1 de marzo de 2020
1320 • AÑO XXVIII

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Cuaresma, tiempo de conversión verdadera

Comenzamos la Cuaresma. Es un tiempo de gracia que se nos invita desde la Iglesia a vivirlo con seriedad para prepararnos para la Pascua. Un camino de conversión para el que la Iglesia también nos ofrece tres instrumentos con los que el corazón humano –utilizando un símil empleado por nuestro arzobispo en la Santa Misa del miércoles de ceniza en la catedral cuando aludía al gimnasio- se ejercita y se ensancha. Es la oración, el ayuno y la limosna. La primera de ellas más que necesaria, fundamental; la segunda y tercera, en un ejercicio que nos ayuda a comprender que todo es don y que el cristiano no es mejor que otra persona sin fe, con quien la única diferencia que guarda es que el primero conoce la gracia del amor de Dios y el segundo no.

Pero la oración, ayuno y limosna son propuestas no como méritos a lograr. Un cristianismo basado en méritos es fariseísmo, y por lo tanto no es cristianismo, a menos que sea un cristianismo hecho "a la carta", reducido a normas o cumplimientos. Porque lo que nos ayuda el tiempo litúrgico de Cuaresma es hacer ese camino que nos permite comprender que somos redimidos y nuestra alegría verdadera –no la de la máscara que ríe sin saber por qué, o la sonrisa cínica o hipócrita- es la de la Pascua de Resurrección.

Tenemos motivos para estar alegres en medio de la incertidumbre, de la enfermedad, de la incomprensión, de la persecución incluso que a veces se da por el hecho de ser cristiano y de querer mofarse de ello. Porque la causa de nuestra alegría no es la perfección moral o que nos vaya todo bien. La causa de nuestra alegría es que existe la resurrección, que en Cristo nos alcanza cada día y que experimentamos cuando somos perdonados y amados infinitamente; cuando nuestro pecado y mal no dicen quiénes somos, sino que nos lo dice nuestro ser hijos de Dios. Para ello vino Jesús, en quien Dios, con Su Pasión, muerte y Resurrección, nos dice “te amo”, en un amor que es más fuerte cuanto más sostenido está en la roca que es Cristo.

Con María, Madre de Dios, que sufrió a los pies de la cruz la muerte de Su Hijo, comenzamos esta Cuaresma, en un camino de conversión personal y verdadera, como la del publicado que, sabiendo no ser merecedor del amor de Dios, a Él acude: “Oh, Dios, ten compasión de mí que soy un pecador”.