8 de marzo de 2020
1321 • AÑO XXVIII

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Mensaje del Santo Padre para
la XXXV Jornada Mundial de la Juventud

"¡Joven, a ti te digo, levántate!"

El Papa Francisco se dirige a los jóvenes de cara a la próxima JMJ que se celebrará a nivel diocesano el próximo 5 de abril, Domingo de Ramos, en Roma, recordándoles cómo el Evangelio permite vivir una vida plena fuera de los escenarios de superficialidad y muerte en que cae la sociedad. 

Queridos jóvenes:

En octubre de 2018, con el Sínodo de los Obispos sobre el tema: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, la Iglesia comenzó un proceso de reflexión sobre vuestra condición en el mundo actual, sobre vuestra búsqueda de sentido y de un proyecto de vida, sobre vuestra relación con Dios. En enero de 2019, encontré a cientos de miles de coetáneos vuestros de todo el mundo, reunidos en Panamá para la Jornada Mundial de la Juventud. Eventos de este tipo —Sínodo y JMJ— expresan una dimensión esencial de la Iglesia: el “caminar juntos”.

En este camino, cada vez que alcanzamos un hito importante, Dios y la misma vida nos desafían a comenzar de nuevo. Vosotros los jóvenes sois expertos en esto. Os gusta viajar, confrontaros con lugares y rostros jamás vistos antes, vivir experiencias nuevas. Por eso, elegí como meta de vuestra próxima peregrinación intercontinental, en el 2022, la ciudad de Lisboa, capital de Portugal. Desde allí, en los siglos XV y XVI, numerosos jóvenes, muchos de ellos misioneros, partieron hacia tierras desconocidas, para compartir también su experiencia de Jesús con otros pueblos y naciones. El tema de la JMJ de Lisboa será: "María se levantó y partió sin demora" (Lc 1,39). En estos dos años precedentes, he pensado en que reflexionemos juntos sobre otros dos textos bíblicos: “¡Joven, a ti te digo, levántate!” (cf. Lc 7,14), en el 2020, y “¡Levántate! ¡Te hago testigo de las cosas que has visto!” (cf. Hch 26,16), en el 2021.

Como podéis comprobar, el verbo común en los tres temas es levantarse. Esta expresión asume también el significado de resurgir, despertarse a la vida. Es un verbo recurrente en la Exhortación Christus vivit (Vive Cristo), que os he dedicado después del Sínodo de 2018 y que, junto con el Documento final, la Iglesia os ofrece como un faro para iluminar los senderos de vuestra existencia. Espero de todo corazón que el camino que nos llevará a Lisboa concuerde en toda la Iglesia con un fuerte compromiso para aplicar estos dos documentos, orientando la misión de los animadores de la pastoral juvenil.

Pasemos ahora a nuestro tema para este año: ¡Joven, a ti te digo, levántate! (cf. Lc 7,14). Ya cité este versículo del Evangelio en la Christus vivit: "Si has perdido el vigor interior, los sueños, el entusiasmo, la esperanza y la generosidad, ante ti se presenta Jesús como se presentó ante el hijo muerto de la viuda, y con toda su potencia de Resucitado el Señor te exhorta: “Joven, a ti te digo, ¡levántate! (cf. Lc 7,14)» (n. 20).

Este pasaje nos cuenta cómo Jesús, entrando en la ciudad de Naín, en Galilea, se encontró con un cortejo fúnebre que acompañaba a la sepultura a un joven, hijo único de una madre viuda. Jesús, impresionado por el dolor desgarrador de esa mujer, realizó el milagro de resucitar a su hijo. Pero el milagro llegó después de una secuencia de actitudes y gestos: "Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Y acercándose al féretro, lo tocó (los que lo llevaban se pararon)" (Lc 7,13-14). Detengámonos a meditar sobre alguno de estos gestos y palabras del Señor.

VER EL DOLOR Y LA MUERTE

Jesús puso su mirada atenta, no distraída, en ese cortejo fúnebre. En medio de la multitud percibió el rostro de una mujer con un sufrimiento extremo. Su mirada provocó el encuentro, fuente de vida nueva. No hubo necesidad de muchas palabras.

Y mi mirada, ¿cómo es? ¿Miro con ojos atentos, o lo hago como cuando doy un vistazo rápido a las miles de fotos de mi celular o de los perfiles sociales? Cuántas veces hoy nos pasa que somos testigos oculares de muchos eventos, pero nunca los vivimos en directo. A veces, nuestra primera reacción es grabar la escena con el celular, quizás omitiendo mirar a los ojos a las personas involucradas.

