3 de mayo de 2020
1329 • AÑO XXVIII

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Vocaciones nativas

Testigos de Cristo en el mundo

Con motivo de la celebración el domingo, 3 de mayo, de la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones y Jornada de Vocaciones Nativas, conocemos el testimonio de jóvenes religiosos y religiosas que entregan su vida al servicio del anuncio del Evangelio en distintas partes del planeta. 

"Quise decir sí al sueño de Dios"


Ángel de la Victoria, misionero javeriano y formador de misioneros en Yaundé (Camerún)

Fue en enero de 2013, estando en Chad, que me pidieron venir a Yaundé para acompañar a estos jóvenes en su proceso de discernimiento. No fue fácil aceptar y aún menos venir pero, al final, uno se da cuenta de que, si yo hoy soy misionero, es gracias a otros que dieron su tiempo y sus energías para invitarme a serlo. Así que, ¿cómo negarme a formar parte de esta comunidad de jóvenes que se preparan para ser futuros misioneros? Creo que es así como sigo diciendo SI al sueño de Dios.

El carisma misionero que nos dejó nuestro fundador San Guido M Conforti es un tesoro que vale la pena ser propuesto a otros, sin mirar el origen, la raza o la cultura de donde vienen. Nuestra tarea es hermosa y delicada, y consiste en acompañar a estos jóvenes para profundizar y purificar las motivaciones que les llevan a querer consagrarse. Ayudarles para que puedan hacer una elección libre, responsable y consciente. Es así como podrán vivir el espíritu misionero consagrándose para siempre y en favor de los más desfavorecidos y alejados, según nuestro carisma javeriano, diciendo SI al sueño de Dios”.

"Dios nos llama y nos guía"


Enkh Baatar. Primer sacerdote en Mongolia.

Mi nombre es Enkh Baatar nací en Ulán Bator, la capital de Mongolia, en 1987. Soy el hijo pequeño de una familia con dos hermanas mayores. Cuando yo tenía tres años, Mongolia pasó a ser un país democrático, tras 66 años de gobierno comunista. La Iglesia católica entró oficialmente en 1992.

Los primeros tres misioneros, incluido el actual prefecto apostólico de Ulán Bator, Mons. Wenceslao Padilla, comenzaron una pequeña comunidad en su departamento. Yo los conocí a través de mi hermana mayor en 1994. Ella estudiaba francés, y su profesor era un misionero de la Congregación del Corazón Inmaculado de María. Él la invitó a su pequeña comunidad cristiana, y solía llevarme con ella. Desde entonces empecé a ir a la iglesia regularmente y a saber más sobre Dios.

Me bauticé en 1999, con 12 años. Los viernes iba a un grupo bíblico. Siempre era bonito y sorprendente para mí aprender más sobre la Palabra de Dios y cómo actúa en las vidas de las personas. Después de compartir sobre la Biblia, solía irme a casa tan rápido que mucha gente me preguntaba por qué siempre salía corriendo, o si había algo urgente que tuviera que hacer.

No, simplemente, no podía estar parado, porque algo ardía en mi corazón; sentimientos muy fuertes rebosaban, como una fuente, desde lo hondo de él. Por eso no podía estar tranquilo, tenía que correr. Mientras, me decía a mí mismo que no era el chico más rico del mundo, ni el más guapo, listo, talentoso, fuerte o alto, pero estaba seguro de ser el más feliz, porque sentía profundamente el amor de Dios por mí.

A punto de terminar mi instituto, decidí ir a un seminario y convertirme en sacerdote. Hubo tres grandes razones. Primero, solo quería estar más cerca de Dios y pasar toda mi vida con Él. Segundo, quería compartir la felicidad, la verdad y la Palabra de Dios que he experimentado en mi vida especialmente con aquellos que son pobres no solo física, sino espiritualmente. Tercero, después de ver el dolor de mi madre y de las personas de mi entorno, me sentía impotente, demasiado pequeño y débil para cambiar sus vidas y quitarles sus sufrimientos. Sin embargo, una palabra de Jesús vino a mi mente: una semilla arrojada al suelo no da fruto hasta que muere; si muere, dará 30, 60 y 100 veces más fruto. Entonces pensé: “Si me sacrifico y me ofrezco a Dios, tal vez habrá algún buen fruto en las vidas de aquellos que sufren, incluida mi madre”.

Para mí es más importante cómo vives y mueres como sacerdote que convertirte en sacerdote. Creo que todos y cada uno de nosotros tenemos nuestra propia vocación. Dios siempre nos llama y nos guía, nunca nos deja estar solos. Aunque caigamos y perdamos fuerza en este viaje de fe, abramos nuestros corazones y pongamos nuestra esperanza en Él. Por su abundante amor y gracia, Él utiliza débiles instrumentos como nosotros para hacer un cambio, y dar luz y vida a este mundo nuestro”.

"Rezad para que mi vocación sea fuerte y fiel en el servicio a Dios"


Chameli Tiru. Religiosa Marianista en India

Me llamo Chameli Tiru y soy Marianista de India. Soy la hermana mayor de seis, tres hermanas y tres hermanos. De pequeña fui cuidada por mis padres y abuelos. Mi familia no era católica, eran “sarna” una religión tribal pero impregnada de hinduismo. Ellos no conocían nada sobre Jesús pero eran gente de fe y reverencia por su dios, llamado ‘Singbonga’ que significa ‘un solo dios’. Yo aprendí  de mis abuelos la veneración y oración a dios.

Un día un hombre vino y repartió unos panfletos a mis abuelos, yo estaba jugando y fui a verlo. Me impacto la imagen de un hombre dando vida a un joven muerto y consolando a su madre viuda, ese hombre era Jesús.

Yo no tenía idea de quién era pero ese Jesús pero entró en mi mente y en mi corazón poco a poco. Fui educada en una escuela religiosa y en tercer curso recuerdo que durante el tiempo de Cuaresma me impactó ver la imagen de Jesús Crucificado por nosotros.  En sexto curso quise recibir la comunión y unirme a los cristianos pero mis abuelos no me permitieron recibir el bautismo. Yo estaba triste pero seguí rezando para poder ser bautizada algún día.

Mi deseo se cumplió cuando estaba en séptimo. Estudiaba en las religiosas Ursulinas y compartí con ellas compartí mi deseo de ser bautizada. Ellas me prepararon para recibir el Bautismo, la Confesión, la Comunión y la Confirmación y así mi “gran deseo se vio cumplido”. Me sentía feliz pudiendo practicar la fe cristiana, al final mis padres y abuelos aceptaron mi conversión y me dejaron practicar la nueva fe. Cuando mis hermanos y hermanas me vieron ir a la iglesia y rezar, también ellos decidieron unirse al cristianismo y recibieron el bautismo, solo mis padres y abuelos no quisieron recibir el bautismo. Mis abuelos nunca se convirtieron pero mis padres abrazaron el cristianismo mas tarde.

Cuando acabe los estudios escribí a algunas congregaciones para hacerme religiosa. Una congregación aceptó mi ingreso, y aunque mis abuelos no estaban de acuerdo, querían que me casara, pedí permiso a mis padres y ellos me permitieron ingresar en la congregación. Era un nuevo paso en mis deseos de servir a Jesús. Estuve dos años con las hermanas como candidata y postulante, yo estaba contenta allí, pero un día soñé que mi abuelo moría, en la oración de la mañana sentí ganas de gritar y llore sin saber que me pasaba. Mi formadora aconsejó que volviera a casa para ver qué pasaba. Cuando llegue a casa mi abuelo ya había muerto y mi abuela estaba muy triste y me pidió que no volviera a la congregación y me quedara ayudándola, le prometí que no regresaría a la congregación si ella no me lo permitía. Así que escribí a la congregación para decirles mi decisión. Ellas aceptaron la decisión de mi familia. Posteriormente prepararon mi matrimonio con un joven que finalmente se canceló.

Dios fue misericordioso y en el año 2007 ingresé como candidata en la congregación de hermanas Marianistas fundaron en Ranchi. Mi vida cambio totalmente, al fin podía escoger lo que tanto anhelaba. Después de 4 años de formación profesé como Hija de Maria Inmaculada, Marianistas. Después de cinco años en la congregación hice mis votos perpetuos en 2016.

Este año seré enviada como misionera marianista a Malawi como misionera, junto con otra hermana india y dos africanas a una nueva fundación. Siento que el Señor, me llama a ser misionera y estar a abierta para lo que Él “me llame”.

Doy gracias a Dios y a Maria nuestra Madre, que me han guiado en mi vida para dedicarla a Él. Y agradezco también a las hermanas que me han guiado y formado en la espiritualidad Marianista, soy feliz en mi vocación. Finalizo pidiendo vuestra oración.