9 de febrero de 2020
1317 • AÑO XXVIII

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El sentido del sufrimiento

"Cristo, padeciendo por todos nosotros,
ha dado al sufrimiento un nuevo sentido"

En relación a la Jornada Mundial del Enfermo del próximo martes 11 de febrero, recordamos estas palabras del Papa emérito Benedicto XVI acerca del testimonio de su antecesor.

Pienso, ante todo, en el fallecimiento de nuestro amado Santo Padre Juan Pablo II, precedido por un largo camino de sufrimiento y de pérdida gradual de la palabra. Ningún Papa nos ha dejado tantos textos como los que nos ha legado él; ningún Papa anteriormente ha podido visitar, como él, todo el mundo y hablar directamente a los hombres de todos los continentes. Pero, al final, le tocó un camino de sufrimiento y de silencio.

Siguen siendo inolvidables para nosotros las imágenes del domingo de Ramos, cuando, con la rama de olivo en la mano y marcado por el dolor, se asomó a la ventana y nos dio la bendición del Señor que estaba a punto de encaminarse hacia la cruz. Y la imagen de cuando, en su capilla privada, sosteniendo en la mano el crucifijo, participó en el vía crucis del Coliseo, donde tantas veces había guiado la procesión llevando él mismo la cruz. Por último, la muda bendición del domingo de Pascua, en la que, con gran dolor, vimos resplandecer la promesa de la resurrección, de la vida eterna.

El Santo Padre, con sus palabras y sus obras, nos donó cosas grandes; pero no menos importante es la lección que nos dio desde la cátedra del sufrimiento y el silencio. En su último libro, Memoria e identidad (ed. La esfera de los libros, Madrid 2005) , nos dejó una interpretación del sufrimiento que no es una teoría teológica o filosófica, sino un fruto madurado a lo largo de su camino personal de sufrimiento, que recorrió con el apoyo de la fe en el Señor crucificado. Esta interpretación, que él había elaborado en la fe y que daba sentido a su sufrimiento vivido en comunión con el del Señor, hablaba a través de su mudo dolor, transformándolo en un gran mensaje. 

Tanto al inicio como al final de ese libro, el Papa se muestra profundamente impresionado por el espectáculo del poder del mal que, en el siglo recién concluido, pudimos experimentar de modo dramático. Dice textualmente: "No fue un mal en edición reducida (...). Fue un mal en proporciones gigantescas, un mal que ha usado las estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal erigido en sistema" (pp. 206-207). ¿El mal es invencible? ¿Es, en verdad, la última fuerza de la historia? A causa de la experiencia del mal, para el Papa Wojtyla la cuestión de la redención se había convertido en la pregunta esencial y central de su vida y de su pensamiento como cristiano. 

¿Existe un límite contra el cual se estrella la fuerza del mal? Sí, existe, responde el Papa en ese libro, como también en su encíclica sobre la redención. El poder que pone un límite al mal es la misericordia divina. A la violencia, a la ostentación del mal, se opone en la historia —como "el totalmente otro" de Dios, como el poder propio de Dios— la misericordia divina. Podríamos decir con el Apocalipsis: el cordero es más fuerte que el dragón. 

El cordero y la bestia según Sain Severo.

Al final del libro, en la mirada retrospectiva sobre el atentado del 13 de mayo de 1981, y también basándose en la experiencia de su camino con Dios y con el mundo, Juan Pablo II profundizó aún más esta respuesta. El límite del poder del mal, la fuerza que, en última instancia, lo vence es —como él nos dice— el sufrimiento de Dios, el sufrimiento del Hijo de Dios en la cruz: "El sufrimiento de Dios crucificado no es sólo una forma de dolor entre otros (...). Cristo, padeciendo por todos nosotros, ha dado al sufrimiento un nuevo sentido, lo ha introducido en una nueva dimensión, en otro orden: en el orden del amor. (...) La pasión de Cristo en la cruz ha dado un sentido totalmente nuevo al sufrimiento y lo ha transformado desde dentro. (...) Es el sufrimiento que destruye y consume el mal con el fuego del amor (...). Todo sufrimiento humano, todo dolor, toda enfermedad, encierra en sí una promesa de liberación (...). El mal (...) existe en el mundo también para despertar en nosotros el amor, que es la entrega de sí mismo (...) a los que se ven afectados por el sufrimiento. (...) Cristo es el Redentor del mundo: (...) "Sus cicatrices nos curaron" (Is 53, 5)" (pp. 207-208).

Todo esto no es simplemente teología docta, sino expresión de una fe vivida y madurada en el sufrimiento. Ciertamente, debemos hacer todo lo posible para aliviar el sufrimiento e impedir la injusticia que causa el sufrimiento de los inocentes. Sin embargo, también debemos hacer todo lo posible para que los hombres puedan descubrir el sentido del sufrimiento, para ser así capaces de aceptar nuestro propio sufrimiento y unirlo al sufrimiento de Cristo. De este modo, ese sufrimiento se funde con el amor redentor y, en consecuencia, se transforma en una fuerza contra el mal en el mundo. 

La respuesta que se dio en todo el mundo a la muerte del Papa fue una manifestación conmovedora de gratitud por el hecho de que él, en su ministerio, se ofreció totalmente a Dios por el mundo; gratitud por el hecho de que él, en un mundo lleno de odio y de violencia, nos enseñó nuevamente a amar y sufrir al servicio de los demás; por decirlo así, nos mostró de una forma viva al Redentor, la redención, y nos dio la certeza de que, de hecho, el mal no tiene la última palabra en el mundo.

Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los cardenales, arzobispos,
obispos y prelados superiores de la Curia Romana 

Jueves 22 de diciembre de 2005