad de los mecanismos que forman parte de la persona y que nos unen en comunión con ellos.

Por esta razón, la primera y principal actitud para poder emprender los primeros pasos en el trabajo con migrantes y refugiados no es el análisis, ni la estrategia, sino la escucha, la actitud interior que testimonia ser conscientes de la complejidad, de que todo está conectado y que no se trata tanto de un movimiento de salida hacia ellos, sino de aprender de su testimonio lo que podemos reconocer de nosotros mismos.

José Manuel Aparicio Malo
Sacerdote de la Archidiócesis de Madrid
Profesor en la UP Comillas
Publicado en la revista Migraciones, nº6, p. 20.

“Compartir para crecer”

Para crecer hay que compartir

“Nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común” (Hch 4, 32). Siguiendo la indicación del papa Francisco de que “para crecer hay que compartir”, eso supone al menos dos cosas: primero entender las migraciones en el contexto de la desigualdad internacional y las asimetrías en la distribución de recursos a nivel global. Hablar de migraciones internacionales o de desplazamientos forzosos significa hablar no solo de la causas que las provocan (búsqueda de dignidad, paliar el hambre, el buscar el salario justo, huir de la violencia o los desastres ecológicos, etc.), sino también caer en la cuenta de la injusta distribución de la riqueza en el mundo. El segundo comentario que también tendemos a olvidar es que los migrantes son un elemento que configura a las sociedades receptoras empujados desde sus países de origen por las causas citadas y las hace crecer. ¿Alguien puede imaginar que la realidad social en España, por poner un ejemplo, fuese posible sin la aportación de los albañiles ecuatorianos o polacos, de las empleadas de hogar bolivianas o rumanas, o de las miles de zanjas que obreros marroquíes o malienses han levantado para instalar cables en nuestras calles? Los migrantes salen de un país porque allí no pueden vivir y llegan a otro... ¿Alguien cree que saldrían de pueblos, valles y montañas, dejando a su familia por gusto? Conviene recordar lo que el papa dice: “Tenemos que aprender a compartir para crecer juntos, sin dejar fuera a nadie”, especialmente en una época de crisis como la actual (que los emigrantes no han provocado) y que será mayor en los tiempos críticos de postpandemia. ¡Así de simple!

Ha llegado la hora de reconocer la aportación que han hecho los inmigrantes a nuestra sociedad. En un futuro próximo nuestra sociedad será, en mayor medida, multiétnica, intercultural y plurireligiosa. Ese reconocimiento que hace la Iglesia española en la instrucción pastoral Iglesia, servidora de los pobres supone integrar lo que san Juan Pablo II decía: “La pertenencia a la familia humana otorga a cada persona una especie de ciudadanía mundial, haciéndola titular de derechos y deberes, dado que los hombres están unidos por un origen y supremo destino comunes “.

Es decir: “estamos todos en el mismo barco”. Nos lo ha recordado el papa Francisco.

José Luis Pinilla Martín, SJ
Publicado en la revista Migraciones, nº6, pp. 21-22.

“Involucrar para promover”

¿Me haces un hueco?

Hay un proverbio africano que dice que para educar a un niño se necesita toda la tribu. ¡Qué bonita imagen de lo que tiene que ser una sociedad! El papa Francisco en el Mensaje para la CVI Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado comenta que se necesita involucrar para promover. Somos toda la sociedad (la tribu) la que nos tenemos que involucrar para dar futuro. Tenemos que poner encima la mesa las disfunciones de los sistemas de acogida: todos hemos leído el colapso para pedir cita para presentar la solicitud de asilo, mientras no llega esta cita tenemos personas durmiendo en la calle, el drama de jóvenes que se quedan sin nada cuando cumplen la mayoría de edad y salen de los sistemas de protección; la precariedad de vivienda para muchas personas en situación de vulnerabilidad, los CIEs y la vulneración de derechos... Pero no solo tenemos que denunciar, también tenemos que "hacer un hueco", hacer espacio para que el otro quepa. Como sociedad y como cristianos no podemos dejar que sea solo trabajo de los educadores y profesionales que están con ellos, tenemos que imaginar cómo podemos ayudarles en su itinerario y su futuro. Algunas personas colaboran en refuerzo escolar, otras en programas de mentoría para niños y jóvenes en riesgo de exclusión, otros colaboran con Caritas u otras organizaciones para paliar los riesgos de la pobreza y la exclusión, otros simplemente (pero muy importante) combaten los discursos llenos de prejuicios. Es un aprendizaje y un enriquecimiento mutuo; cuando nos involucramos reconocemos al otro como alguien que nos importa.

