Nº 1342 • AÑO XXVIII
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El fruto de Dios en nuestras vidas
La celebración de la Eucaristía es la celebración de esa Alianza. Cada Eucaristía es una boda. Es una celebración de bodas, que empieza con un encuentro en el que la esposa se asusta y pide perdón por sus pecados, y el Señor, en las Lecturas, le cuenta la historia de Su amor y, entonces, ella se ofrece al Señor, y empieza ese intercambio precioso que se consuma en la comunión. Cada vez que vas a Misa vas a una boda, porque la novia eres tú. La novia somos cada uno de nosotros.
El Señor Se da y Se da para que podamos vivir sostenidos, seguros y ciertos del amor que Dios nos tiene. Es verdad que vivimos en ese mundo donde hay tierra buena, trigo bueno y semilla mala, piedras, zarzas, todo eso. Pero el triunfo es siempre de Dios. El triunfo es siempre del amor de Dios. Y eso casi es el único mensaje que yo he querido transmitiros, porque me parece que es el que más necesitamos. El triunfo es siempre del amor de Dios. Quien se acoge al amor de Dios no tiene nada que temer. Todo lo contrario. Es el don de Jesucristo y la vida que Él siembra en nosotros y que nos da y comunica, desde el Bautismo, cada vez que Le acogemos en nuestra vida y en nuestro corazón, incluso más cuando Le acogemos sacramentalmente en la Eucaristía. Esa vida siembra en nosotros la vida divina, que nos permite vivir en el Cielo sin estar en el Cielo; vivir en el mundo sin ser del mundo. Es decir, vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
(…) Lo importante es que el Señor viene a mí, viene a nosotros. Viene a Su pueblo, viene a Su Esposa amada, que es Su pueblo. Y en ese pueblo, del cual somos miembros cada uno de nosotros y formamos todos una unidad. Una unidad más fuerte que la unidad que nos une a los miembros de una familia (…).
Que el Señor nos conceda vivir la Eucaristía como una fiesta cada día en la que el don más grande se nos da, el don que llena de sentido todo el día; que llena de sentido nuestro trabajo, también nuestras fatigas, también nuestras tristezas, también nuestra pobreza, de todas clases. Porque el Señor no nos abandona en esos momentos, aunque nos parezca a nosotros que sí, pero no nos abandona nunca, está siempre con nosotros, siempre. “Alianza nueva y eterna para el perdón de los pecados”.
Que el Señor nos conceda gozar de esa Alianza todos los días de nuestra vida y, luego, por toda la eternidad, juntos. (…)
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
28 de julio de 2020
S.I Catedral de Granada
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