8 de marzo de 2020
1321 • AÑO XXVIII

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Pedro Ruiz de Valdivia Pérez

"Ánimo, hijos míos, ánimo"

Ordenado en 1895 como sacerdote en la diócesis de Granada, D. Pedro Ruiz de Valdivia ejerció su ministerio en Santa Fe, La Zubia, el centro de Granada y la localidad de Alhama, lugar en el que dio su vida como testigo de la fe.

Ya hervía la persecución, cuando D. Pedro tomó posesión de la parroquia de Alhama. Con la llegada de la Segunda República a nuestra patria, comenzaron a soplar vientos muy fuertes de persecución religiosa en toda España, pero en la comarca de Alhama de Granada arreciaron con una intensidad muy violenta. El párroco anterior a Don Pedro había sido Don Prudencio Carvajal, quien se encontró cierto día con una macabra premonición, de la que pudo escapar inmune, gracias a su traslado a otra parroquia; pero no se librarían de padecer el martirio el nuevo párroco sucesor suyo, ni todos los demás sacerdotes del pueblo. En las rejas de una ventana de la casa rectoral apareció ahorcado un felino, con esta inscripción: “Si no abandonas el curato, te verás como este gato”.

LA PERSECUCIÓN EN ALHAMA

Las turbas incontroladas, ya en 1932, intentaron incendiar el convento de las Clarisas; no lo consiguieron gracias a la rápida intervención de la Guardia Civil, pero las religiosas sí se vieron forzadas a abandonarlo. La ermita de Nuestra Señora de los Ángeles fue profanada por un grupo de individuos, que arrojaron la imagen al cauce del río, sin que las autoridades municipales hicieran nada por impedir tales desmanes.

Los crucifijos fueron quitados de todas las aulas de las escuelas de Alhama; y un maestro interino que, valientemente se oponía a semejante atropello, sería asesinado al estallar la guerra. El crucifijo que presidía el Salón de Sesiones del Ayuntamiento fue descolgado de la pared, y no fue profanado, debido a que el conserje lo había escondido en la buhardilla. Y una antiquísima cruz de piedra, que se encontraba en un céntrico paseo, fue derribada y arrojada por el pretil hasta el tajo.

En el año 1933, el maestro nacional, D. Eduardo Morales Larios, desempeñaba la escuela número 1 de la ciudad de Alhama, y el inspector, en su visita, encontró que un crucifijo estaba presidiendo el aula escolar. La presencia de “esta efigie doctrinal”, como dijo el inspector, no fue óbice para que fuese la escuela más concurrida, pero sí fue una terrible falta anticonstitucional y antirrepublicana, que fue sancionada con la cesantía fulminante del maestro, propuesta por el inspector, y acordada por la Junta Provincial de primera Enseñanza.

Alhama de Granada en la actualidad.

El día 7 de Mayo de 1935, D. Pedro Ruiz de Valdivia tomaba posesión de la Iglesia de la Encarnación de Alhama de Granada, como párroco arcipreste; el templo era monumental, y estaba embellecido con hermosos retablos y artísticas imágenes; con valiosos vasos sagrados y riquísimos ornamentos, pero el ambiente que se respiraba contra la Iglesia era enteramente adverso y muy tenso.

LA PERSECUCIÓN Y MARTIRIO, CONTADO POR DON LEONARDO

Don Pedro fue nombrado párroco arcipreste de Alhama, en el mes de Abril de 1936. A él no le agradaba aceptar el cargo que se le proponía, por encontrarse enfermo y muy trabajado en su función ministerial; pero al insistirle el Prelado, él que siempre había obedecido a sus superiores, aceptó, viendo con ojos de fe, la voluntad de Dios, manifestada por medio de su Arzobispo.

Allá se marchó contento a cumplir con su deber. El siete de mayo del fatídico 1936, hizo su entrada en dicha ciudad. Fue bien recibido por las personas devotas. A medida que su celo apostólico se iba desarrollando, y veían su bondad y la piedad que le caracterizaban, crecía el entusiasmo y admiración de cuantas personas le conocían, y cada día le estimaban más. Por el contrario, los enemigos de la religión, encabezados por los dirigentes del municipio, lo veían con gran disgusto, y no se ocultaban en decir y publicar la poca vida que le quedaba al nuevo cura. Estando así de tenso el ambiente, llegó el 18 de julio, y por no faltar a su deber, aún previendo el peligro en que se encontraba, el bueno de Don Pedro no quiso marcharse de Alhama. La situación fue empeorando, el ambiente se iba enrareciendo y estalló la tragedia. El día 20, un grupo numeroso de exaltados, dando grandes voces, irrumpió en la iglesia del Carmen, para que se suspendieran los cultos que se estaban celebrando, y el templo tuvo que cerrarse. El 22, fue encarcelado Don José Frías, el joven coadjutor de la parroquia junto con otros señores. El 23 fueron profanadas, saqueadas y destruidas las imágenes del convento de Clarisas de san Diego, pegándoles fuego.

Iglesia de la Encarnación de Alhama.

El día 25 a las cinco de la tarde, entraron en el pueblo varios camiones de milicianos, procedentes de Málaga, que unidos a los comunistas de esta población, saquearon y destrozaron completamente todas las iglesias de Alhama: la del Carmen, las Angustias, la iglesia del Pueblo Nuevo; y a eso de las seis, la iglesia parroquial. Antes de lo cual habían avisado al párroco de lo que estaba sucediendo, y se dirigió con rapidez al templo para consumir las sagradas Formas, y evitar así un seguro sacrilegio.