Algunas familias y comunidades han abierto sus casas a migrantes y refugiados. Es un gesto que necesita un discernimiento importante, pero cuando se hace llena de vida esta casa. Tengo la experiencia de haber compartido nuestra comunidad con personas de medio mundo; para muchos de ellos esta sigue siendo su casa, en la que se sabrán escuchados y acompañados.

Joan Prat Armadans
Educador social
Publicado en la revista Migraciones, nº6, p. 23.

“Colaborar para construir”

Vidas

Y si tú no fueras tú y fueras él... Y si tú no fueras tú y fueras ella... Y si fuésemos ellos y ellas... Se habla mucho de "los refugiados", "los campos", "la crisis migratoria”, pero: ¿quién los está refugiando? Vidas, personas que han sido condenadas al olvido, al rechazo, a la espera. Personas condenadas al eterno movimiento, a la huida, a la nada. Personas cuyo error cometido es vivir en países a los que saqueamos sus materias primas. A finales de mes más de 11.000 personas quedarán en las calles en Grecia porque se les expulsa de las viviendas, de los campos, de los alojamientos sociales en los que vivían. Esto es un "suma y sigue" en la pirámide de despropósito, falta de consideración y vulneración de los derechos humanos. Hablemos de lo que ocurre en las fronteras: vallas manchadas de sangre, guijones de ropa, torturas, campos de personas refugiadas cuyo menú diario es el abandono y la desesperación, historias de familias abandonadas a su suerte, historias de desesperanzas. Vidas con nombre y apellidos, al fin y al cabo, personas que huyen del horror de países en guerra, pasteleros, peluqueras, médicos, maestras, amas de casa... personas como tú y como yo. El número de personas desplazadas de manera forzosa debido a los conflictos, la persecución y la violencia sigue aumentando. Más de 70 millones de personas desplazadas en el mundo; más de 24 millones de personas refugiadas. Seguimos sufriendo la mayor crisis humanitaria de personas refugiadas y migrantes desde la segunda guerra mundial. Me asombra la incapacidad y la desidia de los líderes europeos para consensuar una política de migración y asilo común tras años de debates y propuestas. Me preocupa el ascenso de las fuerzas políticas de ultraderecha, la difusión de noticias falsas contra las personas refugiadas e inmigrantes con discursos xenófobos y racistas, la islamofobia, que hacen que el futuro sea incierto y nada alentador. Las fronteras siguen blindadas y siguen construyendo muros visibles e invisibles. Los invisibles son los que más me asustan. Me aterran los muros que se alzan en las conciencias, “lo mío y lo nuestro”, “nos vienen a quitar el trabajo”, “no caben más aquí”, “que se vayan a su país”...

Decido dedicar mi tiempo, porque lo más valioso que tenemos es nuestro tiempo. Y tras cuatro años sigo aquí, yendo y viniendo a campos de personas refugiadas. Grecia fue el primer país, fui con una mochila y mucha ilusión, tras leer en Facebook a una chica que necesitaba a personas voluntarias que tuviesen “dos manos y una sonrisa” (pensé: esto lo tengo) y allí que me fui. El primer campo de personas refugiadas fue en Termopilas, Grecia. Allí, en un antiguo balneario abandonado, con aguas termales ricas en azufre y también en mosquitos y un olor pestilente, allí estaban las casi quinientas personas refugiadas que me enseñaron el valor de amistad, la dureza de la vida, los horrores del ser humano, la capacidad de resiliencia, las risas con sabor a amargura, el poder del “se puede”, y muchos valores que aún guardo en mi mochila y en el corazón. Conocí el amor entre carreras y urgencias.

Tras este campo llegaron los trabajos en Atenas en las zonas de la calle, en los campos improvisados, en los squads, los acompañamientos, las ayudas humanitarias de emergencias, etc. Y llegó Serbia, la frontera serbo-croata, un pueblo pequeño, SID, en el que no fuimos ni bien recibidos ni bien acogidos. En el pueblo y en la zona aún se palpaba lo ocurrido en el pasado con las guerras yugoslavas que afectaron a las seis exrepúblicas yugoslavas. En esta zona, entre maizales y girasoles vivían unos doscientos chicos de diferentes nacionalidades, argelinos, afganos, pakistaníes... Un crisol de culturas cuyo único propósito era llegar a Europa. La situación que allí se vivió fue dantesca, la policía croata tortura, intimida, impone su fuerza física con estos chicos, cuyo único propósito es cruzar la frontera por el bosque durante 10 o 15 días, escondidos para poder pedir asilo en Europa occidental; es lo que llaman “el game”. Ellos se juegan la vida cada día. Aún recuerdo las heridas, mapas en las espaldas dañadas de los chicos. Al no tener vías seguras para poder acceder a Europa las soluciones son horribles: caminar por el bosque, donde si la policía te coge te golpea y te quita la ropa, te destruye el móvil, meterse en los bajos del tren es otra opción (algunos chicos han perdido la vida). Meterse en un camión y sufrir largos viajes donde la vida peligra también era otra, tan dura como la primera (también han perdido la vida asfixiados)... ¡Nadie les ofrece vías seguras! Así es la vida en esta frontera. Esta frontera se cuenta mejor con imágenes que con palabras.