A nuestro alrededor, pero a veces también en nuestro interior, encontramos realidades de muerte: física, espiritual, emotiva, social. ¿Nos damos cuenta o simplemente sufrimos las consecuencias de ello? ¿Hay algo que podamos hacer para volver a dar vida?

Pienso en tantas situaciones negativas vividas por vuestros coetáneos. Hay quien, por ejemplo, se juega todo en el hoy, poniendo en peligro su propia vida con experiencias extremas. Otros jóvenes, en cambio, están “muertos” porque han perdido la esperanza. Escuché decir a una joven: “Entre mis amigos veo que se ha perdido el empuje para arriesgar, el valor para levantarse”. Por desgracia, también entre los jóvenes se difunde la depresión, que en algunos casos puede llevar incluso a la tentación de quitarse la vida. Cuántas situaciones en las que reina la apatía, en las que caemos en el abismo de la angustia y del remordimiento. Cuántos jóvenes lloran sin que nadie escuche el grito de su alma. A su alrededor hay tantas veces miradas distraídas, indiferentes, de quien quizás disfruta su propia happy hour manteniéndose a distancia.

Hay quien sobrevive en la superficialidad, creyéndose vivo mientras por dentro está muerto (cf. Ap 3,1). Uno se puede encontrar con veinte años arrastrando su vida por el suelo, sin estar a la altura de la propia dignidad. Todo se reduce a un “dejar pasar la vida” buscando alguna gratificación: un poco de diversión, algunas migajas de atención y de afecto por parte de los demás… Hay también un difuso narcisismo digital, que influye tanto en los jóvenes como en los adultos. Muchos viven así. Algunos de ellos puede que hayan respirado a su alrededor el materialismo de quien sólo piensa en hacer dinero y alcanzar una posición, casi como si fuesen las únicas metas de la vida. Con el tiempo aparecerá inevitablemente un sordo malestar, una apatía, un aburrimiento de la vida cada vez más angustioso.

Las actitudes negativas también pueden ser provocadas por los fracasos personales, cuando algo que nos importaba, para lo que nos habíamos comprometido, no progresa o no alcanza los resultados esperados. Puede suceder en el ámbito escolar, con las aspiraciones deportivas, artísticas… El final de un “sueño” puede hacernos sentir muertos. Pero los fracasos forman parte de la vida de todo ser humano, y en ocasiones pueden revelarse también como una gracia. Muchas veces, lo que pensábamos que nos haría felices resulta ser una ilusión, un ídolo. Los ídolos pretenden todo de nosotros haciéndonos esclavos, pero no dan nada a cambio. Y al final se derrumban, dejando sólo polvo y humo. En este sentido los fracasos, si derriban a los ídolos, son una bendición, aunque nos hagan sufrir (…)

TENER COMPASIÓN

Con frecuencia, las Sagradas Escrituras expresan el estado de ánimo de quien se deja tocar “hasta las entrañas” por el dolor ajeno. La conmoción de Jesús lo hace partícipe de la realidad del otro. Toma sobre sí la miseria del otro. El dolor de esa madre se convierte en su dolor. La muerte de ese hijo se convierte en su muerte.

En muchas ocasiones los jóvenes demostráis que sabéis con-padecer. Es suficiente ver cuántos de vosotros se entregan con generosidad cuando las circunstancias lo exigen. No hay desastre, terremoto, aluvión que no vea ejércitos de jóvenes voluntarios disponibles para echar una mano. También la gran movilización de jóvenes que quieren defender la creación testimonia vuestra capacidad para oír el grito de la tierra.

Queridos jóvenes: No os dejéis robar esa sensibilidad. Que siempre podáis escuchar el gemido de quien sufre; dejaos conmover por aquellos que lloran y mueren en el mundo actual. «Ciertas realidades de la vida solamente se ven con los ojos limpios por las lágrimas» (Christus vivit, 76). Si sabéis llorar con quien llora, seréis verdaderamente felices. Muchos de vuestros coetáneos carecen de oportunidades, sufren violencia, persecución. Que sus heridas se conviertan en las vuestras, y seréis portadores de esperanza para este mundo. Podréis decir al hermano, a la hermana: “Levántate, no estás solo”, y hacer experimentar que Dios Padre nos ama y que Jesús es su mano tendida para levantarnos (...).

Bendigo vuestro camino. Y vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

Francisco
Roma, San Juan de Letrán,
11 de febrero de 2020,
Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes