19 de abril de 2020
1327 • AÑO XXVIII

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El Hijo del Hombre

Amistad de Cristo

 

Fragmento de la obra La Palabra se hace carne, de Adrienne von Speyrsobre la filiación divina y humana de Cristo, en cuya Encarnación se hace prójimo cercano de todos los hombres.

El Señor es ... el Hijo del Hombre. [Este nombre] es oscuro, porque nosotros sabemos de Él únicamente que es Hijo de Dios, no sabemos porqué ha de ser llamado Hijo del Hombre. Pero lo es verdaderamente. Él es el Hijo del Altísimo y, a la vez, Hijo del ínfimo. Es Hijo de aquél que no tiene nada que ver con el pecado, e Hijo de quien está totalmente sumergido en el pecado. Es Hijo de la madre que fue concebida sin pecado y ha dado a luz sin pecado. Pero igualmente Hijo del último pecador, del más sucio. Lo es porque ha asumido sobre sí hacerse nuestro prójimo. Nuestro prójimo es el que siempre está junto a nosotros. Una vez puede ser la madre, otra vez el hermano o el amigo, el maestro o el alumno, o alguien en una asamblea o en la calle, o el enemigo, al que no se quiere encontrar bajo ninguna circunstancia y que no obstante se encuentra, o aquel que carece por completo de interés, al que no se ve o se desatiende o se olvida de inmediato.

En el Señor nosotros encontramos tanto la realidad más íntima del prójimo como su posibilidad más ideal, hacia la que nosotros debemos conducirlo.

Puede ser alguien con quien todo nos une, que está unido a nosotros en la fe, el amor y la esperanza; también puede ser aquel del cual todo nos separa, que no posee ni fe, ni amor, ni esperanza. Puede ser aquel del cual sabemos y comprendemos todo, pero también aquel del cual todo nos está oculto, todo nos resulta incomprensible, porque nunca sentimos la inclinación a aclarar algo de su vida, o porque a pesar de nuestra búsqueda honrada nunca logramos que se nos haga penetrable y transparente. Precisamente de ése, del más amado y del más odiado, del que buscamos y del que evitamos, del que comprendemos y del que nos está vedado, precisamente de ése, Cristo es Hijo.

Él es el Hijo: simultáneamente hombre como Hijo de Dios y Dios como Hijo del todo hombre, del que lo quiere u del que no lo quiere; y de ese modo Él nos resulta comprensible como nuestro prójimo real y como real Hijo de Dios. Es, a la vez, el anónimo y el que lleva el nombre más íntimo para nosotros: nuestro Señor. Es quien tiende un puente entre todas las cosas, porque por una parte corporiza a Dios entre los hombres, y, por otra, como Hijo del Hombre, es Hijo de todos y por eso puede ser en todos, y de ese modo siempre señala, más allá de los individuos, a Dios.

La sustancia del Señor forma la mediación del yo al tú, de todo hombre a todo hombre. El Señor no está ligado a ninguna forma determinada de vida, si bien Él determina toda forma de vida. Él está, pues, en nosotros pero de modo que a la vez siempre nos está superando; Él está también en torno a nosotros, en el prójimo, donde vive de un modo igualmente esencial y personal, igualmente cumplidor y superador como vive en nosotros. En el Señor nosotros encontramos tanto la realidad más íntima del prójimo como su posibilidad más ideal, hacia la que nosotros debemos conducirlo.

Todo hombre, entonces, por medio del Hijo, está en conexión con Dios, y porque el Hijo está en él, también nosotros hemos de tratarlo de modo que, en Cristo, alcance al Padre. Pues él está ya en el movimiento del Hijo al Padre. Cumpliendo nuestro amor al prójimo, el Señor es a la vez el cumplimiento de nuestro amor a Dios. Sin Él, el Hijo del hombre, Dios permanecería lejano a nosotros, lo conoceríamos sólo como Espíritu, no como carne, y nuestra carne no tendría ninguna relación con Él. En el Señor nosotros podemos adorar a Dios en la carne que conocemos, y por eso obtenemos acceso al Espíritu vivo. Porque el Señor es nuestro hermano, comprendemos que Dios es nuestro Padre.

Adrienne von Speyr, La Palabra se hace carne 369-371.