26 de julio de 2020
1341 • AÑO XXVIII

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Dedicado el altar de la parroquia de San Antonio de Padua, en Motril

“La Iglesia, la casa de la familia de Dios”

El pasado sábado día 18, los fieles motrileños de la zona norte acudieron a la parroquia San Antonio de Padua, cuyo párroco ha sido nombrado D. Alberto Sedano, para participar en la celebración de dedicación del altar de la que fuera ermita del siglo XVII, hoy convertida en parroquia dando así cuenta de la creciente vida cristiana que acoge. 

La dedicación del altar lleva consigo una liturgia que nos recuerda que la roca sobre la que edificar nuestra vida es Cristo, tema sobre el que D. Javier aludió en sus palabras durante la homilía, subrayando que “la iglesia no es simplemente un lugar donde nos juntamos para oír misa o para hacer unos cultos”.

El altar dedicado en esta parroquia contiene las reliquias del beato mártir sacerdote Manuel Lucas Ibáñez y del beato fray Leopoldo de Alpandeire. “Los santos, particularmente los mártires, son los que mejor han cumplido las palabras del Señor en la Última Cena: ‘Haced esto en memoria mía’, es decir, dar la vida por la vida del mundo. Son la prolongación de Cristo, la Iglesia que cumple las palabras del Señor ‘haced esto, dar la vida por la vida del mundo como Yo lo hago'”, señaló nuestro arzobispo.

LITURGIA DE DEDICACIÓN
En un altar desnudo, tras las letanías de los santos proclamados para pedir su intercesión, Mons. Martínez ungió la superficie del altar con el Santo Crisma, es decir, el óleo consagrado en la Misa Crismal celebrada el pasado Jueves Santo en la catedral. Con este Santo Crisma consagrada, el altar es “portador de Cristo, revestido de Cristo y, por tanto, fuente de vida para nosotros. Es el lugar donde se celebrará la Eucaristía y donde el Hijo de Dios ofrece su vida por la vida de su Esposa, que es la Iglesia”, recordó nuestro arzobispo sobre esta liturgia. Después, se incensó el altar y se vistió el altar, mientras D. Javier oraba y se iluminaban las luces del templo, así como los cirios que presiden el altar.

“LA CASA DE LA FAMILIA DE DIOS”
La Santa Misa con dedicación de altar, acompañada en el canto por la Coral Armiz, comenzó con la bendición por aspersión con agua bendita a los fieles congregados, ataviados con sus mascarillas y distribuidos en el aforo permitido, tal y como establece la normativa vigente en la situación de pandemia actual. Entre ellos, asistieron también miembros de la Hermandad Sacramental de la Santa Cena y María Santísima del Amor, de Motril.

En sus palabras durante la homilía, D. Javier recordaba el significado que tiene la iglesia: “La iglesia no es simplemente un lugar donde nos juntamos para oír misa o para hacer unos cultos. De alguna manera, es la casa de la familia de Dios, que el Señor ha creado con la Encarnación, con su Pasión, con su muerte, con su Resurrección y con el don del Espíritu Santo. Es el lugar donde la familia de los hijos de Dios nos reunimos a celebrar la Eucaristía. Es el lugar al que vamos también en tiempos de necesidad, nos unimos a orar unos por otros, todos juntos”.

La iglesia acoge anexa a ella unos salones parroquiales para continuar la vida de comunidad que se celebra en el interior del templo. “Cristo es la roca de nuestras vidas, porque la casa que tenemos que edificar cada uno es nuestra propia vida: la vida de nuestra familia, la vida de nuestra comunidad, de nuestro barrio, con los hermanos con los que vivimos y compartimos nuestro paso por la tierra. En ese paso por la tierra nos ha puesto el Señor juntos”.

Junto a la imagen de la roca que es Cristo para edificar nuestra vida, Mons. Martínez recordó también que otro signo del altar es el lecho nupcial, como lugar “de sacrificio y de amor”, ya que es donde Cristo se parte, se da a nosotros y así se nos da para vivir como hijos de Dios y comunicarnos Su vida divina. “Cuando comulgamos recibimos esa vida divina que Él nos da”.