Los escopeteros, que se dieron cuenta de la entrada del cura en la iglesia, en un gran número de los mismos la rodearon, en espera de su salida; ellos pensaban que había ido a recoger armas de fuego. Al abrir la puerta, el pobre sacerdote se vio rodeado por los milicianos, que lo tenían encañonado, y le exigían, dando voces, que se quitara la sotana. Él así lo hizo, y al comprobar los asaltantes que no llevaba arma alguna, lo dejaron marcharse, ordenándole que no se le ocurriera salir de su casa, por muchas cosas que él escuchase.

Milicianos republicanos por la campiña granadina.


Y toda aquella turba entró en la iglesia, dando grandes voces y profiriendo horribles blasfemias; subieron al coro y en el órgano interpretaron himnos revolucionarios; otros treparon por los retablos, tirando por los suelos las imágenes de los santos, destrozaron el histórico archivo parroquial. Cuando concluyeron de perpetrar tantas infamias, se marcharon, y a partir de entonces, el templo quedó convertido en refugio y muladar de hombres y animales.

El día 27, a eso de las ocho de la noche, cinco o seis milicianos, armados de pistolas, se presentaron en la casa del párroco, diciendo que venían a prenderlo; la familia les contestó que se encontraba enfermo; lo estaba en realidad. Ellos respondieron que no había más remedio, que en la cárcel se le suministrarían los medicamentos que precisara. Y salió para no volver más. Al día siguiente, cuando algunos familiares fueron a visitarle, lo encontraron alegre y con ánimos para consolarles. Los tres días que estuvo en la cárcel, permaneció lleno de ánimo y tranquilidad en todo momento.

Mientras hablaba, apretaba en sus manos un crucifijo, que al verlo los milicianos, le gritaron, diciéndole que lo arrojase al suelo, a lo que respondió que había nacido con él y que con él quería morir.

La familia del párroco, debido a su enfermedad, estuvo tramitando su traslado al hospital, a lo cual él se opuso, porque quería ser tratado del mismo modo que los otros presos; esta determinación del sacerdote le molestó mucho a los del Comité.

Día 30 de julio. Eran las dos de la tarde, cuando los familiares de los presos se hallaban presentes, porque habían acudido para llevarles la comida; tanto ellos como los encarcelados, estaban esperanzados en que pronto serían liberados. En esto, se escuchó un gran rumor; había llegado, procedente de Málaga, un numeroso grupo de milicianos, dispuestos a fusilar a todos los encarcelados, y gritaban diciendo: “Presos arriba”. El carcelero se opuso a que los malagueños entraran. Ellos se formaron militarmente en la plaza, e hicieron una descarga, con lo que se llenaron de pánico todos los presentes.

Ermita de Nuestra Señora de los Ángeles.


Dicen que han cambiado de opinión; que lo que intentan es pasar revista a los presos; entran dos milicianos; anotan los nombres de los detenidos, que eran unos treinta, y se despiden, diciéndoles: “Hasta luego”. Ellos piensan que ya les ha llegado su última hora y se reconcilian con los sacerdotes, y éstos entre sí. Los familiares se despiden con llantos y lágrimas, para una separación definitiva. Tres horas más tarde, regresaron nuevamente los milicianos, y ordenaron la salida de los siguientes reclusos: Pedro Ruiz de Valdivia, José Frías, Manuel Melguizo, José Frías, padre del primero de dicho nombre, y José Muñoz.

Don Pedro alzó la vista hacia el balcón de su casa, para dar el último adiós a su familia; ellos bajaron de prisa, se incorporaron al grupo que conducía a los condenados a muerte, hacia la camioneta que les esperaba; intercedieron por él, pero al no obtener acogida su petición, se despidieron hasta el cielo. Las únicas palabras que, embargado por la emoción pudo pronunciar, fueron: “Ánimo, hijos míos, ánimo”.

El camión se puso en marcha, rodeado por una gran muchedumbre; y en esto, salió un hombre al balcón del Ayuntamiento, y dijo: “El pueblo de Alhama no debe mancharse con sangre”. Pero la gente, con un gran griterío, le respondió: “Que se calle, y que se derrame la sangre”. Y con los brazos en alto, y cerrados los puños, se dieron vítores al comunismo. Aceleró la marcha el camión que llevaba a los presos, siguiéndole algunos otros vehículos, por la carretera de Loja, hacia el Puente de la Lancha.

Llegados al lugar indicado, se les ordenó bajarse del vehículo. Ellos se encomendaron fervorosamente al Señor, y Don Pedro les dio la absolución. Primeramente, los asesinos tiraron una ráfaga dirigida a las piernas de los presos, que cayeron al suelo, malheridos. El siervo de Dios dirigió unas breves y elocuentes palabras, referentes a la propia inocencia y a la de sus compañeros. Mientras hablaba, apretaba en sus manos un crucifijo, que al verlo los milicianos, le gritaron, diciéndole que lo arrojase al suelo, a lo que respondió que había nacido con él y que con él quería morir. Una ráfaga de tiros dejó destrozada su cabeza, muriendo al instante. Dos días permanecieron los cadáveres, tirados en el suelo, hasta que el primero de agosto fueron inhumados en el cementerio del pueblo.

Una vez que fue liberada la población, la familia del siervo de Dios dispuso que sus restos mortales fuesen trasladados a La Zubia, en donde se tuvo un solemne funeral, al que siguió el entierro, con una gran concurrencia de todas las clases sociales, resultando un acto solemne y conmovedor. Y el Ayuntamiento acordó que la calle en donde estaba enclavada su casa fuese rotulada con su nombre.

Santiago Hoces
Extraído de Los Mártires Granadinos de 1936
Editorial Ave María