Patricia Sierra Solís
Presidenta de la ONG Sonrisas en Acción Cáceres
Publicado en la revista Migraciones, nº6, pp. 24-25.

Orientaciones Pastorales sobre Desplazados Internos 

En el Mensaje para la Jornada del Migrante y del Refugiado del año pasado el papa Francisco nos decía que el lema del cristiano es: “Primero los últimos”. Este año, como guiado por ese lema, nos propone mirar a los desplazados internos, los últimos de los últimos, ya que son personas sin derechos por desplazarse sin haber cruzado ninguna frontera. Pocas veces la sociedad y los medios de comunicación se hacen eco de los desplazados internos (IDP).

Para leer este nuevo documento de la Santa Sede nos puede venir bien la imagen del triángulo de pontificado del papa Francisco que nos propone Luis Argüello, que no es un esquema teórico, sino una guía para nuestra acción evangelizadora.

Las orientaciones recuerdan mucho a los 20 Puntos de Acción de 2018 que propuso el papa y que supusieron un giro en el trabajo de la Santa Sede con las organizaciones internacionales y especialmente con la ONU ante los Pactos Mundiales sobre Migrantes y Refugiados. De hecho, la redacción de este documento ha supuesto un trabajo similar, según comentó el cardenal Czerny el día de la presentación del documento. Se trata de construir la Iglesia de abajo a arriba, como le gusta decir al cardenal. Es decir, una tarea de consulta previa con Iglesias católicas, asociaciones, congregaciones religiosas. En la misma clave sinodal se puede interpretar el protagonismo, incluso pastoral, que deben tener las comunidades desplazadas y las comunidades de acogida, que a menudo viven en una gran precariedad. También podemos incluir aquí el necesario diálogo con otras entidades no católicas y el imprescindible diálogo interreligioso. (…) 

La tarea institucional que debe acometer la Iglesia para abordar los grandes temas que dañan la dignidad humana, y especialmente la de las personas migrantes y refugiadas, no exime, sino todo lo contrario, a todos y cada uno de los cristianos. El gran reto sigue siendo llegar y trabajar juntos, todo el “santo Pueblo de Dios”. Esto ya no solo es tarea de los “agentes de pastoral”, es cuestión de una Iglesia en salida que aborda unida la tarea de la evangelización. Es necesario recordar también que la prioridad de las personas migrantes es un subrayado, no una novedad, y en este sentido llama la atención la importancia de documentos escritos en pontificados anteriores, especialmente en el de san Juan Pablo II, a los que se hace referencia constante a lo largo de todo el documento. (…) 

El documento se puede descargar en este enlace.

 Mónica Prieto Vidal
Subcomisión Episcopal de Migraciones y movilidad humana 
Publicado en la revista Migraciones, nº6, pp. 38-39.

ORACIÓN DE LA JORNADA DEL MIGRANTE Y REFUGIADO 2020


Padre, Tú encomendaste a san José lo más valioso que tenías: el Niño Jesús y su madre, para protegerlos de los peligros y de las amenazas de los malvados.

Concédenos, también a nosotros, experimentar su protección y su ayuda. Él, que padeció el sufrimiento de quien huye a causa del odio de los poderosos, haz que pueda consolar y proteger a todos los hermanos y hermanas que, empujados por las guerras, la pobreza y las necesidades, abandonan su hogar y su tierra, para ponerse en camino, como refugiados, hacia lugares más seguros.

Ayúdalos, por su intercesión, a tener la fuerza para seguir adelante, el consuelo en la tristeza, el valor en la prueba.

Da a quienes los acogen un poco de la ternura de este padre justo y sabio, que amó a Jesús como un verdadero hijo y sostuvo a María a lo largo del camino.

Él, que se ganaba el pan con el trabajo de sus manos, pueda proveer de lo necesario a quienes la vida les ha quitado todo, y darles la dignidad de un trabajo y la serenidad de un hogar.

Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo, que san José salvó al huir a Egipto, y por intercesión de la Virgen María, a quien amó como esposo fiel según tu voluntad. Amén.