24 de mayo de 2020
1332 • AÑO XXVIII

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La TV y otros medios de comunicación social

"Sostener y reforzar la comunión en el interior de las familias"

El Papa que vivió la llegada de internet y animó a los católicos a entrar en el ciberespacio "armados con el Evangelio", escribió esta reflexión sobre cómo un medio de comunicación como el televisor puede ser una fuente de enriquecimiento, así como un riesgo para la vida familiar. 

En los últimos decenios la televisión ha revolucionado las comunicaciones influenciando profundamente la vida familiar. Hoy, la televisión es una fuente primaria de noticias, informaciones y entretenimiento para innumerables familias y forma parte de sus actitudes y opiniones, de sus valores y modelos de comportamiento.

La televisión puede enriquecer la vida familiar. Puede unir más estrechamente a los miembros de la familia y promover la solidaridad con otras familias y con la comunidad en general. Puede acrecentar no solamente la cultura general, sino también la religiosa, permitiendo escuchar la palabra de Dios, afianzar la propia identidad religiosa y alimentar la vida moral y espiritual.

La televisión puede también perjudicar la vida familiar: al difundir valores y modelos de comportamiento falseados y degradantes, al emitir pornografía e imágenes de violencia brutal al inculcar el relativismo moral y el escepticismo religioso; al dar a conocer relaciones deformadas, informes manipulados de acontecimientos y cuestiones actuales; al transmitir publicidad que explota y reclama los bajos instintos y exalta una visión falseada de la vida que obstaculiza la realización del mutuo respeto, de la justicia y de la paz.

Deseo subrayar especialmente las responsabilidades de los padres, de los hombres y las mujeres de la industria televisiva, de las autoridades públicas y de los que cumplen sus deberes pastorales y educativos en el interior de la Iglesia.

Incluso cuando los programas televisivos no son moralmente criticables, la televisión puede tener efectos negativos en la familia. Puede contribuir al aislamiento de los miembros de la familia en su propio mundo, impidiendo auténticas relaciones interpersonales, puede también dividir a la familia, alejando a los padres de los hijos y a los hijos de los padres.

En este mensaje, deseo subrayar especialmente las responsabilidades de los padres, de los hombres y las mujeres de la industria televisiva, de las autoridades públicas y de los que cumplen sus deberes pastorales y educativos en el interior de la Iglesia ... Dios ha confiado a los padres la grave responsabilidad de ayudar a los hijos "desde la más tierna edad, a buscar la verdad y a vivir en conformidad con la misma, a buscar el bien y a fomentarlo" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1991). Éstos tienen pues, el deber de conducir a sus hijos a que aprecien "todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable" (Flp 4, 8).

Por tanto, además de ser espectadores capaces de discernir por sí mismos, los padres deberían contribuir activamente a formar en sus hijos hábitos de ver la televisión, que les lleven a un sano desarrollo humano, moral y religioso... Formar esos hábitos en los hijos a veces equivale simplemente a apagar la televisión porque hay algo mejor que hacer porque es necesario en atención a otros miembros de la familia o porque la visión indiscriminada de la televisión puede ser perjudicial.

La televisión se ocupa a menudo de temas serios: la debilidad humana y el pecado, y sus consecuencias para los individuos y la sociedad; el fracaso de instituciones sociales, incluidos el gobierno y la religión; apremiantes cuestiones acerca del sentido de la vida. Debería tratar estos temas de manera responsable, sin sensacionalismo y con sincera solicitud por el bien de la sociedad, así como con escrupuloso respeto hacia la verdad. "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32), dijo Jesús y, en último término, toda la verdad tiene su fundamento en Dios, que es también la fuente de nuestra libertad y creatividad.

La familia, basada en el matrimonio, es una comunión única de personas que Dios ha querido que sea "la unidad fundamental y natural de la sociedad" (Declaración universal de los derechos del hombre art. 16, 3). La televisión y los otros medios de comunicación social tienen un poder inmenso para sostener y reforzar esa comunión en el interior de la familia, así como la solidaridad con otras familias y un espíritu de servicio con respecto a la sociedad.

Vaticano, 24 de enero de 1994
JOANNES PAULUS PP. II