17 de mayo de de 2020
1331 • AÑO XXVIII

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Sacramentos de vida cristiana

La enfermedad: proclamación del Reino de Dios

Cuando Jesús curaba enfermos, sus acciones estaban siempre ordenadas a la proclamación práctica del reino de Dios, unida a menudo expresamente a la expulsión del maligno y al perdón de los pecados.

Jesús con su mensaje transmitía la gran misericordia de Dios ante la situación en que se encontraban los enfermos y los pecadores. Las curaciones físicas de los enfermos son “signos” de su victoria sobre el mal. Si en Mt 11,4-5 y en Lc 7,22 las curaciones son signos de su mesianidad, en otros lugares son signos de la liberación verdadera y profunda que realizará con su muerte y resurrección. Su misión se presenta en Lucas 4,18-19 como una liberación. Y el evangelio de Juan llama expresamente “signos” a todos los milagros realizados por Jesús, con una clara referencia a la “realidad” pascual. Entre estos signos de liberación (de la ceguera, de la sordera, de la lepra, de la fiebre y de la muerte) ocupan un lugar significativo las liberaciones de los poseídos por el demonio, en cuanto que expresan mejor la victoria de Jesús sobre el príncipe de este mundo.

En cuanto a la relación enfermedad-pecado, se niega explícitamente toda dependencia de causalidad entre pecado personal y enfermedad: es el caso de ciego de nacimiento (Jn 9,3). Cristo conocía este modo de pensar sobre el pecado como algo conectado con la enfermedad; pero no sitúa esta relación en el plano de la causalidad, que Él no admite (Jn 9,3; Lc 13,1-5), sino más bien en el de la ejemplaridad: según Él, la enfermedad debe ser curada para indicar que Él ha venido precisamente a curar al hombre de su pecado. Por consiguiente, las curaciones de los enfermos serán siempre “signos” de su misión salvífica, que se explicitará en la búsqueda de la salvación de los pecadores, es decir, de los que están enfermos por haber interrumpido su relación vital con Dios.

Entre otros numerosos textos en los que se habla de curaciones, encontramos tres “sumarios” de la actividad de Jesús (Mt 4,23-24; Mc 3,7-11; Lc 6,17-18) en los que se subraya su actividad taumatúrgica, poniéndola en relación con la predicación del Reino. Las curaciones siguen a los discursos de Jesús, como para confirmar sus enseñanzas. Palabra y “signo” manifiestan la verdadera naturaleza de Cristo y de su obra.

Por eso se pide la fe, a la que se atribuyen las curaciones (Lc 7,50; 8,48). A veces se recuerda la fe de los que piden el milagro, no del interesado: la madre de la cananea, el centurión para su siervo, Jairo para su hija o los amigos que hacen descender al paralítico por el techo. La fe, en estos casos, se convierte en oración de intercesión.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano