Nº 1329 • AÑO XXVIII
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Sacramentos de vida cristiana
El sacramento de la Unción de los Enfermos
Al sacramento de la Unción de los Enfermos podríamos considerarlo el “pariente pobre” entre los demás sacramentos por diversas razones tanto subjetivas como objetivas.
RAZONES SUBJETIVAS
Entre las razones subjetivas más fundamentales está el hecho que fueron muchos los siglos durante los cuales esta unción se reservó en la Iglesia para la enfermedad última, es decir, como preparación para la muerte. Esto, por una parte, suscitaba en el enfermo y familiares actitudes de miedo o reserva, poca simpatía y una cierta resistencia a reconocer que había llegado el momento de salir de este mundo hasta el punto que se le retrasaba indebidamente y se celebraba de una forma precipitada, disimulada y casi oculta; y, por otra parte, se diluía y oscurecía el valor propio de la unción en el conjunto de los llamados generalmente “últimos sacramentos” (penitencia, unción o extremaunción como se le llamaba, y viático). De hecho en la misma práctica pastoral se consideraba a la unción como un sacramento “menor” en comparación con la Penitencia y la Eucaristía.
RAZONES OBJETIVAS
Pero hay razones objetivas que parecen quitar fuerza a este sacramento. Por ejemplo, figura en último lugar en los tratados de sacramentos y en la práctica pastoral de la Iglesia, y aparece con frecuencia como un apéndice del sacramento de la Penitencia, como un sacramento de “segundo orden” en cuanto a su importancia objetiva, en comparación con los demás sacramentos. El mismo Concilio de Trento lo trató a continuación del sacramento de la Penitencia pero de manera mucho más breve y sucinta.
CONTEXTO NATURAL DE LA UNCIÓN
Este contexto es la enfermedad, entendida como una limitación tanto antropológica como espiritual.
La enfermedad es una de las pruebas más dramáticas que acechan al hombre. La Biblia habla frecuentemente de ella (pensemos en Job; e incluso en los salmos 31, 38 y 41) y en torno a ella gira una de las actividades apostólicas más importantes de Jesucristo. Veamos la enfermedad en un sentido general y real, es decir cuando ésta constituye un impedimento corporal (físico o psíquico) serio y un peligro para la vida del hombre. Así como la salud es condición necesaria para el desarrollo normal de esta vida, del mismo modo la enfermedad es una limitación esencial de la existencia humana que afecta a la realidad misma de la persona y, por lo tanto, condiciona profundamente su libertad y su quehacer diario, limita radicalmente sus posibilidades en lo concerniente al sentido mismo de la vida, que depende en gran parte del puesto y de la tarea que el hombre asume en la sociedad. Por tanto, la enfermedad afecta también al compromiso cristiano y es una prueba difícil para el creyente.
Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano