19 de abril de 2020
1327 • AÑO XXVIII

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"La libertad gloriosa de los hijos de Dios"

Si la Iglesia es la Iglesia de Jesucristo y somos una Iglesia viva, lo que tienen que encontrar los hombres del siglo XXI, como los del siglo IV, o los del siglo XII, lo que tienen que encontrarse en nosotros es con esa realidad nueva de quien vive de la luz que brota del Hecho, el Acontecimiento único en la historia, de la Resurrección de Cristo: “Fuente de la libertad verdadera”, decía la oración que os la volveré a leer.

“Fuente de la libertad verdadera”. Es decir, que los que hemos conocidos la Resurrección de Jesucristo, ¿qué es lo que somos? Libres. ¿Libres, de qué? En primer lugar, de la obsesión con el temor a la muerte. No es que no temamos a la muerte, Dios mío, ni la consideremos un bien o le quitemos ninguna importancia, no. Dios sabe que no. Pero sí que somos libres de que eso se convierta en una obsesión. Vivir para retrasar la muerte, no. Vivimos para vivir y la muerte no tiene dominio sobre nosotros, sobre nuestras conciencias, sobre nuestras psicologías de algún modo. Y ésa es la primera libertad de todas, porque es verdad lo que dice la Carta a los Hebreos (que ya he hecho yo referencia varias veces en estos días, también de la Semana Santa), Tú has querido participar de nuestra carne y de nuestra sangre para librarnos de aquél, es decir, de Satanás, del Demonio, del Enemigo, que, por temor a la muerte, nos tiene toda la vida sometidos a esclavitud. Y es verdad que la vida de quien no tiene más horizonte que la muerte es una vida de esclavo. La nuestra es una vida de hijos de Dios. (…)

Lo que despierta nuestra libertad es que alguien te pueda decir “te quiero”, o que alguien te pueda decir “tu vida me importa”, aunque no te lo diga con esas palabras, pero te lo dice y tú notas que tu vida es importante para alguien. Cuando tu vida es importante para alguien, entonces uno adquiere una libertad: la libertad de vivir bien. Empieza a vivir mejor. Desde luego, mucho mejor que en esa libertad puramente negativa en la que cada hombre vive solo en su noche. Cada hombre y cada mujer.

Señor, Tú no has dado la libertad y Tu Resurrección nos anuncia que nuestro horizonte es el del Reino eterno. Vamos a pedirlo muchas veces en estos días. Enséñanos a buscar los bienes eternos, los bienes que permanecen. ¿Cuáles son esos bienes? El amor. Que no hay otro. Que todo lo que hemos celebrado es Tu amor infinito por nosotros, Tu amor sin límites por nosotros. Y que no hay otra manera de vivir libremente que compartir, que acoger ese amor y compartirlo unos con otros, y desear compartirlo, cada vez con más gente, cada vez con más personas, con toda sencillez.

Que el Señor, que nos ha dado la libertad verdadera, que nos conceda vivir en esa libertad, que es una frase, una expresión preciosa de San Pablo, a la que yo tengo muchísimo apego: “La libertad gloriosa de los hijos de Dios”. (…)

Yo acojo la verdad de Tu Resurrección, Te pido vivirla de una manera cada vez más plena, más hermosa, más fresca, y eso es. Y a la medida de Tu Gracia, dame el don de responderTe y de vivir como una persona nueva, porque no es lo mismo el mundo antes de la Resurrección de Cristo que después de la Resurrección de Cristo. (…)

La victoria sobre la muerte es de Jesucristo y lo grande es que nos hace participar en ella. ¡Qué alegría! ¡Qué alegría! Qué alegría tan pura que no necesita olvidarse de nada del dolor ni del mal que hay en el mundo. Por eso es la alegría verdadera. Por eso nuestra libertad es la libertad verdadera.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

14 de abril de 2020
Iglesia Parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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