2 de agosto de 2020
1342 • AÑO XXVIII

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Sacramentos de vida cristiana

El perdón de los pecados

En la epístola de Santiago se habla de la remisión de los pecados: “y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados” La teología actual debe situar debidamente el verdadero efecto de la Unción y la eventual remisión de los pecados procurada por este sacramento.

En la mentalidad de muchos pastores y de muchos fieles, el efecto purificador aparece como específico del sacramento, convirtiéndose éste en un sustituto del sacramento de la penitencia.

Pero esta vinculación entre la unción y la penitencia provocó también un profundo cambio en lo referente al sujeto y modificó la forma de concebir el significado y los efectos de la Unción. El sujeto pasó a ser no ya enfermo sino enfermo en peligro de muerte, sobre todo a partir del siglo XI, por lo que la Unción se convirtió en preparación para la muerte, produciendo los mismos efectos que la Penitencia ad mortem (de ahí la expresión “Extremaunción”). Se dejaba de lado la eficacia curativa de la unción, subrayando cada vez más su efecto espiritual, es decir, el perdón de los pecados. Por eso, el único lugar donde se hace referencia a la curación corporal es en las oraciones, mientras que se van imponiendo, poco a poco, fórmulas de administración de la Unción en las que sólo se habla de la purificación del pecado. O sea, que la Unción termina por ocupar el puesto de la reconciliación mediante la penitencia, convirtiéndose así en un rito de reconciliación para moribundos.  La Unción pasa a ser Unción “ad mortem”. Y así se produjo la evolución de este sacramento en su relación con el perdón de los pecados y las causas que la motivaron.

Pero esta concepción de la unción debe ser rechazada, sobre todo por dos motivos:
- no encuentra ningún fundamento en la tradición de la Iglesia, sobre todo de Trento y del Vaticano II.
- tiene el inconveniente mayor de acreditar el lazo entre enfermedad y pecado.

Es verdad que varios autores eclesiásticos posteriores al siglo VIII establecían también la misma relación causal enfermedad-pecado. Pero esta relación no es fiel a la Revelación bíblica. El mismo Cristo rechazaba esta conexión. Por eso mismo, la importancia desmesurada que se atribuye habitualmente al efecto purificador de la Unción está sujeta a caución, porque implica una concepción de la enfermedad que habría que reexaminar.

Podemos decir que si el perdón de los pecados constituye uno de los efectos de la Unción, es simplemente accesorio y eventual. Esto está claro en la nueva fórmula de la Unción propuesta por San Pablo VI, en la que se concede un discreto puesto a dicho perdón en el conjunto de los efectos del sacramento.

Para que la Unción mantenga y consolide la unión con Cristo, realizada por la vida teologal, es necesario evidentemente que esta comunión exista ya. Ahora bien, puede ser que haya sido rota por el pecado. En este caso, la Unción tiene la posibilidad de perdonar los pecados, es decir, de reconciliar al enfermo con Cristo y con la comunidad.

Ignacio Fernández
Sacerdote diocesano