26 de abril de 2020
1328 • AÑO XXVIII

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La fe y la cultura en tiempos de incertidumbre

La imprescindible inculturación del Evangelio

“Una fe que no se hace cultura y vida es una fe muerta”, decía San Juan Pablo II. Ese es uno de los caballos de batalla de la Iglesia de todos los tiempos y algo a recordar especialmente en el momento presente. El profesor emérito de la Facultad de Teología de Granada, D. Antonio Jiménez Ortiz, nos recuerda la importancia de esta labor cultural a la que está llamado todo cristiano y especialmente ahora, que atravesamos tiempos de profundas transformaciones e incertidumbres.

Entendemos por inculturación del Evangelio el proceso por el que una comunidad cristiana hace comprensible, significativo y transformante el mensaje evangélico con las experiencias y categorías de su entorno cultural. De forma más detallada, la inculturación supone la experiencia, la articulación y la interpretación de la fe en el seno de la cultura en la que está presente. Y como la cultura cambia y se transforma, la inculturación d la fe implica un esfuerzo creyente continuado. Este proceso exige sensibilidad y escucha, comprensión y acogida para construir puentes y abrir caminos para la oferta del Evangelio en el seno de esa cultura.

En 1984, Juan Pablo II expresaba con claridad la meta anhelada de este proceso: vivir la común fidelidad a la plena y única verdad de Jesucristo en una Iglesia que confiesa esa verdad desde las diversas perspectivas de diferentes culturas. En cualquier caso, la inculturación de la fe no puede entenderse como una simple adaptación o acomodación a las circunstancias sociales y culturales, ni como una maniobra de camuflaje para no parecer demasiado extraña en ese contexto cultural, ni ha de suponer la imposición de otras tradiciones culturales, ni tampoco una adecuación complaciente con un sincretismo nivelador.

Este diálogo fe-cultura no es solo una cosa de expertos y autoridades, sino una tarea apremiante de todo cristiano, que vive hoy en un mundo de profundas transformaciones.

La inculturación del Evangelio pertenece a la entraña del cristianismo, porque ya desde el principio se dio esa apertura de la revelación del Nuevo Testamento a diversos contextos culturales en la Iglesia apostólica, en la Iglesia antigua, en los padres de la Iglesia, en la larga historia de las misiones. En realidad, es una consecuencia determinante del dinamismo último de la encarnación del Verbo. El mensaje evangélico como contenido de la revelación de Dios no se identifica con ninguna cultura, y trasciende cualquier contexto social y cultural. Y al mismo tiempo es evidente que el Evangelio ha de encarnarse en categorías y discursos culturales para que sea accesible a hombres y mujeres, y pueda además convertirse en fermento transformador de la cultura.

Inicitativa del grupo coral Sunsum Corda que interpreta música polifónica por videoconferencia.

El riesgo en esa inculturación sería la pérdida de identidad el cristiano como tal y, sobre todo, de la Iglesia como portadora de la revelación a lo largo de la historia. En su tradición secular, en el seno de las más diversas culturas, la Iglesia se ha ido enriqueciendo en sus reflexiones, en sus estructuras, en sus prácticas litúrgicas, pastorales, en su patrimonio, pero con la conciencia clara de permanecer fiel a sí misma, a la luz de la palabra de Dios. En este punto se han de enlazar de forma adecuada conceptos como fidelidad y creatividad, catolicidad y diversidad, unidad y pluralidad, riqueza y comunión entre las Iglesias particulares. Y se han de evitar graves y lacerantes escollos del pasado como el colonialismo cultural, el uniformismo que empobrece o la homogeneidad que esteriliza.

La clave está en el encuentro, propiciado por la propia originalidad creyente, desde la que hay que abrirse de forma generosa y crítica a los grandes presupuestos y creencias de la cultura, discerniendo al mismo tiempo los valores y anhelos que posibilitan caminos de la encarnación de la fe, manteniendo siempre la fidelidad a la revelación.

Ese encuentro ha de favorecer el diálogo con los protagonistas del contexto cultura, con sus instituciones, con sus corrientes de pensamiento. Con mente abierta y corazón disponible hemos de fomentar en nosotros una actitud de escucha y de comprensión, confiando en la honestidad del otro, con aceptación de las personas, aunque haya discrepancias en las ideas y propuestas. Hemos de unir a la capacidad crítica un esfuerzo serie de objetividad. Y no conviene olvidar que este diálogo fe-cultura no es solo una cosa de expertos y autoridades, sino una tarea apremiante de todo cristiano, que vive hoy en un mundo de profundas transformaciones.

La cuestión decisiva, en nuestro caso, es cómo construir el puente entre el Evangelio y la vida cotidiana, cómo descubrir los puntos de anclaje para el anuncio del mensaje de salvación en una sociedad secularizada y pluralista. ¿Cuáles serían los criterios y los medios para esta inculturación de la fe? ¿Cuáles serían los valores culturales y las aspiraciones humanas que nos pudieran ofrecer hoy puntos de encuentro entre la fe y los miembros y grupos de nuestra sociedad?

Este análisis ha de hacerse sin maniqueísmos, sin actitudes hipercríticas, sin idealismos ingenuos, teniendo muy presente la complejidad de esta sociedad moderna, de atmósfera posmoderna, y la tensión dialéctica que vive la Iglesia en su pretensión de significatividad y relevancia sociales, y su deber de fidelidad a la propia identidad. La inculturación de la fe está sostenida, como ya hemos dicho, por la ley de la encarnación: la renuncia a encarnarse en una cultura concreta supondría la inviabilidad histórica de la fe. Y un rechazo de la dimensión religiosa por parte de la cultura empobrecería decisivamente su horizonte de comprensión.

“Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable” (Evangelii gaudium 14)

Antonio Jiménez Ortiz
Extracto de La fe en tiempos de incertidumbre, Editorial San Pablo