15 de marzo de 2020
1322 • AÑO XXVIII

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Editorial

La libertad de la que nos habla el cristianismo

(…) “Lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y de nuestra sangre, para aniquilar mediante su muerte –o sea, compartiendo nuestro destino– al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar cuantos por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos” (De la Carta a los hebreos). 

Sin el horizonte de la vida eterna somos esclavos de muchas maneras: de nuestros propios pecados, del dolor que nos causan a veces esos pecados porque somos conscientes del mal que hemos hechos, pero, sobre todo, esclavos de no poder rehacer nuestra vida, de no poder reconstruirla, de no poder dar marcha atrás, y esclavos, sobre todo, de una falta de esperanza que envenena hasta nuestros amores más bellos.

El primer fruto de haber encontrado a Jesucristo es un gusto por la vida, un amor a la vida, que, sin embargo, no está envenenado por el temor a la muerte. Si la muerte no es más que el paso a la vida verdadera; el paso a la plenitud de la vida. Y de ese temor a la muerte y de esa soledad que viene acompañando siempre a ese temor, nos ha librado Jesucristo. 

Hay una obra preciosa de Paul Claudel, un poeta francés del siglo XX, que se llama La Anunciación a María. Es una obra de teatro muy rica, jugosísima, llena de contenido teológica –probablemente, una de las obras cristianas más grandes de la historia de la literatura. El centro de la trama es una muchacha prometida a un constructor de una catedral, que arriesga su vida por dar un beso a un leproso. Esa es la libertad de la que nos habla el cristianismo.

A finales del siglo II y comienzos del III hubo en el Mediterráneo una gran peste que, al parecer, salió del sur de Egipto y por el Nilo se fue extendiendo poco a poco por el Mediterráneo, pero cuando llegó a Roma había días en los que morían 5.000 personas al día. Y el obispo de Corinto, pasada la peste, le escribe al obispo de Alejandría, y le dice: “Primero tuvimos la persecución y en ella murieron muchos hermanos nuestros, y cuando pasó la persecución y estábamos recuperando la paz, vino la peste, y yo creí que la comunidad cristiana de Alejandría se acabaría, pero no ha sido así, y no ha sido así porque mientras que los paganos, esclavos por el miedo a la muerte, en cuanto veían a un apestado, lo sacaban de la ciudad y lo tiraban a los montes o al campo, los cristianos se acercaban, lavaban las heridas de los que habían caído víctimas de la peste, los enterraban…”. Y dice el obispo: “Es verdad que muchos murieron, pero por cada uno que moría, diez venían a pedirnos la esperanza que lleva consigo el conocimiento de Cristo, y la Iglesia no sólo no ha disminuido, sino que ha crecido con la experiencia de la peste, por el testimonio de la libertad y del amor invencible de los cristianos”. 

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
8 de marzo de 2020
De la homilía en la Santa Misa en la S.I Catedral 

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