Nº 1344 • AÑO XXVIII
INICIO - Editorial
La libertad verdadera
No hay palabra que el hombre moderno ame más que la palabra “libertad”. Pero, cuando en la misma Carta de los Derechos Humanos o en el lenguaje de la política moderna se habla de libertad, se habla de una libertad puramente negativa, es decir, de una libertad sin obstáculos ⎯que es parte de la libertad, sin duda ninguna⎯, pero no de un objetivo para la libertad. Como decía un filósofo del siglo XIX, “la libertad moderna -y estaba él pensando en la Revolución Francesa- sabe destruir un régimen -supongamos que opresor, el Antiguo Régimen, aristocrático, monárquico, etc-, pero no sabe poner nada en su lugar, porque no tiene una meta. La meta es la misma libertad”.
La libertad para el hombre moderno se convierte en una especie de Dios, que no tiene fondo, que no necesita justificación ni explicación; que no es algo en lo que se pueda educar a las personas, sólo existe o no existe. La única forma que en el mundo actual tenemos para –diríamos- articular adecuadamente o tratar de articular la libertad es reprimirla o suprimirla. Entonces, eso pone de manifiesto que la libertad es algo, tal como lo usamos hoy, es un concepto verdaderamente superficial, sin hondura, sin hondura humana, porque esa libertad negativa nos puede conducir a ser, por ejemplo, esclavos de nuestros instintos. Dicho en el lenguaje que se usa tantas veces, “hacer lo que me da la gana”. Hacer lo que me da la gana suele ser hacer lo que me dice la última serie de televisión que he visto o lo que me invita a hacer la publicidad, o seguir mis propios instintos. Y eso no genera hombres libres. No genera hombres capaces de darse a sí mismos, capaces de arriesgar su vida por algo más grande que la propia vida. Genera más bien cobardes, personas que actúan sin transparencia y sin nobleza, sin “grandeza de ánimo”. Esa “grandeza de ánimo” que Aristóteles decía que es el rasgo humano más noble y característico de la persona humana.
Y es que esa libertad que Dios da a algunos -si queréis héroes y personas capaces del don de la vida- las ha habido siempre en todas las culturas, porque Dios es muy libre para actuar. Pero esa libertad es fruto de la Redención de Cristo. “Para ser libres -dice San Pablo en un lugar- nos ha liberado Cristo”. Esa libertad verdadera es condición de nuestra vocación al amor. No se puede amar si no se ama desde la libertad. Pero esa libertad, que genera y hace posible el amor, es la libertad que tiene una meta: amar. Y eso requiere disponer de la propia vida, requiere ser libre.
Ser libres. “Para ser libres nos ha liberado Cristo”. La libertad verdadera. La libertad verdadera es fruto de la Redención, es una conquista de la vida entera, pero una conquista que no hacemos nosotros a fuerza de voluntad, sino que Le pedimos al Señor que nos haga libres. (…)
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
6 de septiembre de 2020
S.I Catedral de Granada