Con anterioridad, Mons. Martínez consagró el templo dedicada a Santa Josefina Bakhita, también en Motril, y el de Nuestra Señora del Pilar, en la ciudad de Granada. 

Paqui Pallarés

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Homilía de D. Javier Martínez, en Motril 

“La Iglesia es la casa de la familia de Dios que el Señor ha creado con su Encarnación, pasión, muerte y Resurrección”

De la vida edificada sobre roca que es Cristo, el significado del altar y sobre los mártires que cumplen con su vida lo que Cristo dijo en la Última Cena son las palabras que dirigió nuestro arzobispo a los fieles que el pasado 18 de julio asistieron a la celebración de dedicación del altar de la parroquia san Antonio de Padua, en la zona norte de Motril, antigua ermita (siglo XVII). Ofrecemos un extracto de sus palabras desarrolladas en la homilía. 

(…) Quiero explicar dos cosas en relación a la celebración de esta tarde. Una, son los varios significados que tiene el altar, que están vinculados con el significado que tiene la Iglesia. La iglesia no es simplemente un lugar donde nos juntamos para oír misa o para hacer unos cultos. De alguna manera, es la casa de esa familia de Dios que el Señor ha creado con la Encarnación, con Su Pasión, con Su muerte, con Su Resurrección y con el don del Espíritu Santo. Es el lugar donde la familia de Dios nos unimos a celebrar la Eucaristía. Es el lugar donde oramos, también, en tiempo de necesidad. Nos unimos para orar unos por otros, todos juntos. De hecho, en la antigüedad, cuando se decoraban las iglesias, se pensaba la iglesia como una anticipación del mundo final, del mundo definitivo. (…)

Os hago referencia a un pasaje del Evangelio: “El que escuche mis palabras y las pone por obra se parece a un hombre que edificó su casa sobre roca. Hubo tormentas, hubo lluvias, hubo tempestades y aquella casa no se vino abajo porque estaba edificada sobre roca. Mientas que el que no escucha mis palabras se parece al que edifica su casa sobre arena, que cuando vienen las tormentas, las crecidas y los vientos, se las llevan, porque está edificada sobre arena”. La roca es Jesucristo. Naturalmente que el Señor, que tomó una imagen que todo el mundo comprendía allí en Palestina, y que nosotros podemos comprender también (…).

CRISTO, LA ROCA DE NUESTRAS VIDAS
Cristo es la roca. Pero no la roca de este edificio vivible. Es la roca de nuestras vidas. Porque la casa esa que tenemos que edificar cada uno es nuestra propia vida: la vida de nuestra familia, la vida de nuestra comunidad, de nuestro barrio, de los hermanos con los que vivimos y compartimos nuestro paso por la tierra, nuestra vida aquí en la tierra.

Es muy importante recordar que, en ese paso por la tierra, estamos juntos, nos ha puesto el Señor juntos. (…) Esa vida que cada uno de nosotros tenemos que construir junto con nuestra familia, el esposo y la esposa, el marido y la mujer, los padres y los hijos, los hermanos, los primos, los vecinos, los prójimos, esa vida que tenemos que construir juntos, la Iglesia está para ayudarnos a construirla, y el centro o el núcleo es el altar de roca sobre el cual nosotros edificamos nuestra casa. A veces, tiene descascarillados o se mueve una teja porque ha habido un viento un poco más fuerte, pero eso se va arreglando si hay vida, se va arreglando siempre. Vosotros habéis arreglado esta iglesia y benditos seáis. Y benditos seáis también por otra cosa, porque al lado de vuestra iglesia está también un lugar de convivencia, que, a lo mejor, en los siglos XVI o XVIII, cuando todos éramos cristianos, las iglesias no se hacían con esos locales para reunirse, pero hoy, casi casi, es tan importante como la iglesia. (…)

