06 de septiembre de 2020
1343 • AÑO XXVIII

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Sacramentos de vida cristiana

El sacramento del matrimonio

El matrimonio constituye en la actualidad uno de los sectores de la vida que más problemas plantea. Podríamos decir que está en crisis.

CRISIS ACTUAL
La crisis del matrimonio es una crisis, de orden general, que se debe a dos factores: los grandes cambios contemporáneos decisivos en la historia de la humanidad, y la propugnación de una libertad que se pretende total y en continuo dinamismo creativo. Todo esto trae como consecuencia una desafección por las instituciones o, al menos, el deseo de una reforma radical de las mismas. Y una de estas instituciones amenazadas es el matrimonio. 

La institución del matrimonio y de la familia se ve implicada en esta crisis de muy diversas maneras. Unos la critican y otros la rechazan porque sería el resultado de una experiencia histórica ya superada y porque se opondría además a las exigencias de realización de la persona humana y a su libertad, creando situaciones de conformismo y alienación. 

Hay que decir, ante todo, que esta crisis de las instituciones, especialmente del matrimonio, es un hecho ambiguo, que exigiría un serio análisis sociológico. Pero hay que afirmar también, ya de entrada, que las exigencias de la libertad en la elección, de autenticidad y de responsabilidad en la vida matrimonial como proyecto a realizar conjuntamente en una profundización continua de los valores del matrimonio son positivas, porque son exigencias humanas y cristianas fundamentales. Pero si se pretendiese dejar el matrimonio al arbitrio individual y a la mutabilidad de los sentimientos y de las pasiones, se debilitaría o se perdería su valor esencial y social. Juan Pablo II planteaba así la cuestión: La situación en que se halla la familia presenta aspectos positivos y negativos: signo, los unos, de la salvación de Cristo operante en el mundo; signo, los otros, del rechazo que el hombre opone al amor de Dios. En efecto, por una parte existe una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, a la promoción de la dignidad de la mujer, a la procreación responsable, a la educación de los hijos; se tiene además conciencia de la necesidad de desarrollar relaciones entre las familias, en orden a una ayuda recíproca espiritual y material…

Por otra parte no faltan, sin embargo, signos de preocupante degradación de algunos valores fundamentales: una equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos… el número cada vez mayor de divorcios… En la base de estos fenómenos negativos está muchas veces una corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, concebida no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta (Juan Pablo II, Familiaris Consortio, n.6). 

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano