16 de febrero de 2020
1318 • AÑO XXVIII

INICIO - Textos

Han Urs von Balthasar

Vida de fe y crisis psicológica

Esa falta de angustia del cristiano ante la muerte, ante el mundo, ante todo poder diverso del de Cristo, es un mandato estricto [“no tengáis miedo” Mt 10, 19. 26. 28. 31]. Todo lo que presentan la filosofía y la psicología moderna como “hechos” queda afectado por este mandato.

Esto suena casi grotesco y el hombre moderno dirá que la angustia no desaparece del mundo por tal prohibición. El cristiano sólo puede oponer a eso que con “hechos” no queda abolida la prohibición de su existencia. Si resulta que la angustia por estar en el mundo, por el extravío, por el mundo en general y por todas las formas de abismalidad presunta o real, la angustia por la muerte y la angustia por la culpabilidad quizá inevitable, están en la raíz de la conciencia moderna, y que la angustia es al causa de las neurosis actuales, y que esta angustia de una moderna filosofía existencialista ha de ser superada aceptándola, entrando en ella y padeciéndola resueltamente hasta el fin, entonces, desde el punto de vista del Cristianismo, sólo cabe oponer a esto un “no” radical. El cristiano no tiene sencillamente permiso para esa angustia, no tiene entrada en ella. Si a pesar de eso es neurótico y existencialista, entonces le falta verdad cristiana, y su fe está enferma o débil.

El Cristianismo quiere y puede redimir al hombre de la angustia del pecado con tal que el hombre se abra a esa redención y a sus condiciones

Y si esta hora del mundo les hace más difícil a los hombres que en otros tiempos mantenerse libres de angustia y neurosis, de aquí se sigue en todo caso que a esta generación se le pide más que a otras y que se puede suponer, por tanto, que hoy hay menos auténticos cristianos que en otros tiempos; menos personas que avancen por el camino de la vida a partir movidos de la valentía objetiva de la fe, comprendiendo lo que Dios les depara: esta vocación, esta misión cristiana, este riesgo sin el cual el hombre no obtiene nada noble, esta responsabilidad, esta pureza. Contra todo eso hoy está la angustia neurótica y por eso se hunden en estos tiempos tantas vocaciones de ser cristiano –que siempre requieren un “sí” sin angustia ante la gracia-, y por eso se reprocha a la Cristiandad actual su mediocridad sosa y tibia... Sólo un cristiano que no se deja detener por la angustia neurótica de la Humanidad moderna... sólo un cristiano así tiene alguna esperanza de poder ejercer un influjo cristiano sobre la época. No se apartará orgullosamente de la angustia de los demás hombres y los demás cristianos, sino que trazará caminos para salir de los enquistamientos infecundos, entrando en la apertura y osadía de la fe...

La primera ley sobre la angustia cristiana se puede formular así: El Cristianismo quiere y puede redimir al hombre de la angustia del pecado con tal que el hombre se abra a esa redención y a sus condiciones; en lugar de la angustia del pecado, le concede un acceso sin angustia a Dios en la fe, la caridad y el amor, que, sin embargo, por proceder de la Cruz, pueden dar lugar en ellas mismas a una nueva forma de la angustia, en la gracia, procedente de la solidaridad católica y coparticipante en la expiación. Pero esta primera línea, tan sencilla, queda atravesada ahora por otra línea que amenaza confundir de nuevo su pureza. Para el Hijo de Dios crucificado, libre de pecado, es obvia la contraposición de la angustia liberadora a la angustia del pecado, para él inaccesible e infecunda. No es tan obvio, en cambio, que algo de esta angustia redentora puede ser dado en participación a un creyente, por el rebose de la gracia de la Cruz. Pues, ¿no siguen siendo siempre pecadores los cristianos, aun como redimidos, y poseedores de la fe, la esperanza y la caridad? Y eso tanto si recaen en culpa grave, y entonces –según la amenaza del Apóstol- pecan mucho más terriblemente que un pagano inconsciente (Heb 6, 3-8), cuanto si se debaten en la penumbra entre caridad y concupiscencia, entre esperanza y temor, como almas “medio salvadas”, cuya orientación básica permanece incierta... 

No hay reflexión cristiana sobre una relación estática entre angustia del pecado y angustia de la Cruz [como en Lutero]. Entre ambas impera esa ley de la exclusión que sólo puede definirse por el movimiento desde la una a la otra, un auténtico movimiento, un caminar firme – lo mismo que la de se describe en el Nuevo Testamento como algo palpablemente seguro y asegurador, calmante- y de ningún modo como una dialéctica llameante entre angustia del pecado y certidumbre de la salvación. 

Hans Urs von Balthasar,
El cristiano y la angustia