La roca es Cristo. Edificar sobre Cristo significa edificar bien, edificar bien nuestra vida. Sin Cristo, hasta las cosas que parecen más bellas, que lo son, como el matrimonio, el amor de un esposo y una esposa o el amor de los padres y los hijos, o el amor de los hermanos, todo eso puede romperse. Nos hemos acostumbrado, como llevamos viviendo veinte siglos de cristianismo, a que eso es normal que no pase. Pero no. No es normal que no pase. Eso es un milagro. El que las familias permanezcan unidas es un milagro y es el Señor quien hace los milagros. Cuando el Señor está en nuestras vidas, nos ayuda. Pues claro que hay dificultades, claro que hay momentos incluso muy difíciles o muy duros, pero el Señor hace posible que triunfe siempre la misericordia, que triunfe siempre el amor, que triunfe siempre el perdón y que se pueda volver a empezar de nuevo. Y para eso necesitamos dónde volver. Volvemos al Señor.

El altar es la roca sobre la que edificamos nuestra vida, pero es un lugar de sacrificio y un lugar de amor. Lugar de sacrificio porque Cristo… Hay un momento en que el sacerdote rompe el pan consagrado y echa un trocito del pan consagrado en el cáliz donde está la sangre de Cristo, y eso, que es un gesto pequeñísimo, sin embargo expresa… En el mundo judío se decía con frecuencia para decir que se había sacrificado un animal, un cordero, un novillo o unas palomas: “mezcló la carne con la sangre”. ¿Por qué? Porque al sacrificarlos se mezclaba, se llenaba aquello de sangre. Entonces, Cristo rompe Su cuerpo, lo reparte y nos lo da para que nosotros vivamos con la vida de los hijos de Dios, con la vida divina que Él nos comunica. Cuando comulgamos estamos recibiendo esa vida divina que Él nos da. Y el tercer signo del altar es que es un lecho nupcial. Eso a lo mejor no lo habéis pensado tanto, pero hay una antigua doctrina cristiana muy bonita que habla de tres altares: el altar central que es la Eucaristía; el altar que es el lecho nupcial de los esposos en la casa; y la mesa familiar, al menos del domingo. Los tres son lugares de sacrificio. Los tres son lugares de amor, que no es una cosa que se da espontáneamente. El amor tiene no mucho que ver, tiene un poquito pero no… de hecho, el amor es tan difícil que el Señor ha querido facilitar creando la atracción entre el hombre y la mujer, entre los sexos. Pero hay un abismo entre la atracción y el amor. Y el amor es un camino que se aprende, que se recorre, que se anda. ¿Y dónde se aprende? Se aprende en este altar donde Cristo da la vida por Su Esposa, por Su Pueblo.

Os digo simplemente, en la Eucaristía hay varios momentos en los que eso se pone de manifiesto. Uno es cuando el sacerdote consagra el pan y dice “este es mi cuerpo que se entrega por vosotros, esta es la sangre de la nueva Alianza, Alianza nueva y eterna”. El fundamento de que el amor matrimonial es para toda la vida tiene, como tendencia, como exigencia profunda del corazón… Ningún chico, ninguna chica aceptarían quererse si se ponen de acuerdo “bueno, nos vamos a querer mientras tengas buena salud y el día que dejes de tener buena salud dejamos de querernos”; o “nos vamos a querer durante unos años”, o “nos vamos a querer mientras seas joven”. No, no. El amor verdadero, y especialmente el amor esponsal, exige, anhela ser para toda la vida. Luego se puede romper, Dios mío. Luego a lo mejor no ha existido nunca. Todo eso lo sabemos perfectamente, no voy a negar, pero fijaros, se rompen mucho más los matrimonios cuando falta la roca como punto de referencia, cuando falta Cristo en nuestra experiencia de la vida; que a lo mejor es una palabra para rezar de vez en cuando, pero falta la experiencia de haber conocido al Señor y de haber experimentado el amor fiel del Señor.

