22 de marzo de 2020
1323 • AÑO XXVIII

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Editorial

Vivir de la Gracia de Dios

Estamos viviendo una realidad de la que la inmensa mayoría de nosotros no hemos tenido nunca experiencia. Son circunstancias nuevas, son hechos nuevos. Yo me acuerdo de aquel que dijo –hace ya muchos años, casi treinta– que se había acabado la historia, que había llegado el final de la historia, y la historia pues, como resulta que no la hacemos nosotros solos, y que no la controlamos los hombres, nos presenta novedades que sacuden toda la realidad del mundo, de la sociedad, de las formas de relacionarse las personas, de tantas y tantas cosas, de los métodos y los modos de producción y de consumo.

Más que nunca tenemos necesidad en estos momentos del consuelo, de la compañía, de la inmediatez, de la cercanía de Dios y de Sus Sacramentos. Es decir, de los dones con los que Dios ha querido, a través de Jesucristo, fortalecer nuestras vidas, el perdón de los pecados, la unción de los enfermos, el Cuerpo de la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo.

Habrá que buscar formas imaginativas. Se nos había olvidado, pero en la historia de la humanidad ha habido muchas epidemias, muchas pestes y muchas circunstancias similares. Unas, misteriosas como las pestes; otras, provocadas por el ser humano como ciertos tipos de persecución. Yo pienso en algún obispo de la antigua Unión Soviética que se había aprendido de niño la Eucaristía y nunca había podido celebrar la Eucaristía porque no tenían libros ni nada y se la había aprendido de memoria para poder recitarla durante años; y durante veinte, treinta años estuvo recitando todos los días la Eucaristía que él se sabía, la de antes del Concilio. Solo. Sin poder ni siquiera consagrar el pan y el vino, pero unido a la Iglesia entera en su oración.

Aquí, hoy tenemos otros caminos. Están los caminos de la pequeña comunidad que constituye la familia, Iglesia doméstica, y que puede reunirse también, cumpliendo todas las normas, pero que puede reunirse a orar juntos. Es una ocasión preciosa para que padres e hijos se pongan en presencia del Señor y puedan suplicarLe al Señor el don de Su Gracia. Subrayo lo del don de Su Gracia, porque es verdad que tenemos que pedirLe al Señor la salud. Pero más importante que la salud es conocer que Dios nos ama, es experimentar ese amor de Dios. Es vivir de la Gracia de Dios.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

15 de marzo de 2020
S.I Catedral de Granada

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