19 de enero de 2020
1314 • AÑO XXVIII

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“Cristo nos ha abierto el Cielo”

Jesús, al bautizarse en el Jordán, baja hasta ese abismo y nos anuncia así que va a bajar a compartir nuestra humanidad hasta las profundidades del sepulcro. Sin embargo, en ese gesto de Jesús de humillarse, como dirá luego San Pablo: “Él, siendo de condición divina, no tuvo como algo digno de ser retenido de esa condición divina, sino que se hizo semejante a nosotros, se humilló hasta la muerte y una muerte de cruz”. Y por eso, el Señor lo levantó y le dio el Nombre sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el Cielo, en la tierra y en el abismo. Baja Jesús a la profundidad de nuestra humanidad. Baja a abrazarnos en la profundidad de nuestro pecado y el Cielo se abre. El gesto, la expresión de que el Cielo se abre, no es tampoco ni simple, ni superficial. Cristo ha abierto el Cielo. “A Dios -decía el Evangelio de San Juan, en la mañana de Navidad- nadie lo ha visto jamás”. El Hijo de Dios, que ha venido a nosotros, nos lo ha contado, nos lo ha dado a conocer, nos ha abierto el Cielo, nos ha abierto la vida divina incorporándonos a Él.

(…) Cristo se ha sembrado verdaderamente en lo más profundo de nuestra humanidad y de nuestra Historia, pero, al hacerlo, Él se ha convertido en Señor. Se ha convertido en Señor no por un poder humano a la manera de los poderes humanos, sino justo por el poder de Su Amor. “Tanto nos has amado, Señor, que nos has entregado a tu propio Hijo”. Como dice un pasaje de la Escritura, “hicieron con Él lo que querían”, hemos hecho contigo: maltratarte, destruirte y, sin embargo, Tú no te has echado atrás en tu amor por nosotros, y así te has unido a nosotros y a nuestra pobreza de una forma que nos introduces en la vida de Dios. Nos abres el Cielo.

El Espíritu Santo, que descendió en aquel momento de una manera especial sobre la humanidad de Jesús, es el Espíritu Santo que nos es dado a todos en el Bautismo y que el Señor confirma de nuevo esa Alianza, que se cumple el Viernes Santo en la cruz de Jesús y se renueva en los Sacramentos de la Iglesia, en el Bautismo, en la Confirmación y en cada Eucaristía.

Cada Bautismo, en Él se hace misteriosamente nuevo, actual, presente, el Acontecimiento entero de Cristo. En la Confirmación, el Señor confirma la Alianza en la cual nos ha introducido ya por el Bautismo, en un momento en el que nos damos cuenta de lo que eso significa. Y en cada Eucaristía, Él renueva y consuma esa Alianza entregándose a nosotros y haciéndose uno con nosotros mediante el alimento que le contiene a Él, que es Él hecho carne y hecho pan, para comunicarnos Su vida divina.

(…)

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

S.I Catedral de Granada
12 de enero de 2020

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