Él es fiel con nosotros, que no lo merecemos. Y si Él es fiel con nosotros, el amor de unos esposos puede recomponerse siempre a Su luz, con Su ayuda, con Su gracia. Solos no, nunca. No lo penséis. Ni con ayuda de psicólogos o cosas de ese tipo. Hace falta el Señor. El amor, como todas las cosas en la vida, todas las importantes, tienen sus raíces en Dios, porque somos imagen suya y sólo se viven bien cuando se viven desde Dios y con el Señor. Por lo tanto, roca de nuestra vida, lugar de sacrificio, donde el Señor se sacrifica por sus criaturas y así muestra Su poder, Su grandeza, porque no es más grande el que presume de ser más grande, es más grande al que no le importa hacerse pequeño. Ese tiene la verdadera grandeza porque sabe que no la arriesga por empequeñecerse. Dios, al revés, se revela mucho más grande justo porque no le importa entregarse a Sí mismo para que nosotros, sus criaturas, vivamos con su vida. Qué cosa tan tremenda, qué cosa más maravillosa.

Pero os decía yo que en la Misa hay varios momentos donde el sacerdote, que hace de pontífice (“pontífice” significa “el que hace puentes”); en el obispo, todos esos cambios de que yo me pongo un gorro, me quito un gorro, me lo vuelvo a poner y todas esas cosas; (…) cuando el obispo lleva la mitra, está representando a Cristo. La mitra es una corona. Era la corona del rey de reyes en Persia y, entonces, representa a Cristo, pero cuando el obispo reza tiene que quitarse siempre la mitra. ¿Por qué? Porque, entonces, eso os representa a vosotros, representa a la Esposa frente al Esposo, a la Esposa frente al Señor. Son los dos papeles que hace. ¿Y qué es lo primero que hace el sacerdote cuando llega a una iglesia donde el altar ya ha sido consagrado? Besar el altar. Y un papa de hace muchos siglos, explicando la razón cómo el papa se quita la tiara y el obispo se quita la mitra, porque en ese momento, representando al Pueblo santo de Dios, representando a la Esposa, el sacerdote besa el lecho nupcial donde el Esposo va a dar la vida por ella. Eso es precioso. Caer en la cuenta de que la misa es eso, no es ya una obligación que hay que cumplir y donde un cura nos cuenta cosas.

 
LOS MÁRTIRES
Y las reliquias de los mártires que están ahí es porque los santos, y particularmente los mártires, son los que mejor han cumplido las palabras del Señor en la Última Cena: “Haced esto en memoria mía”. ¿Qué es lo que Jesús hace? Dar su cuerpo, su sangre, dar su vida por la vida del mundo y los mártires han hecho eso. Por eso, los cristianos antiguos, en los primeros siglos, tenían una especial predilección por ir a celebrar la Misa en los sepulcros de los mártires, de tal manera que los altares más antiguos cristianos eran sepulcros donde estaba sepultado un mártir. De ahí viene la tradición de que en los altares se depositen reliquias de mártires o de santos, pero si pueden ser de mártires mejor, porque ellos son como la prolongación de Cristo, la Iglesia, porque son hombres o mujeres que han dado su vida por Cristo, pero es la Iglesia que hace, que cumple las palabras del Señor “haced esto, dar vuestra vida por la vida del mundo, como Yo lo hago, por lo tanto, en memoria de que Yo lo he hecho por vosotros, con la conciencia de que Yo lo he hecho y lo hago”, porque se da en cada Eucaristía. El Señor se nos da. Sin que lo merezcamos. No lo merecemos nunca, nunca. Pero ese es nuestro Dios.

(…)

Que el Señor nos conceda abrir nuestros corazones, nuestros oídos. Pero, para que edifiquemos nuestra vida sobre roca, sepamos que Cristo se entrega por nosotros siempre, por muy desastres que hayamos sido o que seamos, y que el amor de Cristo, el amor esponsal de Cristo, jamás nos faltará. Cuando digo esponsal, es un amor del que el amor de los esposos no es más que una pobre imagen del amor que Dios nos tiene, porque en ese matrimonio, el de Cristo con su Iglesia, es el único en el que se cumple lo de que “serán los dos una sola carne”. (…)

Que el Señor conceda a la parroquia de San Antonio este regalo precioso de que vuestras vidas muestren lo que es un trocito de Iglesia vivo y espléndido.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

18 de julio de 2020
Parroquia San Antonio de Padua (Motril)

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