29 de marzo de 2020
1324 • AÑO XXVIII

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El Abad General cisterciense ante la pandemia (II)

Vivir la limitación con libertad

 

Ofrecemos la segunda entrega de la carta escrita por el Abad General de la Orden Cisterciense, Mauro Lepori, en el contexto de la epidemia del Covid-19, en la que indica cómo podemos vivir la circunstancia presente en libertad.

¿Qué significa eso en la situación actual? Que podemos vivirla con libertad, a pesar de tener que hacerlo. La libertad no es elegir siempre lo que quieres. La libertad es la gracia de poder elegir lo que da plenitud a nuestro corazón, incluso cuando nos lo quitan todo. Incluso cuando se nos quita la libertad, la presencia de Dios nos preserva y nos ofrece la libertad suprema de poder detenernos ante Él, de reconocerlo presente y amigo. Es el gran testimonio de los mártires y de todos los santos.

Cuando Jesús caminó sobre las aguas para llegar a sus discípulos en el mar tempestuoso, los encontró incapaces de avanzar a causa del viento en contra: “La barca (…) sacudida por las olas, porque el viento era contrario” (Mt 14,24). Los discípulos luchan indefensos contra el viento que se opone a su plan de llegar a la orilla. Jesús les alcanza como sólo Dios puede acercarse al hombre, con una presencia libre de toda restricción. Nada, ningún viento contrario y ni siquiera ninguna ley de la naturaleza puede oponerse al don de la presencia de Cristo que vino a salvar a la humanidad. “A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar” (Mt 14, 25).

Reconocer en esta circunstancia una posibilidad extraordinaria de acoger y adorar la presencia de Dios en medio de nosotros no significa huir de la realidad y renunciar a los medios humanos que se ponen en marcha para defendernos del mal.


Pero hay otra tormenta que se opondría a la presencia amistosa del Señor: nuestra desconfianza y temor: “Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma” (14,26). A menudo lo que imaginamos con los ojos de nuestra desconfianza convierte la realidad en un “fantasma”. Entonces, es como si nosotros mismos estuviéramos alimentando el miedo que nos hace gritar. Pero Jesús es más fuerte incluso que esta tormenta interior. Se acerca, nos hace oír su voz, la sonoridad apacible de su presencia amistosa: “Jesús les dijo enseguida: ‘¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!’” (14,27) “Los de la barca se postraron ante él, diciendo: ‘¡En verdad eres el Hijo de Dios!'” (Mt 14,33). Sólo cuando los discípulos reconocen la presencia de Dios y la aceptan como tal, es decir, se detienen ante ella, el viento deja de oponerse a ellos (cf. Mt 14,32) y “la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban” (Jn 6,21).

¿Puede suceder esto en la situación de peligro y temor que estamos experimentando ahora ante la propagación del virus y las consecuencias, ciertamente graves y duraderas, de esta situación en el conjunto de la sociedad? Reconocer en esta circunstancia una posibilidad extraordinaria de acoger y adorar la presencia de Dios en medio de nosotros no significa huir de la realidad y renunciar a los medios humanos que se ponen en marcha para defendernos del mal. Esto sería un insulto a los que ahora, como todo el personal sanitario, se sacrifican por nuestro bien. También sería blasfemo pensar que Dios nos envía pruebas y luego nos muestra lo bueno que Él es para librarnos de ellas. Dios entra en nuestras pruebas, las sufre con nosotros y por nosotros hasta la muerte en la Cruz. Nos revela de esta manera que nuestra vida, tanto en la prueba como en el consuelo, tiene un significado infinitamente mayor que la resolución del peligro presente. El verdadero peligro que se cierne sobre la vida no es la amenaza de muerte, sino la posibilidad de vivir sin sentido, de vivir sin tender hacia una plenitud mayor que la vida y una salvación mayor que la salud.

Esta pandemia, con todos sus corolarios y consecuencias, es entonces una oportunidad para que todos nosotros nos detengamos realmente, no sólo porque estamos forzados, sino porque hemos sido invitados por el Señor a estar ante Él, a reconocer que Él, en este momento, viene a nuestro encuentro en medio de la tormenta de las circunstancias y de nuestra angustia, proponiéndonos una renovada relación de amistad con Él, con Aquel que es indudablemente capaz de detener la pandemia como calmó el viento, pero que sobre todo nos renueva el don de su presencia amistosa, que vence nuestra fragilidad llena de miedo –”¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”– y quiere llevarnos inmediatamente al último y pleno destino de la existencia: Él mismo que permanece y camina con nosotros.