14 de junio de 2020
1335• AÑO XXVIII

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“Sólo el amor es digno de fe” (Von Balthasar)

 Caridad cristiana y amor divino manifestado en Cristo

El amor no quiere otra recompensa que el amor recíproco; por eso Dios, para su amor, no pretende de nosotros otra cosa que nuestro amor, “no de palabra ni con frases, sino en obra y verdad” (I Jn 3, 18).

Colocar este acto amoroso primaria y exclusivamente en un quehacer apostólico de hombre a hombre, sería entender la revelación del amor absoluto en modo puramente funcional, como medio o como impulso para un fin humano, y no de modo personal y absoluto. El centramiento antropológico de lo cristiano como pura ética suprime el centramiento teológico.

En este punto, debe servirnos de advertencia el pueblo de Israel, que, al menos primariamente, no fue (ni es) apostólico; y en él se advierte claramente cómo el Dios celoso que se dona en la alianza quiere para sí ante todo el amor fiel del amado. Y la razón es que el amor absoluto debe ser amado y practicado entre los amantes con exclusión de toda concurrencia que otros objetos dignos de amor relativo pudieran provocar; éstos, a su vez, se convierten en ídolos en la medida en que impiden la absoluta fidelidad al amor absoluto. En el Cantar de los Cantares se presenta al esposo y a la esposa solos, sin niños; se tienen y se bastan a sí mismos, y toda fecundidad está incluida en el círculo cerrado de esa reciprocidad, que es hortus conclusus, fons signatus [huerto cerrado, fuente sellada].

“Quien no conoce el rostro de Dios por medio de la contemplación no lo podrá reconocer en la acción, tampoco cuando brille para él en el rostro de los humillados y oprimidos”

En consecuencia, todo “apostolado” cristiano es una canalización finalista y racionalizante del amor (Cf. la postura pseudo-caritativa de Judas frente al gasto “carente de sentido” de María, Jn 12, 3-8), en la medida en que no tiene como finalidad la respuesta absoluta al amor absoluto; esta respuesta se llama “adoración” (Jn 4, 24; 9, 38; Ap 14, 7), “acción de gracias” glorificante (Mt 15, 36 par, Rom 1, 8 etc.; 1 Tes 5, 18; Ap 4, 9), que debe considerarse como sentido formal de toda la existencia, y todo ello con la prioridad incondicionada de un estar-a-disposición absoluta (y aparentemente sin sentido desde el punto de vista terrenal) del amor divino, en medio de todas las ocupaciones, por lo demás urgentes y razonables (Lc 10, 42). A la preferencia de la vida contemplativa sobre la activa fuera del cristianismo corresponde, en campo cristiano y sólo en él, la preferencia de una vida como respuesta al amor de Dios que se dona, en la fe de que ese amor, del que procede toda fecundidad, será suficientemente poderoso para extraer de toda donación que no se pone objetivos, el fruto correspondiente para la humanidad y para el mundo.

Quien no conoce el rostro de Dios por medio de la contemplación no lo podrá reconocer en la acción, tampoco cuando brille para él en el rostro de los humillados y oprimidos. [Por el contrario], es posible el “orad sin cesar” del que habla Pablo (1 Tes 5, 17) dentro de la acción... del mismo modo que un joven lleva siempre presente y viva en su corazón la imagen de la amada, aun en medio de las ocupaciones más ajenas a ella, o del mismo modo como los caballeros de los antiguos romances realizaban sus heroicidades para gloria de su dama. La “buena voluntad" es una expresión dulcificada de algo mucho más fuerte, que en palabras cristianas diría: ser en todo “alabanza de la gloria de su gracia” (Ef 1, 6) a fin de que “Dios sea glorificado en todo” (Benito), de que todo ocurra “a mayor gloria de Dios” (Ignacio de Loyola).

Esta glorificación tiene lugar en la medida en que la acción humana se inspira en el amor y tiende al amor... Caridad es todo encuentro con el prójimo que –visto desde el juicio de Dios- puede ser interpretado como encuentro del amor absoluto, es decir, en el amor divino, tal y como se ha manifestado en Cristo... Se trata, pues, de hacer visible, a la luz del fuego del juicio, todos los presupuestos y consecuencias implícitas en el encuentro humano: “En verdad os digo, cuanto (no) hicisteis (las obras del amor) con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo (no) lo hicisteis” (Mt 25, 45). Este veredicto despierta un gran asombro tanto en quienes las han hecho como en quienes no las han hecho (“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, o peregrino, o desnudo, o enfermo o en prisión?”) debido a que nadie, a no ser Cristo, logra la total reducción de sus obras a Cristo, porque en la fe amante la medida de lo ético es arrebatada definitivamente al que actúa y pasa a ser custodiada dentro del amor de Dios.

Hans Urs von Balthasar
En Sólo el amor es digno de fe