24 de mayo de 2020
1332 • AÑO XXVIII

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Reflexiones del Papa Francisco recogidas en un libro

 "La vida después de la pandemia"

Nuevo libro publicado por la Editorial Vaticana que recoge las reflexiones del Papa Francisco - textos escritos y hablados- sobre la pandemia de coronavirus que se ha extendido en la familia humana, con las que se esbozan las pautas para un nuevo inicio que tenga el sabor de un renacimiento. La obra incluye un prefacio del Cardenal Michael Czerny, actual Subsecretario de la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Ofrecemos un sucinto extracto del libro. 

Si actuamos como un solo pueblo, incluso ante las otras epidemias que nos acechan, podemos lograr un impacto real. […] La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor […]. En este tiempo de tribulación y luto, es mi deseo que, allí donde estés, puedas hacer la experiencia de Jesús, que sale a tu encuentro, te saluda y te dice: "Alégrate" (Mt 28,9). Y que sea ese saludo el que nos movilice a convocar y amplificar la buena nueva del Reino de Dios.

(Papa Francisco)

¿POR QÚE TENÉIS MIEDO?


“¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? “. Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, “volved a mí de todo corazón” (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: “Que todos sean uno” (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

(Mensaje Urbi et Orbi)

EL EGOÍSMO: UN VIRUS TODAVÍA PEOR

[…] Queridos hermanos y hermanas: En la prueba que estamos atravesando, también nosotros, como Tomás, con nuestros temores y nuestras dudas, nos reconocemos frágiles. Necesitamos al Señor, que ve en nosotros, más allá de nuestra fragilidad, una belleza perdurable. Con Él descubrimos que somos valiosos en nuestra debilidad, nos damos cuenta de que somos como cristales hermosísimos, frágiles y preciosos al mismo tiempo. Y si, como el cristal, somos transparentes ante Él, su luz, la luz de la misericordia brilla en nosotros y, por medio nuestro, en el mundo. Ese es el motivo para alegrarse, como nos dijo la Carta de Pedro, "alegraos de ello, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas" (1 P 1,6). En esta fiesta de la Divina Misericordia el anuncio más hermoso se da a través del discípulo que llegó más tarde. Sólo él faltaba, Tomás, pero el Señor lo esperó. La misericordia no abandona a quien se queda atrás. Ahora, mientras pensamos en una lenta y ardua recuperación de la pandemia, se insinúa justamente este peligro: olvidar al que se quedó atrás. El riesgo es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente, que se transmite al pensar que la vida mejora si me va mejor a mí, que todo irá bien si me va bien a mí. Se parte de esa idea y se sigue hasta llegar a seleccionar a las personas, descartar a los pobres e inmolar en el altar del progreso al que se queda atrás. Pero esta pandemia nos recuerda que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren: todos somos frágiles, iguales y valiosos. Que lo que está pasando nos sacuda por dentro.

Es tiempo de eliminar las desigualdades, de reparar la injusticia que mina de raíz la salud de toda la humanidad. Aprendamos de la primera comunidad cristiana, que se describe en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Había recibido misericordia y vivía con misericordia: "Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno" (Hch 2,44-45). No es ideología, es cristianismo. En esa comunidad, después de la resurrección de Jesús, sólo uno se había quedado atrás y los otros lo esperaron.

Actualmente parece lo contrario: una pequeña parte de la humanidad avanzó, mientras la mayoría se quedó atrás. Y cada uno podría decir: “Son problemas complejos, no me toca a mí ocuparme de los necesitados, son otros los que tienen que hacerse cargo”. Santa Faustina, después de haberse encontrado con Jesús, escribió: "En un alma que sufre debemos ver a Jesús crucificado y no un parásito y una carga… [Señor], nos ofreces la oportunidad de ejercitarnos en las obras de misericordia y nosotros nos ejercitamos en los juicio" (Diario, 6 septiembre 1937). Pero un día, ella misma le presentó sus quejas a Jesús, porque: ser misericordiosos implica pasar por ingenuos. Le dijo: "Señor, a menudo abusan de mi bondad", y Jesús le respondió: "No importa, hija mía, no te fijes en eso, tú sé siempre misericordiosa con todos" (Diario, 24 diciembre 1937). Con todos, no pensemos sólo en nuestros intereses, en intereses particulares. Aprovechemos esta prueba como una oportunidad para preparar el mañana de todos, sin descartar a ninguno: de todos. Porque sin una visión de conjunto nadie tendrá futuro. Hoy, el amor desarmado y desarmante de Jesús resucita el corazón del discípulo. Que también nosotros, como el apóstol Tomás, acojamos la misericordia, salvación del mundo, y seamos misericordiosos con el que es más débil. Sólo así reconstruiremos un mundo nuevo.

SUPERAR LOS DESAFIOS GLOBALES
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy celebramos el 50º Día de la Tierra. Es una oportunidad para renovar nuestro compromiso de amar nuestra casa común y cuidar de ella y de los miembros más débiles de nuestra familia. Como la trágica pandemia de coronavirus nos está demostrando, solo juntos y haciéndonos cargo de los más frágiles podemos vencer los desafíos globales. La Carta Encíclica Laudato si’ tiene precisamente este subtítulo: "Sobre el cuidado de la casa común". Hoy reflexionaremos un poco juntos sobre esta responsabilidad que caracteriza nuestro "proprio paso por esta tierra". Debemos crecer en la conciencia del cuidado de la casa común. Estamos hechos de materia terrestre y los frutos de la tierra sostienen nuestra vida. Pero, como nos recuerda el libro del Génesis, no somos simplemente “terrestres”: llevamos en nosotros también el soplo vital que viene de Dios (cfr Gen 2,4-7). Vivimos, por lo tanto, en la casa común como una única familia humana y en la biodiversidad con las demás criaturas de Dios. Como imago Dei, imagen de Dios, estamos llamados a cuidar y respetar a todas las criaturas y a sentir amor y compasión por nuestros hermanos y hermanas, especialmente los más débiles, a imitación del amor de Dios por nosotros, manifestado en su Hijo Jesús, que se hizo hombre para compartir con nosotros esta situación y salvarnos. A causa del egoismo, hemos incumplido nuestra responsabilidad como custodios y administradores de la tierra. «basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común». La hemos contaminado, la hemos saqueado, poniendo en peligro nuestra misma vida. Por eso, se han formado varios movimientos internacionales y locales para despertar las conciencias (...)

Queridos hermanos y hermanas, "despertemos el sentido estético y contemplativo que Dios puso en nosotros". La profecía de la contemplación es algo que aprendemos sobre todo de los pueblos originarios, los cuales nos enseñan que no podemos cuidar a la tierra si no la amamos y no la respetamos. Ellos tienen esa sabiduría del “buen vivir”, no en el sentido de pasarlo bien, no: sino del vivir en armonía con la tierra.

(Exhortación Apostólica Querida Amazonia)

Los textos pueden ser descargados del sitio web de la Libería Editoria Vaticana www.libreriaeditricevaticana.va y a través de Vatican News https://www.vaticannews.va/it/lev.html

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